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Lo que ella sentía en aquellos momentos no era sólo deseo, sino una ternura dolorosa y un amor tan fuerte que la hacía estremecerse. La intensidad de sus sentimientos habría resultado aterradora, sólo que estando con él nada podía asustarla.

Estaba en casa.

Aquí era donde pertenecía y lo había encontrado por fin. Con Stefan estaba en casa.

El la apartó ligeramente y ella percibió que temblaba.

– Elena -musitó él sobre sus labios-. No podemos…

– Ya lo hemos hecho -susurró ella, y volvió a atraerle hacia ella.

Era casi como si pudiera oír los pensamientos de Stefan, percibir sus sentimientos. Placer y deseo corrían veloces entre ellos, conectándolos, uniéndolos. Y Elena percibió también una fuente de emociones muy profundas dentro de él. Él quería abrazarla eternamente, protegerla de todo daño. Quería defenderla de cualquier mal que la amenazara. Quería unir su vida a la de ella.

Sintió la tierna presión de sus labios sobre los de ella, y apenas fue capaz de soportar la dulzura de todo ello. «Sí», pensó. Las sensaciones ondulaban a través de ella como olas en un estanque quieto y transparente, y se sumergía en ellas, tanto en la alegría que percibía en Stefan como en el delicioso oleaje de respuesta que brotaba de ella misma. El amor de Stefan la bañaba, brillaba a través de ella, iluminando cada punto oscuro en su alma igual que el sol. Tembló de placer, amor y anhelo.

Él se apartó despacio, como si no pudiera soportar separarse de ella, y se miraron mutuamente a los ojos con maravillada alegría.

No hablaron. No había necesidad de palabras. Él le acarició los cabellos, con un roce tan leve que ella apenas lo sintió, como si él temiera que la muchacha pudiera quebrarse en sus manos. Elena supo entonces que no había sido odio lo que le había hecho evitarla durante tanto tiempo. No, no había sido odio en absoluto.

Elena no tenía ni idea de lo tarde que era cuando descendieron en silencio la escalera de la casa de huéspedes. En cualquier otro momento se habría sentido muy emocionada de entrar en el elegante coche negro de Stefan, pero esa noche apenas se dio cuenta. Él le mantuvo la mano cogida mientras conducían por las calles desiertas.

Lo primero que Elena vio cuando se acercaban a su casa fue las luces.

– Es la policía -dijo, recuperando la voz con cierta dificultad; resultaba curioso hablar tras haber estado en silencio durante tanto rato-. Ése de la entrada es el coche de Robert. Y ahí está el de Matt -indicó; miró a Stefan, y la paz que la había inundado pareció frágil de repente-. Me pregunto qué ha sucedido. ¿No supondrás que Tyler ya les ha contado…?

– Ni siquiera Tyler sería tan estúpido -dijo Stefan.

Paró detrás de uno de los coches de policía, y, de mala gana, Elena soltó su mano de la de él. Deseaba con todo su corazón que Stefan y ella pudieran estar a solas juntos, que nunca tuvieran necesidad de enfrentarse al mundo.

Pero no se podía evitar. Ascendieron por el camino hasta la puerta, que estaba abierta. Dentro, la casa estaba toda iluminada.

Al entrar, Elena vio lo que parecían docenas de rostros vueltos hacia ella y tuvo una repentina visión del aspecto que debía de tener ella, allí de pie en la entrada con la envolvente capa de terciopelo negro y con Stefan Salvatore a su lado. Y entonces tía Judith lanzó un grito y la rodeó con sus brazos, zarandeándola y abrazándola al mismo tiempo.

– ¡Elena! ¡Gracias a Dios que estás a salvo! Pero ¿dónde has estado? ¿Y por qué no telefoneaste? ¿No te das cuenta de lo que nos has hecho pasar a todos?

Elena paseó la mirada por la habitación llena de perplejidad. No comprendía nada.

– Nos alegramos de tenerte de vuelta -dijo Robert.

– He estado en la casa de huéspedes con Stefan -dijo ella lentamente-. Tía Judith, éste es Stefan Salvatore; tiene una habitación alquilada allí. Él me trajo.

– Gracias -dijo tía Judith al chico por encima de la cabeza de Elena.

Luego, retrocediendo para mirar a la muchacha, dijo:

– Pero tu vestido, tus cabellos… ¿Qué sucedió?

– ¿No lo sabéis? Entonces Tyler no os lo contó. Pero en ese caso, ¿por qué está la policía aquí?

Elena se acercó lentamente a Stefan de un modo instintivo y sintió cómo él se aproximaba más para protegerla.

– Están aquí porque esta noche atacaron a Vickie Bennett en el cementerio -dijo Matt.

Él, Bonnie y Meredith estaban de pie detrás de tía Judith y Robert, con aspecto cansado; aliviados con la aparición de Elena, pero también con cara extraña.

– La encontramos hace unas dos o tres horas y te hemos estado buscando desde entonces.

– ¿Atacada? -dijo Elena, atónita-. ¿Atacada por quién?

– Nadie lo sabe -respondió Meredith.

– Bueno, de todos modos, puede que no sea nada de lo que preocuparse -indicó Robert consolador-. El doctor dijo que se ha llevado un buen susto, y que había estado bebiendo. Todo ello podría haber sido fruto de su imaginación.

– Esos arañazos no eran imaginarios -dijo Matt, cortés pero obstinado.

– ¿Qué arañazos? ¿De qué estáis hablando? -inquirió Elena, paseando la mirada de un rostro a otro.

– Yo te lo contaré -dijo Meredith, y le explicó, sucintamente, cómo ella y los demás habían encontrado a Vickie-. No hacía más que decir que no sabía dónde estabas, que estaba sola con Dick cuando sucedió. Y cuando la trajimos de vuelta aquí, el doctor dijo que no encontraba nada concluyente. No estaba realmente herida, excepto por los arañazos, y podría haberlos hecho un gato.

– ¿No había otras marcas en ella? -preguntó Stefan en tono seco.

Era la primera vez que había hablado desde que entrara en la casa, y Elena le miró, sorprendida por el tono de su voz.

– No -dijo Meredith-. Desde luego, un gato no le arrancó las ropas…, pero Dick podría haberlo hecho. Ah, y tenía la lengua mordida.

– ¿Qué? -exclamó Elena.

– Un mordisco terrible, quiero decir. Debe de haber sangrado una barbaridad, y le duele cuando habla.

Junto a Elena, Stefan se había quedado muy quieto.

– ¿Dio alguna explicación sobre lo sucedido?

– Estaba histérica -indicó Matt-. Realmente histérica; lo que decía no tenía ningún sentido. No hacía más que farfullar algo sobre ojos y neblina oscura y no ser capaz de huir…, motivo por el cual el doctor piensa que quizá fue una especie de alucinación. Pero, por lo que se ha podido averiguar hasta el momento, los hechos son que ella y Dick Cárter estaban en la iglesia en ruinas que hay junto al cementerio, que era alrededor de medianoche, y que alguien entró allí y la atacó.

– No atacó a Dick -añadió Bonnie-, lo que al menos muestra que tenía algo de buen gusto. La policía lo encontró inconsciente en el suelo de la iglesia, y no recuerda nada en absoluto.

Pero Elena apenas escuchó las últimas palabras. Algo terrible le pasaba a Stefan. No podía decir cómo lo sabía, pero lo sabía. El muchacho se había quedado rígido mientras Matt terminaba de hablar, y en aquellos instantes, aunque no se había movido, ella sentía como si los separara una distancia enorme, como si ella y él estuvieran en lados opuestos de un témpano de hielo agrietado que se resquebrajaba.

El muchacho dijo, con aquella voz terriblemente controlada que ella había escuchado ya antes en su habitación:

– ¿En la iglesia, Matt?

– Sí, en la iglesia en ruinas -respondió él.

– ¿Y estás seguro de que dijo que era medianoche?

– No podía afirmarlo, pero debió de ser aproximadamente por entonces. La encontramos no mucho después. ¿Por qué?

Stefan no dijo nada, y Elena sintió cómo el abismo entre ellos se ensanchaba.

– Stefan -susurró, y luego, en voz alta, dijo con desesperación-: Stefan, ¿qué sucede?

El sacudió negativamente la cabeza. «No me dejes fuera», pensó ella, pero él ni siquiera la miró.