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– ¿El señor Tanner? -Elena se sintió horrorizada.

– Sí, y ya está dando problemas. La pobre Bonnie ya no puede más. Será mejor que te acerques ahí.

Elena suspiró y asintió, marchando a continuación por la sinuosa ruta del recorrido por la Casa Encantada. Mientras pasaba junto a la truculenta Cámara de Tortura y la espeluznante Habitación del Acuchillador Loco, pensó que casi lo habían construido demasiado bien. El lugar resultaba inquietante incluso iluminado.

La Habitación del Druida estaba cerca de la salida. Allí habían alzado un monumento neolítico, pero la linda y menuda sacerdotisa druida de pie entre los muy realistas monolitos con su túnica blanca y una guirnalda de hojas de roble parecía a punto de echarse a llorar.

– Pero tiene que llevar la sangre -decía en tono suplicante-. Es parte de la escena, usted es un sacrificio.

– Llevar esta túnica ridicula ya es bastante malo -respondió Tanner, tajante-. Nadie me informó de que iba a tener que echarme salsa de tomate encima.

– En realidad no le tocará directamente -explicó Bonnie-. Sólo irá sobre la túnica y el altar. Usted es un sacrificio -repitió, como si de algún modo eso fuera a convencerle.

– En cuanto a eso -replicó el señor Tanner con repugnancia-, la exactitud de todo este montaje es sumamente sospechosa. En contra de la creencia popular, los druidas no construyeron este tipo de monumentos; los construyeron una cultura de la Edad del Bronce que…

– Señor Tanner -interrumpió Elena, adelantándose-, ésa no es realmente la cuestión.

– No, no lo será para ti -repuso él-. Motivo por el que tú y tu neurótica amiga vais a suspender historia las dos.

– Eso está totalmente fuera de lugar -dijo una voz, y Elena vio rápidamente por encima del hombro a Stefan.

– Señor Salvatore -dijo Tanner, pronunciando las palabras como si significaran: «Ya sólo me faltaba esto»-, supongo que tiene algunas sabias palabras que ofrecer. ¿O acaso me pondrá un ojo morado?

Su mirada viajó hacia Stefan, que permanecía allí parado, inconscientemente elegante en su esmoquin perfectamente confeccionado, y Elena sintió un repentino ramalazo de comprensión.

«En realidad, Tanner no es mucho mayor que nosotros -pensó-. Parece mayor debido a que tiene entradas, pero apuesto a que aún no ha cumplido los treinta.» Entonces, por algún motivo, recordó el aspecto que había tenido el profesor en la fiesta de inicio de curso, con su traje barato y gastado que no le sentaba bien.

«Apostaría a que ni siquiera disfrutó de su propio baile de inicio de curso», pensó. Y, por vez primera, sintió algo parecido a lástima por él.

Tal vez Stefan también lo sintió, pues aunque se adelantó hasta estar frente al hombrecillo, colocándose cara a cara con él, su voz sonó pausada.

– No, no voy a hacerlo. Creo que todo esto se está sacando de quicio. Por qué no…

Elena no pudo oír el resto, pero el muchacho hablaba en un tono bajo y tranquilizador, y lo cierto era que el señor Tanner parecía escuchar. La muchacha echó una ojeada al grupo que se había reunido detrás de ella: cuatro o cinco necrófagos, el hombre lobo, un gorila y un jorobado.

– Ya está, todo está bajo control -les dijo, y se dispersaron.

Stefan se estaba ocupando de todo, aunque no estaba segura de cómo lo hacía, ya que sólo le veía la nuca.

La nuca… Por un instante, una imagen de su primer día de clase pasó veloz ante ella. Del modo en que Stefan había estado de pie en la secretaría hablando con la señora Clarke, la secretaria, y la manera tan curiosa en la que había actuado ésta. Efectivamente, al mirar Elena al señor Tanner en ese momento, éste mostraba la misma expresión ligeramente aturdida. La muchacha sintió una lenta oleada de inquietud.

– Vamos -le dijo a Bonnie-. Vayamos a la parte delantera.

Atajaron directamente por la Habitación del Aterrizaje Alienígena y la Habitación de los Muertos Vivientes, deslizándose entre las mamparas, para ir a salir a la primera habitación en la que entrarían los visitantes y donde serían recibidos por el hombre lobo. El hombre lobo se había quitado la cabeza y conversaba con una pareja de momias y una princesa egipcia.

Elena tuvo que admitir que Caroline estaban magnífica como Cleopatra, con las líneas de aquel cuerpo bronceado francamente visibles a través de la transparente tela de hilo del vestido de tubo que llevaba. A Matt, el hombre lobo, no se le podía culpar si sus ojos no dejaban de desviarse del rostro de Caroline para descender por su cuerpo.

– ¿Cómo va todo por aquí? -preguntó Elena con forzada frivolidad.

Matt se sobresaltó ligeramente, luego se volvió hacia ella y Bonnie. Elena apenas le había visto desde la noche del baile, y sabía que él y Stefan también se habían distanciado. Debido a ella. Y aunque no podía culpar a Matt por eso, sabía lo mucho que le dolía a Stefan.

– Todo va estupendamente -respondió Matt, algo incómodo.

– Cuando Stefan acabe con Tanner, me parece que le enviaré aquí -dijo Elena-. Puede ayudar a hacer entrar a la gente.

Matt alzó un hombro con indiferencia, y luego preguntó:

– ¿Acabe qué con Tanner?

Elena le miró sorprendida. Habría podido jurar que él había estado en la Habitación del Druida hacía un minuto. Lo explicó.

Fuera, volvió a retumbar el trueno, y a través de la puerta abierta Elena vio cómo un relámpago iluminaba el cielo nocturno. Se escuchó un nuevo y sonoro trueno al cabo de unos segundos.

– Espero que no llueva -dijo Bonnie.

– Sí -repuso Caroline, que había permanecido en silencio mientras Elena hablaba con Matt-. Sería una auténtica pena que no viniera nadie.

Elena le dirigió una aguda mirada y vio sincero odio en los ojos entrecerrados y felinos de Caroline.

– Caroline -dijo impulsivamente-, oye. ¿No podemos dejarlo de una vez? ¿No podemos olvidar lo sucedido y empezar de nuevo?

Bajo la cobra de su frente, los ojos de Caroline se abrieron y luego volvieron a entrecerrarse. Torció la boca y se acercó más a Elena.

– Jamás olvidaré -declaró, y a continuación se dio la vuelta y se marchó.

Se produjo un silencio, con Bonnie y Matt mirando al suelo. Elena fue hacia la entrada para sentir el aire fresco en las mejillas. En el exterior distinguió el campo de juego y las ramas de los robles que se agitaban más allá, y una vez más se sintió invadida por un mal presentimiento. «Esta noche es la noche -pensó, desconsolada-. Esta noche es la noche en la que todo va a suceder.» Pero no tenía ni idea de qué era «todo».

Una voz sonó a través del transformado gimnasio.

– Vamos ya, están a punto de dejar entrar a la fila que hay en el aparcamiento. ¡Cierra las luces, Ed!

Repentinamente, la oscuridad descendió sobre todos ellos y el aire se llenó de gemidos y risas maníacas, igual que una orquesta afinando. Elena suspiró y se dio la vuelta.

– Será mejor que te prepares para empezar a conducir a la gente por aquí -le dijo a Bonnie en voz baja.

Su amiga asintió y desapareció en la oscuridad. Matt se había colocado la cabeza de hombre lobo y ponía en marcha una grabadora que añadía música fantasmagórica a la algarabía.

Stefan dobló la esquina, con los cabellos y las ropas fusionándose con la oscuridad. Únicamente la blanca pechera destacaba con claridad.

– Todo solucionado con Tanner -anunció-. ¿Hay alguna otra cosa que pueda hacer?

– Bueno, podrías trabajar aquí, con Matt, haciendo pasar a la gente…

La voz de Elena se apagó. Matt estaba inclinado sobre la grabadora, ajustando minuciosamente el volumen, sin alzar la mirada. Elena miró a Stefan y vio que su rostro estaba tenso y sin expresión.

– O podrías ir al vestuario de los chicos y encargarte del café y las cosas para los trabajadores -finalizó en tono cansino.

– Iré al vestuario -respondió él.

Mientras se alejaba, Elena advirtió un leve titubeo en su paso.