– ¿Stefan? ¿Te encuentras bien?
– Estupendamente -dijo él, recuperando el equilibrio-. Un poco cansado, eso es todo.
Contempló cómo se alejaba con una creciente opresión en el pecho.
Se volvió hacia Matt con la intención de decir algo, pero en ese momento la fila de visitantes llegó a la puerta.
– Empieza el espectáculo -anunció él, y se agazapó en las sombras.
Elena pasó de habitación en habitación corrigiendo fallos. En años anteriores había disfrutado sobre todo con aquella parte de la noche, contemplando las truculentas escenas que se escenificaban y el exquisito terror de los visitantes, pero esa noche existía una sensación de temor y tensión implícitos en todos sus pensamientos. «Esta noche es la noche», volvió a pensar, y el hielo de su pecho pareció espesarse.
Una Muerte -o al menos eso era lo que supuso que representaba la figura encapuchada de la túnica negra- pasó junto a ella, y se encontró intentando recordar distraídamente si la había visto en alguna de las otras fiestas de Halloween. Había algo familiar en el modo en que se movía la figura.
Bonnie intercambió una agobiada sonrisa con la alta y delgada bruja que dirigía el tráfico hacia el interior de la Habitación de la Araña. Varios muchachos de primer año de secundaria se dedicaban a dar palmadas a las arañas de goma allí colgadas y a chillar y dar la lata en general. Bonnie los metió a empujones en la Habitación del Druida.
Allí las luces estroboscópicas daban a la escena un carácter irreal. Bonnie sintió una torva sensación de triunfo al ver al señor Tanner tendido sobre el altar de piedra, con la túnica blanca profusamente manchada de sangre y los ojos abiertos y fijos en el techo.
– ¡Fantástico! -chilló uno de los muchachos mientras corría hacia el altar.
Bonnie se mantuvo atrás y sonrió de oreja a oreja, aguardando a que el sangriento sacrificio se alzara y diera un susto de muerte al chico.
Pero el señor Tanner no se movió, ni siquiera cuando el muchacho hundió una mano en el charco de sangre que había junto a la cabeza de la víctima.
Eso no era normal, se dijo Bonnie, acercándose a toda prisa para impedir que el chico agarrara el cuchillo del sacrificio.
– No hagas eso -le espetó, y el chico retiró la mano, que apareció roja bajo cada uno de los potentes destellos luminosos.
Bonnie sintió un repentino e irracional miedo de que el señor Tanner fuera a esperar hasta que ella se inclinara sobre él y asustarla entonces. Pero el hombre siguió mirando fijamente al techo.
– Señor Tanner, ¿está usted bien? ¿Señor Tanner? ¡Señor Tanner!
Ni un movimiento, ni un sonido. Ni un pestañeo de aquellos ojos blancos abiertos de par en par. No le toques, dijo algo en la mente de Bonnie de un modo repentino y apremiante. No le toques, no le toques, no le toques…
Bajo las luces estroboscópicas vio cómo su propia mano se adelantaba, la vio sujetar el hombro del señor Tanner y zarandearlo, vio cómo su cabeza caía sin fuerzas hacia ella. Entonces vio su garganta.
Acto seguido empezó a chillar.
Elena oyó los gritos. Eran agudos y sostenidos y no se parecían a ningún otro sonido en la Casa Encantada, y supo al instante que no eran una broma.
Todo después de eso se convirtió en una pesadilla.
Al llegar a la carrera a la Habitación del Druida, contempló un cuadro viviente, pero no era el destinado a los visitantes. Bonnie chillaba mientras Meredith la sujetaba por los hombros. Tres chicos jóvenes intentaban atravesar la cortina que cerraba la salida, y dos muchachos encargados de controlar a los visitantes miraban al interior, impidiéndoles el paso. El señor Tanner yacía sobre el altar de piedra, despatarrado, y su rostro…
– Está muerto -sollozaba Bonnie, los gritos convirtiéndose en palabras-. Dios mío, la sangre es real y está muerto. Le toqué, Elena, y está muerto, está realmente muerto -Entraba más gente en la habitación. Otra persona empezó a chillar, y los gritos se propagaron, y en seguida todo el mundo intentó salir de allí, empujándose unos a otros llenos de pánico, chocando con las mamparas.
– ¡Encended las luces! -gritó Elena, y oyó su grito repetido por otras voces-. Meredith, rápido, ve al teléfono del gimnasio y llama a una ambulancia, llama a la policía… ¡Encended esas luces de una vez!
Cuando las luces se encendieron bruscamente, Elena miró a su alrededor, pero no vio a ningún adulto, nadie que pudiera hacerse cargo de la situación. Una parte de ella estaba fría como el hielo, con la mente moviéndose vertiginosamente mientras intentaba pensar qué hacer a continuación. Otra parte de ella estaba simplemente paralizada por el terror. El señor Tanner… Jamás le había caído bien, pero en cierto modo eso no hacía más que empeorarlo.
– Saquemos a todos los chicos de aquí. Todo el mundo, excepto el personal, fuera -dijo.
– ¡No! ¡Cerrad las puertas! No dejéis salir a nadie hasta que llegue la policía -gritó un hombre lobo que tenía al lado y se sacaba la máscara.
Elena se dio la vuelta sorprendida al escuchar la voz y vio que no era Matt, era Tyler Smallwood.
Le habían permitido regresar al instituto justo aquella semana, y su rostro aún mostraba los moratones de la paliza recibida a manos de Stefan. Pero su voz tenía el tono de la autoridad, y Elena vio cómo los encargados de la seguridad cerraban las puertas de salida. Oyó cerrarse otra puerta al otro extremo del gimnasio.
De la docena aproximada de personas amontonadas en la zona del monumento, la muchacha reconoció sólo a una como uno de los trabajadores. El resto era gente que conocía vagamente el instituto. Uno de ellos, un muchacho vestido de pirata, le habló a Tyler.
– ¿Quieres decir… que crees que alguien de aquí dentro lo hizo?
– Alguien de aquí dentro lo hizo, ya lo creo -respondió él.
Su voz tenía un tono extraño y excitado, como si casi disfrutara con aquello. Señaló el charco de sangre sobre la roca.
– Eso está aún líquido; no puede haber sucedido hace mucho rato. Y mirad el modo en que le han cortado la garganta. El asesino debe de haberlo hecho con esto. -Señaló el cuchillo del sacrificio.
– Entonces el asesino podría estar justo aquí -musitó una chica vestida con un quimono.
– Y no es difícil adivinar quién es -dijo Tyler-. Alguien que odiaba a Tanner, que siempre estaba discutiendo con él. Alguien que discutía con él a primeras horas de esta noche. Yo lo vi.
«De modo que eras tú el hombre lobo que había en esta habitación -pensó Elena, aturdida-. Pero ¿qué hacías tú aquí, para empezar? No formas parte del personal.»
– Alguien que tiene un historial de violencia -seguía diciendo Tyler, mostrando los dientes-. Alguien que, por lo que sabemos, es un psicópata llegado a Fell's Church para matar.
– Tyler, ¿de qué estás hablando?
La sensación de aturdimiento de Elena había estallado igual que una burbuja. Furiosa, avanzó hacia el alto y fornido muchacho.
– ¡Estás loco!
El la señaló sin siquiera mirarla.
– Eso dice su novia…, pero a lo mejor está algo predispuesta en su favor.
– Y a lo mejor tú también estás algo predispuesto en contra, Tyler -indicó una voz desde detrás de la multitud, y Elena vio a un segundo hombre lobo abriéndose paso hacia el interior de la habitación, Matt.
– ¿Ah, sí? Bien, ¿pues por qué no nos cuentas lo que sabes sobre Salvatore? ¿De dónde viene? ¿Dónde está su familia? ¿De dónde saca el dinero? -Tyler dio la vuelta para dirigirse al resto de los reunidos-. ¿Quién sabe algo sobre él?
La gente empezaba a sacudir la cabeza. Elena pudo ver, en un rostro tras otro, cómo florecía la desconfianza. La desconfianza hacia cualquier cosa desconocida, cualquier cosa diferente. Y Stefan lo era. Era un extraño para ellos y justo en aquel momento necesitaban una cabeza de turco.
La chica del quimono empezó a decir: