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»Y estábamos muy igualados. Pero Damon siempre había sido más fuerte, y aquel día parecía más veloz también, como si hubiese cambiado más de lo que había cambiado yo. Y así, mientras mi padre seguía gritando desde la ventana, sentí que la hoja de Damon rebasaba mi guardia. Luego sentí cómo penetraba en mi corazón.

Elena le miró horrorizada, pero él siguió sin interrupción.

– Sentí el dolor del acero, sentí cómo penetraba en mi interior, hundiéndose profundamente. Atravesándome de punta a punta, en una violenta estocada. Y entonces las fuerzas me abandonaron y caí. Me quedé tumbado allí sobre el suelo enlosado.

Alzó los ojos hacia Elena y finalizó con sencillez:

– Y así es como… morí.

Elena se quedó allí sentada, paralizada, como si el hielo que había sentido en el pecho a primeras horas de la noche se hubiera vertido al exterior y la hubiese atrapado.

– Damon se acercó, se detuvo a mi lado y se inclinó. Yo oía los gritos lejanos de mi padre y los chillidos de los criados, pero todo lo que podía ver era el rostro de Damon. Aquellos ojos negros que eran como una noche sin luna. Quise hacerle daño por lo que me había hecho. Por todo lo que nos había hecho a mí y a Katherine. -Stefan permaneció callado un momento, y luego dijo, casi como en un sueño-: Y así alcé mi espada y le maté. Con mis últimas fuerzas, le atravesé el corazón a mi hermano.

La tormenta había seguido su camino, y por la ventana rota Elena oía los quedos sonidos de la noche, el chirrido de los grillos, el viento moviéndose entre los árboles. En la habitación de Stefan todo estaba muy silencioso.

– No supe nada más hasta que desperté en mi tumba -dijo Stefan.

Se recostó hacia atrás, apartándose de ella, y cerró los ojos. Tenía el rostro contraído y cansado, pero aquella horrible ensoñación infantil había desaparecido.

– Tanto Damon como yo teníamos en nuestro interior justo la cantidad suficiente de sangre de Katherine como para impedirnos morir de verdad. En lugar de ello, cambiamos. Despertamos juntos en nuestro sepulcro, vestidos con nuestras mejores ropas, colocados sobre losas uno al lado del otro. Estábamos demasiado débiles para seguir haciéndonos daño; la sangre había sido apenas suficiente. Y estábamos aturdidos. Llamé a Damon, pero corrió afuera y se perdió en la noche.

»Por suerte, nos habían enterrado con los anillos que Katherine nos había dado. Y hallé su anillo en mi bolsillo. -Como de un modo inconsciente, Stefan alzó la mano para acariciar el aro de oro-. Supongo que pensaron que me lo había dado.

»Intenté ir a casa, lo que fue una idiotez. Los criados chillaron al verme y corrieron a buscar a un sacerdote. Huí también al único lugar en el que estaba a salvo, a la oscuridad.

»Y ahí es donde he permanecido desde entonces. Es a donde pertenezco, Elena. Maté a Katherine con mi orgullo y mis celos, y maté a Damon con mi odio. Pero hice algo peor que matar a mi hermano. Lo condené.

»De no haber muerto entonces, con la sangre de Katherine tan fuerte en sus venas, habría tenido una oportunidad. Con el tiempo, la sangre se habría debilitado y luego desaparecido. Se habría vuelto a convertir en un humano normal. Al matarle entonces, le condené a vivir en la noche. Le arrebaté su única posibilidad de salvación.

Rió con amargura.

– ¿Sabes qué significa el nombre de Salvatore en italiano, Elena? Significa salvación, salvador. Yo me llamo así, y mi nombre de pila lo llevo en recuerdo de San Esteban, el primer mártir cristiano. Y condené a mi hermano al infierno.

– No -replicó Elena, y luego, con voz más enérgica, dijo-, no, Stefan. Él se condenó a sí mismo. Él te mató a ti. Pero ¿qué le sucedió después de eso?

– Durante un tiempo se unió a las Compañías Libres, mercenarios despiadados que se dedicaban a robar y saquear. Vagó por todo el país con ellos, peleando y bebiendo la sangre de sus víctimas.

»Yo vivía fuera de las puertas de la ciudad por entonces, medio muerto de hambre, alimentándome de animales, un animal yo mismo. Durante mucho tiempo no supe nada de Damon. Luego, un día oí su voz en mi mente.

»Era más fuerte que yo, porque bebía sangre humana. Y mataba. Los humanos poseen la esencia vital más poderosa, y su sangre proporciona poder. Y cuando los matan, de algún modo la esencia vital que proporcionan es la más fuerte de todas. Es como si en esos últimos instantes de terror y lucha el alma estuviera más llena de vitalidad que nunca. Como Damon mataba humanos, podía hacer uso de los Poderes más que yo.

– ¿Qué… poderes? -inquirió Elena, mientras una idea iba tomando cuerpo en su cabeza.

– Fuerza, como dijiste, y rapidez. Una agudización de los sentidos, en especial de noche. Ésos son los básicos. También podemos… percibir mentes. Podemos detectar su presencia, y en ocasiones la naturaleza de sus pensamientos. Podemos proyectar confusión en mentes más débiles, bien para aplastarlas o para doblegarlas a nuestra voluntad. Existen otros. Con suficiente sangre humana, somos capaces de cambiar de aspecto, de convertirnos en animales. Y cuanto más se mata, más fuertes se vuelven todos los Poderes.

»La voz de Damon en mi mente era muy poderosa. Dijo que ahora era el condottieri de su propia compañía y que regresaba a Florencia. Dijo que si estaba allí cuando llegara, me mataría. Le creí y me marché. Le he visto una o dos veces desde entonces. La amenaza es siempre la misma, y él siempre es más poderoso. Damon ha sacado todo el provecho posible a su naturaleza, y parece regodearse con su lado más oscuro.

»Pero también es mi naturaleza. La misma oscuridad habita en mi interior. Pensé que podría vencerla, pero me equivoqué. Por eso vine aquí, a Fell's Church. Pensé que si me instalaba en una ciudad pequeña, muy lejos de los viejos recuerdos, podría escapar a la oscuridad. Y en lugar de ello, esta noche, maté a un hombre.

– No -dijo Elena con energía-. No creo eso, Stefan.

Su relato la había llenado de horror y piedad… y también miedo. Lo admitía, pero su repugnancia había desaparecido y había una cosa de la que estaba absolutamente segura: Stefan no era un asesino.

– ¿Qué sucedió esta noche, Stefan? ¿Discutiste con el señor Tanner?

– No… no lo recuerdo -respondió él, sombrío-. Usé el Poder para persuadirle de que hiciera lo que queríais. Luego me fui. Pero más tarde sentí que el mareo y la debilidad me embargaban. Como ha sucedido ya antes. -Alzó los ojos para mirarla a la cara-. La última vez que sucedió fue en el cementerio, justo al lado de la iglesia, la noche que atacaron a Vickie Bennett.

– Pero tú no lo hiciste. Tú no podrías haber hecho eso… ¿Stefan?

– No lo sé -repuso él con aspereza-. ¿Qué otra explicación hay? Y sí tomé sangre de aquel viejo bajo el puente, la noche que vosotras salisteis huyendo del cementerio. Y habría jurado que no tomé suficiente para hacerle daño, pero estuvo a punto de morir. Y estaba allí cuando atacaron tanto a Vickie como a Tanner.

– Pero no recuerdas haberles atacado -indicó Elena, aliviada.

La idea que había ido creciendo en su mente era ya casi una certeza.

– ¿Qué importa eso? ¿Qué otra persona podría haberlo hecho, si no fui yo?

– Damon -dijo Elena.

Él se estremeció, y la muchacha vio que sus hombros volvían a tensarse.

– Es una bonita idea. Al principio esperaba que existiera alguna explicación parecida. Que podría tratarse de alguien más, alguien como mi hermano. Pero he buscado con la mente y no he encontrado nada, ninguna otra presencia. La explicación más sencilla es que yo soy el asesino.