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Gradualmente, los besos se tornaron más apremiantes, y Elena sintió cómo el trallazo recorría todo su cuerpo, cargándolo, haciendo que su corazón latiera desbocado y su respiración se entrecortara. Hizo que se sintiera extrañamente dúctil y mareada, que cerrara los ojos y dejara que su cabeza cayera hacia atrás sin fuerzas.

«Es hora, Stefan», pensó. Y, con suma delicadeza, atrajo de nuevo la boca del muchacho hacia abajo, en esta ocasión hacia su garganta. Sintió cómo sus labios rozaban su piel, sintió su aliento cálido y frío a la vez. Y luego, un pinchazo agudo.

Pero el dolor desapareció casi al instante, reemplazado por una sensación de placer que la hizo estremecer. Un gran torrente de dulzura la inundó, fluyendo a través de ella hacia Stefan.

Finalmente se encontró mirándole a la cara, a una cara que por fin ya no tenía barreras contra ella, ni muros. Y la mirada que vio allí la hizo sentir débil.

– ¿Confías en mí? -murmuró él.

Y cuando ella se limitó a asentir, él le sostuvo la mirada y alargó la mano en busca de algo junto a la cama. Era la daga. Elena la contempló sin temor y luego volvió a fijar los ojos en el rostro de Stefan.

Él no desvió la mirada ni un momento de ella mientras desenvainaba el arma y efectuaba un pequeño corte en la base de su garganta. Elena lo contempló boquiabierta, contempló la sangre brillante como bayas de acebo, pero cuando él la instó a acercarse no intentó resistirse.

Después, Stefan se limitó a abrazarla durante un buen rato, mientras los grillos del exterior interpretaban su música. Finalmente, se movió.

– Ojalá te pudieras quedar aquí -susurró-. Ojalá pudieras quedarte para siempre. Pero no puedes.

– Lo sé -respondió ella, con voz igualmente queda.

Los ojos de ambos volvieron a encontrarse en silenciosa comunión. Había tanto que decir, tantas razones para estar juntos…

– Mañana -dijo ella; luego, recostándose en su hombro, susurró-, pase lo que pase, Stefan, estaré a tu lado. Dime que lo crees.

Su voz sonó baja, amortiguada por los cabellos de la muchacha.

– Ah, Elena, lo creo. Pase lo que pase, estaremos juntos.

Capítulo 15

En cuanto dejó a Elena en su casa, Stefan fue al bosque.

Tomó la carretera de Oíd Creek y condujo bajo las sombrías nubes, a través de las cuales no se distinguía ni un retazo de cielo, hasta el lugar donde había aparcado el primer día del curso.

Dejó el coche e intentó volver sobre sus pasos exactamente hasta el claro donde había visto el cuervo. Su instinto de cazador le ayudó, recordando la forma de ese matorral y aquella raíz nudosa, hasta que se encontró en el espacio despejado rodeado por antiguos robles.

Allí. Bajo aquel manto de hojas de un marrón deslucido, incluso aún podrían quedar algunos huesos del conejo.

Aspirando con fuerza para tranquilizarse, para reunir sus Poderes, lanzó un pensamiento inquisitivo para sondear la zona.

Y, por primera vez desde su llegada a Fell's Church, percibió el parpadeo de una respuesta. Pero parecía débil y titubeante, y no consiguió localizarla en el espacio.

Suspiró y giró… y se detuvo en seco.

Damon estaba de pie ante él, con los brazos cruzados sobre el pecho, recostado en el roble de mayor tamaño. Daba la impresión de que podría llevar horas allí.

– Así pues -dijo Stefan con un jadeo-, es cierto. Ha transcurrido mucho tiempo, hermano.

– No tanto como tú crees, hermano.

Stefan recordó aquella voz, aquella voz aterciopelada e irónica.

– Te he estado siguiendo el rastro a lo largo de los años -comentó Damon con calma.

Se sacudió un trozo de corteza de la manga de su chaqueta de cuero con la misma tranquilidad con la que se había arreglado los puños de brocado en el pasado.

– Pero claro, tú no podías saberlo, ¿verdad? Ah, no, tus Poderes son tan débiles como siempre.

– Ten cuidado, Damon -replicó Stefan en un tono quedo que sonó lleno de amenaza-. Ten mucho cuidado esta noche. No estoy de muy buen humor.

– ¿San Stefan resentido? Figúrate. Te sientes consternado, supongo, debido a mis pequeñas excursiones a tu territorio. Sólo lo hice porque quería estar cerca de ti. Los hermanos deberían estar unidos.

– Mataste esta noche. E intentaste hacerme creer que lo había hecho yo.

– ¿Estás seguro de que no lo hiciste realmente? A lo mejor lo hicimos juntos. ¡Ten cuidado! -dijo cuando Stefan dio un paso hacia él-. Mi estado de ánimo tampoco es el mejor del mundo esta noche. Yo sólo tuve a un marchito profesor de historia; tú tuviste a una linda chica.

La furia en el interior de Stefan se fusionó, pareciendo concentrarse en un brillante punto ardiente, como un sol en su interior.

– Mantente alejado de Elena -murmuró con tal amenaza en la voz que Damon incluso inclinó la cabeza atrás ligeramente-. Mantente alejado de ella, Damon. Sé que la has estado espiando, observándola. Pero se acabó. Vuelve a acercarte a ella y lo lamentarás.

– Siempre fuiste un egoísta. Tú único defecto. No estás dispuesto a compartir nada, ¿no es cierto? -De improviso, los labios de Damon se curvaron en una sonrisa excepcionalmente hermosa-. Pero, por suerte, la encantadora Elena es más generosa. ¿No te habló de nuestro pequeño affaire? Vaya, pero si la primera vez que nos vimos casi se me entregó allí mismo.

– ¡Eso es una mentira!

– Claro que no, querido hermano. Jamás miento sobre nada importante. ¿O quiero decir sin importancia? De todos modos, tu hermosa damisela casi se desvaneció en mis brazos. Creo que le gustan los hombres vestidos de negro.

Mientras Stefan le contemplaba fijamente, intentando controlar la respiración, Damon añadió, casi con delicadeza:

– Te equivocas respecto a ella, ¿sabes? Crees que es dulce y dócil, como Katherine. No lo es. No es tu tipo en absoluto, mi santurrón hermano. Tiene un espíritu y un fuego en su interior con los que tú no sabrías qué hacer.

– Y tú sí sabrías, supongo.

Damon descruzó los brazos y lentamente volvió a sonreír.

– Ya lo creo.

Stefan quiso saltar sobre él, aplastar aquella hermosa sonrisa arrogante, desgarrarle el cuello a su hermano, pero dijo en una voz apenas bajo controclass="underline"

– Tienes razón en una cosa. Es fuerte. Lo bastante fuerte para rechazarte. Y ahora que sabe lo que realmente eres, lo hará. Todo lo que siente por ti ahora es repugnancia.

Las cejas de Damon se enarcaron.

– ¿Siente eso ahora? Ya nos ocuparemos de ello. Tal vez encontrará que la auténtica oscuridad es más de su gusto que el débil crepúsculo. Yo, al menos, soy capaz de admitir la verdad sobre mi naturaleza. Pero me preocupas, hermanito. Tienes un aspecto endeble y mal alimentado. Es provocativa, ¿verdad?

«Mátalo», exigió algo en la mente de Stefan. «Mátalo, pártele el cuello, desgarra su garganta en sangrientos jirones.» Pero sabía que Damon se había alimentado muy bien esa noche. La oscura aura de su hermano estaba hinchada, palpitante, brillando casi con la esencia vital que había tomado.

– Sí, bebí mucho -dijo Damon en tono agradable, como si supiera lo que pasaba por la mente de su hermano; suspiró y se pasó la lengua por los labios en señal de satisfacción-. Era pequeño, pero había una sorprendente cantidad de jugo en él. No era guapo como Elena y, desde luego, no olía tan bien. Pero siempre es estimulante sentir la sangre nueva zumbando en tu interior.

Damon respiró con fuerza, apartándose del árbol y mirando a su alrededor. Stefan recordaba también aquellos movimientos gráciles, cada gesto controlado y preciso. Los siglos sólo habían refinado el porte natural de Damon.