Pero había algo en la señorita Moorehouse que había captado su interés. Algo que no era ni sus conocimientos de jardinería ni su inclinación a curiosear por las ventanas…
Por segunda vez, visualizó su imagen en la mente. Eran esos malditos hoyuelos, decidió. Y esos enormes ojos entre dorados y ámbar agrandados por las lentes gruesas de las gafas. Detrás de esa mirada inteligente se escondía alguien… vulnerable. De alguna manera lo había impresionado. De una manera que no entendía ni quería entender.
Con esfuerzo, apartó a la mujer de sus pensamientos, y tras desayunar a solas se dirigió a su estudio privado. Procurando no dejarse llevar por la impaciencia ante la tardanza de Daniel, pasó varias horas revisando las cuentas de la finca. Cuando terminó, dejó la pluma sobre el escritorio y se frotó los ojos cansados. A pesar de todos sus esfuerzos por ahorrar, en los últimos meses su situación financiera se había deteriorado hasta un nivel alarmante. Su destino estaba claro y era inevitable.
Sonó un golpe en la puerta, y se sintió aliviado al ser interrumpido de la deprimente tarea de mirar las cuentas. Contestó al momento:
– Adelante.
Se abrió la puerta y apareció Tildon impecablemente vestido.
– Lord Surbrooke solicita verlo, milord -dijo el mayordomo.
«Por fin».
– Gracias, Tildon. Hágalo pasar. -Matthew cerró los libros de cuentas y los metió de nuevo en el cajón del escritorio que cerró a continuación. Acababa de meterse la llave en el bolsillo del chaleco cuando Daniel Sutton atravesó la puerta a paso vivo.
– Así que es aquí donde te escondes -dijo Daniel, cruzando la estancia hacia la licorera-. Te has perdido toda la diversión.
– ¿La diversión?
Su mejor amigo asintió con la cabeza.
– Jugar al whist y al backgammon en la sala.
– ¿Qué demonios estabas haciendo en la sala? Te estaba esperando para que me informaras de lo que averiguaste en el pueblo.
– Te busqué en la sala para informarte. No te encontré allí, algo muy poco sociable por tu parte, debo decir. Una cosa condujo a la otra y acabé jugando al whist y al backgammon.
– Si detestas jugar al whist y al backgammon -dijo Matthew, uniéndose a Daniel junto a la chimenea donde su amigo se había acomodado en un sillón de brocado con un generoso brandy.
– Eso fue antes de que tu casa se llenara de mujeres hermosas.
– Por si lo has olvidado, se supone que esas hermosas mujeres están aquí por mí -contestó Matthew con sequedad.
– Bueno, alguien tiene que entretenerlas y cuidar de tus intereses mientras tú te escondes. En especial cuando también invitaste a Berwick y a Logan Jennsen, sin olvidar a Thurston y a Hartley. De entre todas las personas fascinantes e interesantes que conoces, ¿por qué demonios los invitaste a ellos?
– Porque parecería condenadamente extraño si sólo invitara a mujeres. De hecho, había pensado invitaros sólo a Jennsen y a tí pero Berwick me envió una carta la semana pasada preguntándome si podía venir a visitarme ahora que estaba por la zona. Pensé que sería de mal gusto ignorar a un conocido de tanto tiempo, así que lo invité.
– ¿Y Thurston y Hartley?
– Vinieron con Berwick.
– Pues bien, andan merodeando alrededor de tus invitadas como buitres carroñeros.
– Al menos entretendrán a las damas, lo cual me deja más tiempo para hacer lo que debo. -Continuó en tono cínico-: Como ostento el título de mayor rango, no me preocupa demasiado no conseguir a la novia que elija. Ser la marquesa de Langston es un incentivo muy atractivo.
– Cierto. Pero es mi deber decirte que los buitres se están lanzando en picado y que no tardarán en publicarse las amonestaciones. Ya me lo agradecerás más tarde. Como tu más viejo y querido amigo, estoy, como siempre, feliz de ayudarte.
– Eres, ciertamente, de bastante utilidad.
Daniel negó con la cabeza y chasqueó la lengua.
– Detecto cierto tono sarcástico en tu voz, Matthew, aceptaré tus disculpas después de que te comente lo que he averiguado mientras estaba jugando. De hecho, mis pesquisas acortarán bastante tu búsqueda.
– Excelente. Es bienvenida cualquier cosa que me ahorre tiempo. Pero primero quiero saber qué descubriste en el pueblo. ¿Hablaste con Tom?
Daniel negó con la cabeza.
– No. Fui a la herrería pero estaba cerrada. Luego fui a la casa de Willstone donde hablé con la mujer de Tom. La señora Willstone me dijo que no sabía dónde estaba su marido. Aunque por su cara pálida y sus ojos enrojecidos, deduzco que estuvo llorando.
– ¿Cuándo fue la última vez que lo vio?
– Ayer por la noche, poco antes de que él saliera a dar un paseo. La señora Willstone me dijo que Tom padece terribles dolores de cabeza y que pasear bajo el aire fresco de la noche lo alivia. Cuando al comenzar la tormenta vio que él aún no había regresado, supuso que se había refugiado de la lluvia en algún sitio. Dijo que no era la primera vez que le había ocurrido algo así. Sin embargo, suele estar en su casa por la mañana, llueva o no, para abrir la herrería.
– Pero esta mañana no -concluyó Matthew.
– Correcto. Acababa de decirme que no podía ni imaginar dónde estaría cuando llegó su hermano, Billy Smythe, y aproveché para ver si podía averiguar algo más. Me dijo que era soldado y que hacía poco que se había mudado a la casa de los Willstone para trabajar con él en la herrería.
– ¿Arrojó Billy alguna luz sobre el paradero de Tom?
– Lo cierto es que ofreció una interesante teoría. Según Billy, Tom se había ido a perseguir faldas. No parecía contento. No le agradaba que su hermana se preocupase ni que a él le tocara hacer todo el trabajo de la herrería.
– ¿Te contó eso delante de su hermana?
– Sí. Ella insistió en que Billy estaba equivocado, y él en que ella era tonta. Dijo que había llegado de Upper Fladersham hacía dos semanas y que allí ya había oído rumores sobre Tom. Luego me contó que después de que Tom arrastrara su culo a casa, tras el último coqueteo, lo obligó a jurar a base de golpes que ésa era la última vez que lo hacía. -Daniel removió el brandy en la copa-. No puedo decir que lo culpe.
– Ni yo. ¿Te dijeron algo más?
Daniel negó con la cabeza.
– Les dije que querías contratar a Tom para algunas tareas de herrajes y le hice prometer a la señora Willstone que lo mandaría aquí tan pronto como pudiera. Hablé con más gente del pueblo, pero nadie ha visto a Tom desde ayer.
Matthew asintió lentamente con la mirada perdida en el brandy, luego levantó la vista hacia Daniel.
– Gracias por hacer todo esto por mí.
No había ni rastro de compasión en los ojos de su amigo, pero Matthew sabía que era sólo porque Daniel mantenía una expresión neutra. Daniel sabía por qué nunca bajaba al pueblo, y era lo suficiente buen amigo para no mencionar jamás la razón.
– De nada. Basándote en lo que te he contado, ¿crees que fue la presencia de Tom lo que percibiste ayer por la noche?
– Eso creo. Sé que había alguien cerca, y él fue al único a quien vi. -Matthew sabía que debía sentirse satisfecho con lo que había descubierto su amigo. Aparentemente, la razón de que Tom estuviera merodeando por su propiedad la noche anterior se debía más a un deseo de aliviar un dolor de cabeza, o algún tipo de dolencia diferente.
Pero había algo que no cuadraba. Resultaba extraño que Tom no hubiera regresado a su casa, dado que se dirigía hacia el pueblo cuando Matthew lo había visto. Quizá se había detenido en otro sitio. En otra casa del pueblo. Quizá tenía un caballo a mano y se había desplazado una distancia mayor.
Sin otra respuesta, no le quedaba más remedio que esperar a que la señora Willstone lo enviara a su casa tan pronto como regresara.