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Daniel interrumpió sus pensamientos cuando dijo:

– ¿Y bien?

– ¿Y bien qué?

– ¿No quieres saber lo que descubrí al alternar con tus afectuosas invitadas?

– Sí, claro.

Claramente satisfecho de volver a tener la atención de Matthew, Daniel añadió:

– Antes de comentarte nada más, me gustaría escuchar tus impresiones sobre las hermosas damas que invitaste a tu reunión campestre, y por cierto, esto sería mucho más entretenido si tú participases en las actividades.

Matthew se encogió de hombros.

– Son todas… aceptables.

– Pero seguramente si hubieras pasado la tarde con ellas te habrías formado alguna otra opinión. ¿Qué piensas de lady Emily?

Matthew lo consideró durante varios segundos y dijo:

– Es muy hermosa.

– ¿Y lady Julianne?

– Muy bella.

– ¿Y la vizcondesa Wingate?

– Es imponente.

Daniel lo estudió por encima de la copa.

– ¿Es todo lo que vas a decir?

Matthew se encogió de hombros.

– Hablé del tiempo con lady Emily. No le gusta el frío. Ni la lluvia. Ni el sol… pues hace que le salgan unas horribles pecas, ya sabes. Lady Julianne y yo estuvimos comentando la velada musical anual de los Dinstoy, a la que asistimos los dos la última temporada. Le gustó mucho, mientras que yo me quedé dormido y casi me caí de la silla al inclinarme para apoyar la cabeza contra la pared.

»La vizcondesa y yo debatimos de manera encantadora sobre los méritos de las mascotas domésticas, aunque ella prefiere esos perruchos diminutos que consiguen que Danforth me mire con cara de pena. -Matthew estiró las piernas y cruzó los tobillos-. Como te he dicho, todas son aceptables. Ninguna me interesó más que otra. Así que dime lo que hayas descubierto para inclinar la balanza en una u otra dirección.

Daniel asintió con la cabeza.

– Vale. Pero antes que nada empezaré por decirte que has tomado el camino equivocado. Si quieres conseguir esposa…

– Correcto. Necesito una esposa. Un tipo específico de esposa.

– Exacto. Necesitas una «heredera». Ése es el motivo por el cual invitaste a todas esas hermosas señoritas, aunque ciertamente esas damas pueden acabar con la paciencia de cualquier hombre. Deberías haber invitado a herederas de mayor edad. «Mucho mayores.» De esas que no necesiten que les compres un vestido nuevo cada media hora. De las que agradezcan la atención que les prestes en vez de hacer pucheros cuando las ignores. En mi experta opinión si un hombre debe escoger a una esposa, la ideal sería una que tuviera cien años y una dote de cien mil libras. Y si no habla nuestro idioma, mejor que mejor. Y no importa la apariencia que tenga. Recuerda esto, amigo mío: la belleza dura lo que la llama de una vela. Todas las mujeres son iguales en la oscuridad.

Tras lanzar esa última perla de sabiduría, Daniel levantó la copa a modo de brindis, luego hizo desaparecer el contenido de un solo trago.

– Desafortunadamente, si tiene cien años no valdría, ya que necesito que me proporcione un heredero -dijo Matthew con ligereza-. Y no tenía ni idea de que fueras un experto en escoger esposa. Sobre todo, cuando no tienes ninguna.

– El que no esté casado no quiere decir que no sepa cuáles son los requisitos necesarios que debe reunir. Créeme, no serás feliz con una jovencita que espere que le bailes el agua.

– No tengo intención de bailarle el agua a nadie. Necesito dinero, mucho dinero, y lo necesito ya. Mi intención es escoger a la heredera menos problemática que pueda encontrar, una que no desestabilice mi vida. Luego, tras las nupcias, me embarcaré en la monumental tarea de saldar las deudas de mi hacienda y hacer que sea rentable otra vez.

– Ya te he dicho que puedo prestarte dinero.

Matthew interrumpió a su amigo levantando la mano.

– Gracias, Daniel. Aprecio tu ayuda, pero no. Mis deudas son enormes. Incluso para tus bolsillos.

– Quieres decir las deudas de tu padre.

Matthew se encogió de hombros.

– Sus deudas pasaron a ser las mías cuando murió.

– Los pecados del padre -se lamentó Daniel con una mueca amarga que estropeaba su habitual gesto amable-. Aun así, no hay motivo para que tengas que casarte tan rápidamente. Tómate más tiempo, al menos hasta encontrar una heredera que te sea tolerable.

Matthew negó con la cabeza.

– Se me acaba el tiempo.

– Entonces quizá deberías haberte pasado el último año buscando a esa esposa que tanto necesitas en vez de encerrarte aquí, buscando algo imposible de encontrar. Algo que lo más probable es que ni siquiera exista.

– Puede que tengas razón. Puede que no exista. O que si lo hace, no lo encuentre nunca. Pero dada la libertad que obtendría si lo encontrara, tengo que seguir buscando. Y además…

– Fue algo que te pidió tu padre en su lecho de muerte. Lo sé. Pero, por el amor de Dios, Matthew, ¿vas a dedicar tu vida a satisfacer las egoístas peticiones de un hombre enloquecido por el dolor que se pasó sus últimos veinte años intentando hacerte sentir culpable? -Lo miró fijamente-. La promesa que consiguió arrancarte sobre esa misión imposible es otra manera más de controlarte desde la tumba. Lo que sucedió no es culpa tuya. Has pasado los últimos años pagando por algo que fue un accidente, intentando satisfacer a un hombre para el que ninguna disculpa fue suficiente.

Matthew tensó los hombros en un vano intento de protegerse de la culpa que lo invadió. Imágenes que tan inútilmente se empeñaba en poder olvidar desfilaron como un relámpago por su mente, bombardeándole y atormentándole, y cerró los ojos para intentar borrarlas.

– Tu padre ha muerto, Matthew. -La serena voz de Daniel lo sacó de sus dolorosos recuerdos-. No puedes seguir culpándote eternamente… No hay nada que puedas hacer, salvo vivir tu vida. Como tú desees.

Matthew abrió los ojos y clavó la mirada vacía en el fuego de la chimenea, imaginando que era la entrada al infierno.

– No seré libre hasta que no cumpla las promesas que hice. Hasta que encuentre lo que busco…

– Una tarea imposible… y eso si existe.

– … y casarme antes de un año.

– Una ridícula petición.

– No para mi padre, estaba desesperado por que tuviera un hijo. Soy el último de los Devenport. -Sintió un nudo en el estómago al pronunciar las palabras, casi atragantándose con ellas, y se forzó a alejar la desconsoladora imagen de James de su mente-. Ésa fue la última petición de mi padre.

– Y tan irrazonable como las demás peticiones que te hizo durante años. -Daniel lo taladró con la mirada-. Está muerto, Matthew. No lo sabrá.

Una miríada de emociones abrumaron a Matthew. Se inclinó hacia delante, colocó los codos en las rodillas y se pasó las manos por la cara.

– Me avergüenza admitir cuántas veces me he dicho eso mismo: «no lo sabrá». Pero cada vez que lo hago, mi cruel conciencia interviene, recordándome que yo sí lo sabré. Mi honor y mi integridad pueden estar manchados pero los quiero y los necesito limpios, aún significan algo. Al menos para mí. Hice varias promesas y tengo intención de cumplirlas. Y sé que la única esperanza que me queda para salvar la propiedad es haciendo un buen matrimonio.

Daniel soltó un suspiro.

– Muy bien. En ese caso, déjame contarte lo que he observado a fin de aligerar tu búsqueda. Empecemos por lady Emily.

– ¿Qué has averiguado de ella?

– No servirá. Por medio de una esclarecedora conversación con Logan Jennsen, que no sé cómo se las arregla para conocer la situación financiera de cada hombre de Inglaterra, me he enterado de que el padre de lady Emily (aunque se ha guardado mucho de ocultarlo) lo ha perdido casi todo y está al borde de la ruina. Lo cierto es que ese hombre se encuentra en una situación tan mala como la tuya.

– Maldición. Por supuesto es mucho mejor enterarse ahora, que después cuando no hay remedio. ¿Qué has averiguado sobre lady Julianne?