Danforth miró a la señorita Moorehouse con una expresión de adoración, se relamió y emitió otro «guau». Luego pareció como si el can sonriera ampliamente, y con un firme empujón del hocico apartó a Matthew y se coló entre ellos dos. Luego se sentó sobre el pie desnudo de Matthew y procedió a jadear como un perrito contra su pierna desnuda.
Maldición.
Devolvió la atención a la señorita Moorehouse. Ella clavaba los ojos en él con una expresión deslumbrada que se correspondía a la perfección con la manera en que él se sentía. Su mano aún reposaba sobre su pecho, justo encima del lugar donde su corazón latía como si acabara de llegar corriendo desde Escocia.
– Santo cielo -dijo ella con voz jadeante y ronca.
Si él se hubiera sentido capaz de hablar, habría expresado un sentimiento similar, aunque lo que habría dicho él sería algo parecido a: «Por todos los infiernos, ¿qué demonios ha ocurrido?»
– No tenía ni idea -susurró ella-. Me lo había preguntado…, pero jamás lo había sospechado…, ni en mis más descabellados sueños. -Y emitió un suspiro largo y placentero, que rebotó contra su piel-. Oh, Dios…
Él frunció el ceño. Por sus palabras parecía como si ella nunca hubiera sido besada, antes. Pero seguro que una mujer que había dibujado a un hombre desnudo había sido besada. Aunque había algo demasiado inocente en ella. Y la respuesta al beso, aunque innegablemente apasionada, le había parecido poco experimentada. ¿Era posible que hubiera sido la primera vez?
Antes de que él pudiera salir de su ensimismamiento y preguntar, ella parpadeó varias veces, luego levantó la cabeza de la pared y miró de reojo al suelo.
– ¿Supongo que esa masa informe de color café es Danforth?
Al oír su nombre, Danforth emitió otro «guau» ahogado y meneó el rabo sobre el suelo de parqué. Matthew se aclaró la garganta.
– Eso me temo.
– ¿Cómo ha llegado aquí?
– Sabe abrir las puertas. -Le dirigió a su mascota una mirada airada-. Yo le enseñé. -Y ahora mismo deseaba no haberlo hecho. El maldito perro se había pasado de listo. Y tenía un terrible don de la oportunidad.
«¿O había sido perfecto?» Su sentido común le decía que Danforth había salvado la situación. Había interrumpido algo que jamás debería haber empezado. Su excitado cuerpo, sin embargo, disentía por completo. Y una simple mirada a la señorita Moorehouse con los labios húmedos y el pelo suelto lo hacía desear volver a estrecharla entre sus brazos.
La mano de Sarah se apartó de su pecho, y él de inmediato echó de menos su contacto. Con un sonido avergonzado ella se retiró el pelo alborotado hacia atrás.
– Yo… siento la necesidad de decir algo, pero no sé qué.
Dijo esas palabras sin rastro de coquetería o argucia, y él no pudo evitar tomar un mechón suelto de su cabello para colocárselo detrás de la oreja.
– Usted es… magnífico. -Ella asintió con expresión seria-. Sí, quizá sea la palabra correcta. Usted es magnífico.
Él esbozó una sonrisa.
– Gracias. Pero es usted quien es… magnífica.
Lo estudió durante varios segundos mientras la confusión atravesaba sus rasgos. Luego negó con la cabeza.
– No lo soy. Sé que no lo soy. Y esto…, lo que ha sucedido entre nosotros, no debería haber sucedido. No debería estar en su dormitorio y nosotros no deberíamos habernos…
– ¿Besado? -le sugirió amablemente cuando su voz se desvaneció.
– Besado -repitió ella en un ronco susurro que provocó que él cerrara los puños para no agarrarla de nuevo.
Luego Sarah sacudió la cabeza como para despejarla de telarañas, y extendió la mano para coger las gafas del escritorio. Después de ponerse las gafas, lo miró. Todo rastro de deseo y excitación había abandonado sus ojos, reemplazados por la frialdad de alguien a quien no le importaba nada.
– Perdone, milord. No sé lo que me sucedió. No hago esto normalmente… -frunció el ceño y luego continuó en tono enérgico- no me comporto de esta manera. Creo que debemos olvidar lo que ha ocurrido.
– ¿Lo hará?
– Sí, ¿no lo hará usted?
– Creo que tiene razón en que deberíamos intentarlo. Pero, sin embargo, creo que no podremos.
– Tonterías. Uno puede hacer cualquier cosa que se proponga. Y ahora, debo irme. -Se alejó de él y se inclinó para recoger la camisa que se le había caído. Danforth estaba sentado sobre la manga y ella tuvo que tirar con fuerza varias veces para sacar la tela de debajo del perro. Y luego, la mujer que sólo unos momentos antes había temblado entre sus brazos atravesó el dormitorio a paso vivo y abandonó la habitación cerrando la puerta a sus espaldas sin volver la vista atrás.
Él clavó los ojos en la puerta cerrada durante varios segundos, luego con un suspiro se pasó las manos por el pelo y sacó el pie de debajo de Danforth. Quizá la señorita Moorehouse podría olvidar ese beso, pero sabía que él no lo haría.
La pregunta era: ¿qué pensaba hacer al respecto? ¿Y con ella? No tenía ni idea. Y además estaba el hecho de que lo había visto desnudo, y él siempre había creído en el juego limpio.
¿No debería hacer algo sobre eso? Tenía claro lo que quería hacer, Hummm. Parecía que las cuestiones que involucraban a la señorita Moorehouse lo hacían pensar demasiado. Y tenía el presentimiento de que pensar en ella le acarrearía demasiadas dificultades.
Capítulo 7
Diez minutos antes de que llegaran las demás chicas para la cita de la una de la madrugada, Sarah estaba delante del gran espejo de cuerpo entero de su dormitorio clavando la vista en su reflejo. Se había puesto un camisón blanco de algodón y una sencilla bata de algodón blanco que llevaba anudada en la cintura. Luego se había peinado el indomable pelo en una gruesa y sencilla trenza. Estaba igual que todas las noches, completamente normal. Pero no se sentía igual.
Levantó la mano y se pasó la yema de los dedos por los labios. Cerró los ojos y se le escapó un suspiro de placer. Nunca, ni siquiera en sus sueños más descabellados, ni una sola vez en las incontables horas que había permanecido despierta por la noche imaginando que la besaba un hombre, que la tocaba un hombre, había sospechado que la realidad pudiera ser tan increíblemente maravillosa.
Aquella deliciosa sensación de su cuerpo presionando el suyo, de sus labios en los suyos, de su lengua tocando la suya mientras con sus manos le acariciaba suavemente el pelo y le apretaba la espalda para atraerla más hacia él. La embriagadora sensación de la piel de su pecho bajo la palma de su mano, el agitado murmullo de su respiración, la abrumadora sensación de su dureza presionando contra la unión de sus muslos. Un intenso calor la invadió y apretó las piernas en un esfuerzo para reducir el dolorido pálpito donde él había presionado tan íntimamente contra ella, pero fue inútil.
Lo había sentido caliente. Firme y grueso. Ser envuelta por sus brazos era como ser abrasada por una manta suave secándose bajo los cálidos rayos del sol. Su pelo mojado había sido como seda húmeda bajo sus dedos. La había abrazado, la había besado, la había tocado con una ardiente pasión que ella nunca creyó que podría experimentar más allá de su imaginación. Y a pesar de lo activa que era su imaginación, nunca hubiera concebido una escena como la que había compartido con lord Langston.
¿Por qué? ¿Por qué la había besado así? Abrió los ojos para estudiar su reflejo y negó con la cabeza, completamente confundida. Nada de lo que reflejaba el espejo inspiraría la pasión de un hombre. Quizás él había estado bebido, aunque por lo que ella había visto, no olía ni sabía a nada de eso. Lo más humillante era considerar que lo más probable era que él hubiera estado pensando en otra mujer. Fingiendo que ella era otra persona. Que era una mujer hermosa. No había otra explicación lógica. A menos que…