Quizá la había besado para distraerla de que guardaba un cuchillo en el dormitorio, un cuchillo que había presionado contra su garganta cuando la creyó un intruso con intención de hacerle daño, ¿Guardarían todos los caballeros un arma como hacía lord Langston? Quizá. O quizá sólo lo hacían los caballeros que tenían algo que ocultar, Y era justo lo que había estado pensando hasta que… él consiguió que dejara de pensar con un beso.
Se le escapó otro suspiro. No importaba que él hubiera estado pensando en otra persona o tratando de distraerla, ahora ella conocía esa magia de la que sin querer había oído hablar a otras mujeres. Ese encantamiento al que Carolyn tan a menudo había aludido. Era embriagante. Era adictivo. Y, se temía, inolvidable.
¿Lo notarían su hermana o sus amigas? ¿Podrían notar a simple vista ese calor resplandeciente que pulsaba en su interior?
Se acercó más al espejo. No. Con las gafas puestas, aún parecía la Sarah de siempre.
Sonó un suave golpe en la puerta y apartó la mirada del espejo para cruzar rápidamente la habitación. Abrió la puerta para descubrir a Carolyn, Julianne y Emily en el pasillo, agarrando firmemente algo contra las batas.
– Parece ser que todas hemos tenido éxito en el juego de búsqueda -dijo Sarah después de que entraran las tres y cerrara la puerta.
– Sí -dijo Emily, con los ojos brillantes de excitación-. ¿Conseguiste la camisa de lord Langston?
«Entre otras cosas.» El rubor le inundó la cara.
– Sí. -Se aclaró la garganta-. Espero que haya ido todo sobre ruedas.
– Entré en el dormitorio de lord Thurston y estuve fuera, con la corbata en la mano, en menos de un minuto. -Presumió Emily, esbozando una sonrisa al colocar su tesoro sobre la cama-. Fue muy fácil.
– Lo mismo me ocurrió a mí -dijo Julianne, añadiendo las botas de lord Berwick que había obtenido-. No me encontré con nadie, pero el corazón me latía tan rápido que llegué a pensar que me desmayaría.
– Coger los pantalones de lord Surbrooke de su armario fue tan sencillo como coger margaritas en el jardín -dijo Carolyn con una sonrisa, mostrando su prenda antes de colocarla encima de las otras dos sobre la cama.
– Sarah dijo que los hombres eran unos memos -dijo Emily con una sonrisa traviesa-, y parece que, al menos en esta ocasión, está en lo cierto. -Miró a Sarah-. ¿Cómo te fue?
La cara de Sarah ardió todavía más y supo que debía de estar roja como un tomate.
– Bien. No tuve ningún problema. -Al menos ninguno que pensara compartir. Añadió la camisa de lord Langston al montón y luchó para borrar de su mente la imagen de él mojado y desnudo. Intentó concentrarse en la sonrisa de Carolyn.
– Podremos hacer un ejemplar estupendo de nuestro Hombre Perfecto con todos estos artículos -dijo Sarah-. Todo lo que necesitamos es rellenar las prendas con trapos o palos y tendremos al señor Franklin N. Stein.
– Podríamos acercarnos al pueblo y comprar los palos -dijo Julianne-. Los caballeros tienen programado un torneo de tiro con arco para mañana, será el momento perfecto -dijo con una amplia sonrisa-. Me encanta ir de compras.
Todas se rieron, y Emily sugirió:
– Hagamos una lista de las cosas que nuestro Hombre Perfecto diría y haría.
Todas estuvieron de acuerdo. Sarah se sentó detrás del escritorio mientras las demás se sentaban con las piernas recogidas sobre la colcha color marfil de la cama. Con la pluma en la mano, Sarah preguntó:
– Además de estar encantado de acompañarnos de compras, ¿Qué más diría?
Julianne se aclaró la voz y adoptó un tono grave.
– Pasar el día en mi club no es tan importante, querida. Prefiero quedarme contigo.
– Me gustaría bailar otra vez -añadió Emily, imitando también la voz de un hombre.
– Eres la mujer más bella que he visto nunca -fue la sugerencia de Carolyn.
– La mujer más inteligente y con las opiniones más interesantes -agregó Emily.
– Podría hablar contigo durante horas -dijo Julianne. Sus palabras acabaron con un suspiro soñador.
– ¿Estás cansada, mi amor? ¿Por qué no te sientas en el sofá y me dejas darte un masaje en los pies?
Todas estallaron en risitas tontas ante la última sugerencia de Carolyn, mientras la mano de Sarah volaba sobre el papel para apuntar todas las ideas.
– Me encanta el sonido de tu nombre -dijo Emily.
Una imagen de lord Langston vestido con la bata, el pelo mojado y la mirada clavada en su cara, pasó como un relámpago por la mente de Sarah. «Recuerdo su nombre…, señorita Sarah Moorehouse».
– Tu pelo es precioso -dijo Julianne.
Sarah detuvo la mano y cerró los ojos, rememorando esas mismas palabras con otra voz.
– Y también tus ojos -agregó Emily.
«¿Nadie le ha dicho nunca lo bonitos que son sus ojos?»
– Hueles muy bien -agregó Carolyn.
– Como las flores del jardín bajo un sol estival -Sarah no pudo evitar que las palabras de lord Langston escaparan de su boca y levantó la cabeza de golpe. Se encontró con que su hermana y sus amigas asentían con aprobación.
Con la cara ardiendo, Sarah centró toda su atención en la lista con celo renovado.
– Creo que él debería decir «quiero besarte» con mucha frecuencia -decretó Julianne.
«Quiero besarla.» Las palabras reverberaron en la mente de Sarah, calentando cada una de sus células. Ella había oído esas mismas palabras hacía un rato. Y lo cierto era que habían sido perfectas.
– También debería repetir continuamente «te quiero» -dijo Carolyn con suavidad-. Son las palabras más hermosas que he oído nunca.
El tono triste en la voz de su hermana devolvió a Sarah a la realidad y le dijo:
– Te quiero, Carolyn.
Como si lo estuviera esperando, su hermana sonrió.
– Yo también te quiero, cielo.
Sarah se ajustó las gafas y preguntó:
– ¿Qué es lo que haría nuestro Hombre Perfecto?
– ¿Quieres decir además de acompañarnos de compras, bailar, hablarnos y decirnos lo magníficas que somos? -preguntó Emily.
De nuevo las roncas palabras pronunciadas por lord Langston invadieron la mente de Sarah. «… Es usted quien es… magnífica.» Se aclaró la voz.
– Sí. Además de todo eso.
– Flores -dijo Julianne-. Debería traer flores.
– Y llevarnos de excursión en plan romántico -agregó Emily.
– Tomarse tiempo para saber qué cosas nos gustan y luego ofrecérnoslas -dijo Carolyn-. No tienen que ser cosas caras ni elaboradas. Sólo… detalles. -Su mirada adquirió una expresión lejana-. De los regalos que me hizo Edward, mi favorito fue un simple pensamiento. Secó una de esas flores, que son mis favoritas, entre las páginas de un libro de poemas de Shakespeare, justo en las páginas de mi soneto favorito. La flor provenía del jardín donde compartimos nuestro primer beso. -Una sonrisita iluminó su cara-. No le costó nada, pero para mí fue de un valor incalculable.
Sarah hizo la anotación en un lado, levantó la vista y preguntó:
– ¿Alguna cosa más?
– Creo que ahora nuestro hombre es realmente perfecto -dijo Julianne-. Lo único que nos queda por hacer es crearlo físicamente.
– Podemos reunimos aquí mañana por la tarde después de ir de compras -sugirió Sarah.
– ¿Vas a venir? -preguntó Carolyn.
– Si no os importa, preferiría quedarme aquí y explorar el jardín para hacer algún dibujo. Las plantas son espectaculares. -Esbozó una sonrisa-. Quizás estas preciosas damas puedan tentar a algún caballero a acompañarlas de compras.