Выбрать главу

Emily miró al techo.

– Es bastante improbable. Sin duda alguna preferirán cazar algunos zorros. Me senté al lado de lord Thurston en la cena, y ese hombre, aunque es muy bien parecido, es capaz de aburrir a un santo. Fue incapaz de hablar de nada que no fueran caballos.

– Pero no es un hombre desagradable -dijo Julianne-. La verdad, todos los caballeros aquí presentes son agradables. Y el señor Jennsen parecía muy entretenido con nuestra Sarah.

– Yo también lo noté -dijo Carolyn-. Ese hombre no podía apartar la vista de ti.

Fue el turno de Sarah de mirar al techo.

– Estaba siendo educado. Y bastante agradecido de no tener que hablar sobre la caza del zorro con lord Thurston y lord Berwick, como había hecho la cena anterior.

– Lord Langston y lord Surbrooke son también muy amables -admitió Emily-. Por supuesto eso cambiará si mamá y la tía de Julianne, Agatha, no cesan en esos pocos sutiles esfuerzos de casamenteras.

– Esfuerzos que se dirigen también hacia lord Berwick, lord Thurston y lord Hartley -añadió Julianne con un profundo ceño en la frente-. ¿Creéis que alguno de los caballeros presentes podría ser el Hombre Perfecto?

Emily negó con la cabeza.

– No. Tal hombre no existe, de otra manera no habríamos tenido que crearlo. -Emitió un dramático suspiro-. Pero ¡qué maravilloso sería que existiera!

Sí, sería algo maravilloso, aunque poco realista. Sarah recogió las prendas de vestir y las escondió en su baúl de viaje que estaba guardado en el fondo del armario. Las damas se dieron las buenas noches y prometieron encontrarse la tarde siguiente para dar vida a Franklin N. Stein.

Sarah cerró la puerta tras su partida, pero segundos después alguien llamó con un golpe seco. Abrió la puerta y se encontró con Carolyn en el pasillo. Después de que su hermana entrara en la habitación, le dijo:

– Sé que debes de estar cansada, Sarah, pero… -Extendió la mano y tomó la de Sarah-. Quería decirte lo feliz que me siento de que estés aquí conmigo.

Sarah se sintió aliviada de que la razón por la que Carolyn había regresado a su dormitorio no fuera nada malo.

– No más que yo.

– Lo sé, y te lo agradezco. Estas reuniones contigo, Julianne y Emily, y las aventuras de la Sociedad Literaria, son justo lo que necesito. -Una sonrisita apareció en los labios de Carolyn-. Por supuesto, estoy segura de que ya lo sabías.

– No puedo negar que esperaba que te divirtieras.

– Espero que tú también te estés divirtiendo. -Los ojos de Carolyn escrutaron su cara-. Veo que este viaje también ha sido bueno para ti. Confiaba en que ausentarte de tu rutina habitual, y alejarte de mamá, te permitiera extender un poco tus alas -le dirigió una breve sonrisa-. Y sabía que te gustarían los célebres jardines del marqués.

Sarah parpadeó.

– ¿Estás intentando decirme que en vez de venir por ti, como yo pensaba, tú querías venir por mí?

Carolyn sonrió ampliamente.

– Hay un dicho que dice que las grandes mentes piensan igual.

Sarah estaba sorprendida y emocionada, y añadió:

– Cierto. Pero no tienes que preocuparte por mí, Carolyn. Soy muy feliz.

– Sí, eso lo veo. Hay un… brillo nuevo en ti, y me alegro mucho.

Un profundo sonrojo cubrió rápidamente las mejillas de Sarah. Antes de que pudiera añadir nada más, Carolyn la besó en la mejilla y agregó:

– Buenas noches, cielo. Duerme bien. -Y luego se marchó, cerrando la puerta sigilosamente.

Sarah soltó un largo suspiro. Estaba claro que su brillo interior saltaba a la vista, al menos para Carolyn, que la conocía mejor que nadie. Era de agradecer que su hermana desconociera su procedencia. Lo que le hizo recordar la pregunta de Julianne: «¿Creéis que alguno de los caballeros presentes podría ser el Hombre Perfecto?»

Soltó un suspiro exasperado, enfadada consigo misma por ser tan caprichosa y poco práctica. No, el Hombre Perfecto no existía. Era sólo producto de la imaginación. Aunque… lord Langston, no podía negarlo, había sido perfecto tanto besando como preocupándose por ella. Había dicho varias de las cosas de la lista que diría el Hombre Perfecto y cumplía varios requisitos de la primera lista, la de los rasgos del Hombre Perfecto. Además de ser un hombre que sabía besar, lord Langston era guapo, ocurrente e inteligente. Y ella podía dar fiel testimonio de que era sorprendentemente apasionado y de que le hacía sentir mariposas en el estómago. No estaba segura de si era amable, paciente, generoso, honorable y honesto. La verdad era que los dos últimos rasgos podían ser puestos en entredicho, dados los secretos que guardaba. Estaba claro que sabía mucho menos de jardinería de lo que la gente pensaba. Y además, si no llevaba gafas… ¿cómo podía ser perfecto?

Y aun así, si fuera el Hombre Perfecto, ¿de qué le valdría a ella? Nunca sería su Hombre Perfecto, puesto que ella no atraía precisamente a hombres así. Pero mejor que él no lo fuera porque corría el riesgo de enamorarse locamente de él.

Y eso sería un desastre de proporciones gigantescas; simplemente le partiría el corazón en dos.

Pero si después de averiguar más cosas sobre él descubría que estaba cerca de ser perfecto, tendría que dejar de pensar en él inmediatamente. Y tendría que olvidarse de su beso. De la sensación de sus caricias. De la textura de su piel bajo los dedos. De su sabor.

Por desgracia, sospechaba que sería más fácil pensarlo que hacerlo.

– Excelente disparo, Berwick -dijo Matthew cuando la flecha de su invitado cayó en el anillo de nueve puntos de la diana que estaba al otro lado del césped.

Lord Berwick bajó el arco.

– Gracias. Creo que eso me da posibilidades.

– Va mejor que Jennsen, pero a él aún le falta disparar una flecha -le recordó Matthew.

Después de observar la calmada y constante determinación que Jennsen había exhibido durante las dos últimas horas en el campo de tiro con arco, Matthew ya no se preguntaba por qué ese hombre tenía éxito en los negocios. Aunque era el menos experimentado de los arqueros, Jennsen había ido a por sus adversarios uno por uno, nunca había parecido cansado ni sudoroso. Incluso en las ocasiones en que su disparo era menos brillante su absoluta confianza estremecía a los demás tiradores, obligándolos a cometer errores imperdonables. A lo largo del torneo la atmósfera de amigable competencia había desaparecido dando paso a una tensión casi palpable, sobre todo en las dos últimas rondas. Hartley y Thurston se había dejado llevar por la frustración en varias ocasiones; Thurston había llegado incluso a romper una flecha con la rodilla.

Cada una de las rondas había resultado ser muy competitiva. Daniel ganó la primera ronda, y Matthew la segunda. Hartley y Thurston se disputaron la tercera ronda, ganando finalmente Hartley con un tiro perfecto. Jennsen había ganado la cuarta y Berwick la quinta. Todos habían estado de acuerdo en que ésa era la última ronda y ya habían llegado al último tiro.

– Jennsen necesita obtener diez puntos para ganar -dijo Thurston, mirando al americano. Un frío brillo inundó sus ojos-. ¿Alguien quiere hacer esto más interesante?

Logan Jennsen le dirigió una fría mirada a Thurston, luego miró decidido a Berwick.

– Apuesto cinco libras a que hago el mejor tiro.

Berwick arqueó una de sus cejas rubias y esbozó una sonrisa divertida.

– Yo apuesto diez a que pierdes.

– Lo veo -dijo Hartley, mirando al americano con la misma falta de cordialidad que Thurston-. Apuesto por Berwick.

– Yo también -dijo Thurston. Se giró hacia Daniel-. ¿Por quién apuestas, Surbrooke?

Daniel sonrió.

– Por Jennsen. -Matthew detectó la rabia que brillaba en los ojos de Berwick.

– Acabarás arrepintiéndote -dijo Berwick en tono gélido.

Daniel se encogió de hombros.

– No me importa perder.

– ¿Y tú, Langston? -preguntó Berwick, fijando su mirada azul en Matthew-. ¿Por quién apuestas?