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Tomó otro sorbo de té y continuó:

– Pero Carolyn siempre me ha defendido. Lo cierto es que el manifiesto favoritismo que nuestra madre siente por ella ha sido siempre un motivo de vergüenza para ella incluso más que para mí. Carolyn es una persona afectuosa y cariñosa, nunca dejó de mostrarme su amor incondicional. Lo que ha hecho que todavía la quiera más.

Él la estudió por encima del borde de la taza.

– Observo que usted tiene el mismo problema que su madre en la vista.

– Aunque creo que podría haber sido algo más diplomática, no me dijo nada que no fuera cierto. Cualquiera que tenga ojos en la cara puede ver que Carolyn es impresionante y yo no. Es sencillamente la verdad, ni más ni menos. -Esbozó una sonrisa-. Por supuesto en ocasiones hago un esfuerzo extraordinario para probarle a mi madre que sea cual sea mi aspecto no merezco el estatus de favorita.

De inmediato, los ojos de Matthew brillaron con interés.

– ¿Sí? ¿Qué hace?

– Va a pensar que soy una persona horrible.

– Lo dudo. Basándome en lo que me ha dicho, no pensaría que usted es horrible ni aunque hubiera vaciado un cubo lleno de agua sobre la cabeza de su madre.

Su cara debía de estar roja como un tomate, porque él le preguntó en tono de guasa:

– ¿Le ha vaciado un cubo lleno de agua sobre la cabeza?

– No. Pero no puedo negar que lo he pensado.

– Apuesto lo que sea a que en más de una ocasión.

– Casi todos los días -fue la seca respuesta.

– Pero se contuvo. Está claro que usted posee una constitución fuerte.

– No particularmente. En la mayoría de los casos el cubo era demasiado pesado para que lo pudiera levantar.

Él se rió, fue un sonido profundo y seductor. Le relucieron los dientes y la sonrisa se reflejó en los ojos. El efecto fue… deslumbrante.

– ¿No ha oído hablar de los cubitos?

– Sí. Pero mi intención era fastidiar a mi madre, no enfadarla.

– ¿Y se las arregla para fastidiarla?

– Bueno, no es muy difícil. Me encanta sentir el sol en la cara, así que me quito el sombrero en el jardín, un crimen según mi madre, ya que las pecas que me salen sólo consiguen que mi cara resulte todavía menos atractiva. Algunas veces finjo entenderla mal. Por ejemplo, si mi madre dice «me voy a desmayar», puedo contestarle, «ah, sí, tengo algo que pintar». -Sarah intentó por todos los medios no sonreír-. Está convencida de que estoy sorda. Y luego juego con ella a algo que llamo el «juego de los sentidos». Le digo cosas como «no te oigo bien, no llevo las gafas».

Matthew sonrió ampliamente.

– O como «puedo olerlo, ya sabes que no soy sordo».

– «Puedo verlo, no estoy sorda.»

– «Puedo olerlo, no soy ciego.»

Sarah se rió.

– Exactamente. Mi madre suelta un suspiro de resignación, mira al cielo y masculla por lo bajo…, no estoy segura de si un juramento o una plegaría para que Dios le dé paciencia. No lo debería encontrar tan gracioso, pero lo hago. Y ahora ya conoce mi mayor secreto…, no soy buena persona.

– Mi estimada señorita Moorehouse, si estos pequeños ejemplos es en lo que se basa para decir que no es buena persona, le sugiero que se replantee sus criterios porque eso no la capacita para ser la reina del mal.

– Quizá no, pero lo cierto es que mi falta de belleza ha sido algo positivo para mí. Como toda la atención de mi madre siempre ha recaído en Carolyn, he podido tomarme libertades de las que se privan a la mayoría de las jovencitas.

– ¿Como cuáles?

– Mientras Carolyn estaba atrapada por mi madre, recibiendo interminables lecciones de conducta, baile y posturas formales, pude correr bajo el sol, dibujar flores, cultivar el jardín, explorar el campo, dar largos paseos, nadar en el lago. -Se inclinó para tomar un panecillo y le dirigió una sonrisa traviesa-. Le comunico que soy muy buena pescando y atrapando ranas.

En los ojos de Matthew brilló la diversión.

– Por qué será que no me sorprende. Cuando era niño me gustaba atrapar ranas. Y algunas veces pescar. Pero hace años que no lo hago. -Tomó un sorbo de su té, luego se reclinó en la silla-. ¿Qué me cuenta de su padre?

– Mi padre es médico, con frecuencia se pasa los días visitando pacientes en otros pueblos. Pasa poco tiempo en casa y cuando está, se encierra en su estudio para leer publicaciones médicas. Incluso ahora, cada vez que me ve, me da una palmadita distraída en la cabeza y me envía fuera…, exactamente igual que cuando tenía tres años.

Él asintió lentamente y su mirada se volvió pensativa.

– Raras veces vi a mi madre cuando era niño, y mis recuerdos sobre ella son algo borrosos. La recuerdo muy hermosa, siempre saliendo para alguna velada o fiesta. Supongo que se preocupaba por mí, aunque nunca me lo dijo. Después de que murieran James y Annabelle, la vi cada vez menos porque estaba interno en la escuela la mayor parte del tiempo y solía irme a pasar las vacaciones con mi amigo Daniel, lord Surbrooke. -Hizo una pausa, luego añadió quedamente-: Mi madre murió cuando yo tenía catorce años.

– Y su padre falleció el año pasado -dijo Sarah con suavidad.

– Sí. -Un músculo palpitó en su mejilla-. Le dispararon. Fue un salteador de caminos que trataba de robarle. Nunca lo capturaron. Fue como si desapareciera de la faz de la tierra después de asesinarlo.

– Lo siento. Lamento su pérdida y que usted ahora esté… solo.

Él la miró con una expresión un tanto inquieta. Sarah se maldijo interiormente por no contener la lengua.

– Perdóneme, milord. Lo dije sin ánimo de ofender. Algunas veces expreso mis pensamientos en voz alta sin darme cuenta.

– No me ha ofendido. Tengo algunos amigos íntimos y muchos conocidos, así que no estoy solo. Pero no tengo familia, así que en ese sentido tiene razón.

– Me sorprende que no se haya casado.

– ¿De veras? ¿Por qué?

Sarah se dio cuenta de que ésa era la oportunidad perfecta para halagarle…, aunque cualquier halago no sería más que la verdad.

– Es bien parecido, con título, sabe… -«besar muy bien»- de jardinería. Muchas de las cualidades necesarias para asegurarse la atención femenina.

– Podría decirse lo mismo de usted, señorita Moorehouse.

Ella sonrió abiertamente.

– ¿Soy bien parecida y tengo título?

Él le devolvió la sonrisa.

– Bueno, usted no tiene título.

– Ni soy bien parecida. -Se inclinó un poco hacia él y bajó la voz, como si compartieran un gran secreto-. Sólo los caballeros mayores y las mujeres severas pueden ser piropeados así.

– Cierto. La mejor manera de describirla sería «muy atractiva». Algo que ciertamente es.

De repente, a Sarah se le ocurrió que él también estaba adulándola. Y no sabía si debía sentirse halagada o sospechar de sus motivos. Sospechar, por supuesto, era la opción más sabia.

Antes de que ella pudiese decidirse, él continuó:

– De todas maneras, lo que quería decir es que me sorprende que no se haya casado.

Ella se quedó paralizada, y la desconfianza -en toda la extensión de la palabra-, la asaltó ante tan ridícula declaración que sólo podía ser un intento de adularla. Estaba claro que ese hombre se traía algo entre manos. O era un memo. Fuera lo que fuese, no debía preocuparse pues ella era de las que nunca atraería la atención ni de un hombre que tramara algo ni de un memo, y mucho menos de un memo tan atractivo como éste.

Sintiéndose mucho mejor, arqueó las cejas.

– ¿De qué se sorprende exactamente, milord?

– ¿Está buscando cumplidos, señorita Moorehouse?

– Le aseguro que no. -Por Dios, ella tenía demasiado sentido común para lanzarse a tan inútil tarea-. Simplemente siento curiosidad de por qué está tan sorprendido.

– Supongo que porque parece muy… natural. Y leal.

– O sea, como un perrito faldero.