Выбрать главу

Matthew entró en su estudio privado seguido de Daniel. Después de cerrar la puerta, se encaminó hacia la licorera y sirvió dos generosas copas. Le dio una a Daniel y se bebió la otra de un trago. Después de respirar profundamente, le contó a su amigo lo que había oído momentos antes sobre Tom Willstone.

Sacudiendo la cabeza, concluyó:

– Puede que no sepamos lo que estaba haciendo Tom cuando lo vi, pero ahora sabemos por qué nunca regresó a casa. Cuando lo vi, estaba más preocupado por haberlo encontrado deambulando por mi propiedad que por su propia seguridad. -Cerró los dedos sobre la copa-. Alguien lo asesinó, y probablemente poco después de que yo lo viera.

Daniel lo estudió por encima del borde de la copa de brandy.

– Por favor, dime que no te culpas.

Matthew negó con la cabeza.

– Aunque lamento que haya muerto, no puedo culparme por su trágico destino.

– Bien. ¿Qué crees que le sucedió?

– Hay varias explicaciones. Tal vez fue víctima de un ladrón.

– Puede ser. En el pueblo se rumorea que Tom siempre llevaba un reloj de oro en el bolsillo, y su esposa lo ha echado en falta. Al parecer no lo recuperaron con su cuerpo. Hay personas que han muerto por mucho menos.

– Sí -convino Matthew-. Pero no en Upper Fladersham. Quizás el asesinato tuvo algo que ver con lo que dijo su cuñado, Billy Smythe, de que Tom tenía una amante. Si esa otra mujer tenía un marido o un hermano u otro amante además de Tom, cualquiera de ellos podría no haberlo mirado con buenos ojos.

Daniel asintió con la cabeza.

– Cierto. Recuerda lo que me contó Billy cuando fui a casa de Willstone: no estaban demasiado contentos con él.

– No, no lo estaban. Y sí es cierto que tenía una amante, la esposa de Tom tampoco estaría muy feliz.

– Y se ha sabido que hay amantes que buscan venganza, especialmente cuando son abandonadas.

Matthew asintió lentamente.

– Sí, pero Tom era un hombre grande. Aunque supongo que incluso un hombre de gran tamaño puede ser derribado con una porra lo suficientemente contundente.

– Cierto. Lo mismo que si le dan por detrás en la cabeza con una piedra. O una pala que luego podría usarse para cavar una tumba.

– No me puedo imaginar a una mujer enterrándole.

– No era una tumba muy profunda -señaló Daniel-. Es posible que lo enterrara una mujer.

– Puede ser, pero no cualquier mujer.

– Quizá no estaba sola. Quizá fueron la mujer y el cuñado los que liquidaron a Tom.

– Quizá. Pero… -Matthew miró su brandy, luego levantó la mirada hacia Daniel-. Es posible que Tom me espiara, pero también puede que no lo hiciera…, puede que estuviera dando un paseo y que se tropezara con alguien. Alguien que me observaba.

– Alguien que no habría querido que supieras que te espiaba -dijo Daniel.

– Exacto. Lo que quiere decir que ese pobre bastardo podría haber muerto por estar en el lugar equivocado en el momento equivocado.

– ¿Estás diciendo que el asesino de Tom podría saber que andas buscando algo?

– Sí. Y que está esperando a que lo encuentre.

– Entonces podría matarte a ti también. Y luego apropiárselo.

Matthew se estremeció.

– Un pensamiento no muy agradable, pero que debemos considerar.

– Bueno, al menos nadie te vio esa noche con la pala o podrías ser sospechoso del asesinato de Tom.

La mano de Matthew se detuvo a medio camino de su boca y se quedó paralizado. «Sí que me vio alguien cuando regresaba a casa. Y además llevando la pala.»

– Maldición -masculló.

– ¿Qué sucede? -preguntó Daniel.

– Alguien me vio cuando volvía a casa anteanoche.

– ¿Quién?

– La señorita Moorehouse.

Daniel consideró la información durante varios segundos, después dijo:

– Esas condenadas solteronas parecen pasar mucho tiempo espiando por las ventanas. ¿Por qué supones que estaba despierta a esas horas?

– Me dijo que no podía dormir.

– Bueno, esperemos que la señorita Moorehouse no sume dos más dos y llegue a la conclusión equivocada, que no crea que sólo porque estabas vagando bajo la lluvia a esa hora impía acarreando una pala eres un asesino demente.

– Lo pintas de una manera encantadora. Y no vagaba, caminaba. No creo que piense que soy capaz de asesinar. -¿Lo haría? Ahora que lo pensaba, le parecía que ella le había dirigido una mirada extraña antes de que abandonara la terraza para reunirse con Daniel.

– ¿Quién puede entender la clase de locas ideas que se les meten a las mujeres en la cabeza? -dijo Daniel con el ceño fruncido-. Sus mentes son auténticos nidos de víboras retorcidas y venenosas.

– Tú, amigo mío, eres un cínico.

– Y tú, amigo mío, no eres… (por razones que escapan a mi razón) lo suficientemente cínico. Dime, ¿esa noche fue la primera vez que te sentiste observado?

– En los últimos once meses he salido a cavar incontables veces y nunca me había sentido vigilado antes.

– ¿Es posible que la presencia que sentiste fuera la de la señorita Moorehouse mirándote a hurtadillas por la ventana?

Matthew negó con la cabeza.

– Yo no estaba cerca de la casa.

– Quizás ella se aventuró bajo la lluvia.

– No me dijo que lo hubiera hecho.

Daniel arqueó las cejas.

– Quizá no quería que lo supieras.

– ¿Por qué me estaría espiando?

– ¿Quién demonios entiende por qué hacen las mujeres la mitad de las cosas que hacen? Pero si tú no te habías sentido observado antes de esa noche…, la primera noche que la señorita Moorehouse pasó en la casa, dicho sea de paso, me aventuraría a decir que lo que le ocurrió a Tom no tiene nada que ver contigo. Aun así, es mejor que te mantengas en guardia. Lo cierto es que si alguien está esperando a que encuentres algo, estarás a salvo hasta que lo encuentres.

– Qué pensamiento tan reconfortante -dijo Matthew secamente.

– ¿Tienes intención de salir a buscar esta noche?

– Tengo intención de salir todas las noches hasta que venza la fecha límite de un año.

– Lo que ocurrirá dentro de tres semanas.

– Veintiocho días para ser exactos.

– Momento en el que tendrás que casarte.

Matthew apretó los dedos en torno a la copa.

– Sí.

– Lo que quiere decir, que en tan corto lapso de tiempo -comenzó a enumerar los pasos a seguir con los dedos- elegirás a una novia, le pedirás que se case contigo, conseguirás el permiso y la aprobación de su familia, y, por falta de tiempo, pedirás una licencia especial.

– Sí.

– ¿Y cómo va todo? -preguntó Daniel con voz inocente.

– Muy bien, gracias por preguntar.

– ¿De verdad? ¿Ya has podido conseguir alguna de esas cosas?

– Pues la verdad es que sí. Ya tengo la licencia especial. La conseguí el mes pasado.

– Excelente -dijo Daniel, inclinando la cabeza con aprobación-. Ahora todo lo que necesitas es que alguien te acepte y pronunciar los votos que te unirán a ella hasta que uno de los dos estire la pata.

– Qué manera tan pintoresca de exponerlo.

– Hasta que la mano fría, húmeda y pegajosa de la muerte os separe.

– Entiendo, gracias. ¿Te ha divertido siempre el sufrimiento ajeno o es una afición que has adquirido recientemente?

Daniel ignoró su comentario sarcástico y preguntó:

– ¿Has pasado tiempo con la que hasta ahora es la más probable futura marquesa, lady Julianne? -Antes de que Matthew pudiera contestar, Daniel continuó-: No, por supuesto que no. Aunque te has guardado de contármelo, sé que has tenido una agradable conversación íntima en la terraza con la señorita «me gusta espiar por la ventana» Moorehouse. -Arqueó las cejas-. ¿Te importaría explicármelo?

– No hay nada que explicar -dijo Matthew, esforzándose por relajar los hombros repentinamente tensos-. Tomábamos el té. Y no manteníamos una conversación íntima. Como ya te he dicho, creo que ella tiene secretos. Quiero saber cuáles son.