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– Una idea estupenda dado que fue quien te vio volver a casa furtivamente con una pala la mar de sospechosa la misma noche que fue asesinado un hombre.

– No volvía furtivamente. Sólo caminaba.

Daniel lo miró durante unos segundos y luego dijo en voz baja:

– No tengo ni idea de qué ves en ella, pero dejando eso de lado, deberías recordar que no tiene dinero.

– Soy muy consciente de ello.

– Bien. Como me tomo muy en serio tus intereses, pasé algún tiempo hablando con lady Julianne y su madre en el desayuno de esta mañana. ¿Quieres conocer mi opinión?

– Aunque dijera que no, me la darías igualmente.

Daniel sonrió.

– Qué bien me conoces. Lady Julianne es una preciosa joven con una despótica madre que la asfixia. Es agradable, amena, y por la manera cordial en que trata a su madre, debe de tener la paciencia de una santa. Si pudieras apartarla de esa marimandona, sería una esposa aceptable. Por lo menos no discutiría contigo ni se quejaría de que la tuvieras relegada en el campo. Sin embargo, si esa atroz mujer tiene que convertirse en tu suegra, te aconsejaría que la alejaras de ti tanto como te fuera posible.

– Gracias por la información. Aunque tengo una curiosidad… Si lady Julianne es tan preciosa y amena como dices, ¿por qué no la quieres para ti? -Le dirigió a su amigo una mirada especulativa-. ¿Estás interesado en otra dama?

¿Fue un leve parpadeo lo que observó en los ojos de Daniel? Antes de que pudiera decidirlo, su amigo dijo con ligereza:

– Está claro que has olvidado que yo no busco esposa. Mi único interés es ayudar a un amigo a encontrar la esposa que necesita. Ni siquiera aunque sufriera un fuerte golpe en la cabeza me decidiría a atarme a una mujer, pero si lo hiciera, seguramente no escogería a ninguna como lady Julianne. Las niñas virginales no son de mi agrado. Me aburriría a más no poder al cabo de una semana. Pero bueno, es ideal para ti.

– ¿Y por qué razón no habría de aburrirme a mí?

– Porque tú estás desesperado por conseguir esposa y además tiene que ser una heredera. Y lo bastante joven como para tener hijos. Creo que en tu posición no te puedes permitir ser demasiado selectivo. Un poco de aburrimiento no es un precio tan terrible a pagar con todo lo que puedes ganar a cambio. Pero podrás formarte una idea mejor de lady Julianne después de pasar más tiempo con ella. Te sugeriría que empieces con la cena de esta noche.

– ¿En la cena? -Matthew frunció el ceño. Había tenido intención de sentar a la señorita Moorehouse a su lado.

– Sí, en la cena. Ya sabes, la comida que se hace después de la puesta de sol. Sienta a lady Julianne a tu lado. Relégame al otro extremo de la mesa, donde, con tu permiso, haré todo lo posible por arrancar a la señorita Moorehouse todos sus secretos y descubrir si cree que eres el asesino de la pala, y de paso tú te las arreglas para encandilar a la preciosa heredera que tanto necesitas. A no ser que prefieras sentar a la señorita Moorehouse junto a Logan Jennsen otra vez. Por sus comentarios de esta tarde, no creo que se quejara.

El cuerpo de Matthew fue sacudido de pies a cabeza por una sensación desagradable muy semejante a un calambre.

– Sentaré a Jennsen al lado de la preciosa lady Wingate. Eso lo mantendrá ocupado.

Por un fugaz segundo pareció como si Daniel acabara de morder un limón.

– Mejor aún, sienta a Jennsen entre lady Gatesbourne y lady Agatha. Estará ocupado con ambas damas.

Sí. Y eso era justo lo que Jennsen se merecía.

En la cena de esa noche, Matthew se sentó en la cabecera de la mesa con lady Julianne a la derecha y Berwick a la izquierda. Recorrió la mesa con la mirada, observando que Jennsen conversaba con la locuaz lady Agatha que, sin duda, le estaba poniendo al tanto de los morbosos detalles sobre el asesinato de Tom Willstone. Lady Gatesbourne, que estaba sentada del otro lado de Jennsen, observaba al hombre con ávido interés y los ojos le brillaban con codicia mal disimulada. Sin duda calculaba los cientos de miles de libras que valía Jennsen. Una lady Emily muy sonriente recibía los halagos de Hartley y Thurston, los dos habían recobrado el buen humor tras las pérdidas en el campo de tiro con arco.

Daniel estaba sentado junto a la señorita Moorehouse, y Matthew confiaba en que su amigo la tratara lo mejor que pudiera. Todo iba bien. Debería estar relajado y pasando un buen rato, y debería centrar su atención en la hermosa lady Julianne. Pero no lo hacía.

No importaba cuánto lo intentara, apenas podía concentrarse en la conversación. Gracias a Dios, Berwick parecía feliz de hablar, y Matthew le había cedido el peso de la conversación.

Sus ojos se negaban a cooperar y en lugar de mirar a lady Julianne, su atención se desviaba constantemente al otro extremo de la mesa, donde parecía que a Daniel y a la señorita Moorehouse les iba muy bien. En ese momento ella sonrió a Daniel, una sonrisa preciosa que se reflejó en sus ojos risueños tras la gafas. Oyó la profunda carcajada de Daniel y se puso tenso.

Maldita sea, no podía malinterpretar la desagradable sensación que lo embargaba. Eran celos. Quería ser el único al que se dirigiera esa preciosa sonrisa. No a su mejor amigo. Quería ser el único con el que se riera. No con su mejor amigo.

¿Y qué pasaba ahora? Logan Jennsen había dicho algo desde el otro lado de la mesa a la señorita Moorehouse, lo que consiguió que ella le dirigiera una sonrisa radiante. Maldita sea, ella estaba tan deslumbrante como si tuviera una luz interior. Y Jennsen -que se suponía que tenía que estar ocupado con lady Gatesbourne y lady Agatha- miraba a la señorita Moorehouse como si fuera un cazatesoros que acabara de encontrar una cueva repleta de joyas.

Maldito bastardo. Jennsen tenía más dinero que la maldita familia real, no tenía por qué casarse con una heredera. Y por lo que parecía, no tenía ningún tipo de interés en las herederas. No, parecía que sólo tenía ojos para la señorita Moorehouse, a la que esa misma tarde había descrito como preciosa.

Maldito bastardo.

– ¿No estás de acuerdo, Langston?

La voz de Berwick lo sacó bruscamente de sus pensamientos y se forzó a centrar la atención en su compañero de mesa.

– ¿De acuerdo?

– En que lady Julianne está excepcionalmente hermosa esta noche.

Matthew se giró hacia lady Julianne y le dirigió una sonrisa con la esperanza de que no pareciera tan tirante como él se sentía.

– Muy hermosa.

Y era verdad. Con un vestido de noche color melocotón pálido que resaltaba sus delicados rasgos, el pelo dorado y el pálido cutis perfecto, era simplemente impresionante. Sin duda, su padre estaría abrumado con cientos de ofertas por ella. Y lo cierto era que parecía que Berwick estaba ya medio enamorado de ella. Un rápido vistazo a la mesa le confirmó que tanto Hartley como Thurston no le quitaban ojo. No debería tener que pensarse dos veces la idea de cortejarla y pedirla en matrimonio. ¿Qué demonios le pasaba?

De nuevo su mirada se desvió al extremo opuesto de la mesa. A unas gafas y unos enormes ojos de cervatilla. A una sonrisa con hoyuelos y aquellos mechones sueltos de cabello indomable. A unos dedos manchados de carboncillo. A unos labios exuberantes y un vestido gris que de ninguna manera deslucía su aspecto.

Justo entonces Sarah apartó la vista de Daniel y su mirada cayó sobre él. Sintió como si le hubieran dado un puñetazo en el pecho. Los murmullos y el delicado tintinear de la cubertería de plata contra la porcelana china se desvanecieron. Durante unos surrealistas segundos le pareció que eran las únicas personas de la habitación y que algo privado e íntimo fluía entre ellos.

El calor lo atravesó como si ella lo hubiera tocado, y aunque intentó con todas sus fuerzas mantener los rasgos impasibles, se preguntó si ella podría haber notado cuánto le afectaba. Luego apareció una mirada inquisitiva en sus ojos, una que le hizo sentirse como si fuera un puzzle que ella intentara resolver.