Danforth, que había percibido su presencia con claridad, giró la cabeza hacia su dueño. Parecía sonreír ampliamente. Matthew casi podía oír cómo el animal decía: «¡Mira lo que encontré! ¡Es estupendo!»
Hummm. Ese nuevo truco de Danforth de encontrar a Sarah en lugares donde ella no esperaba ser encontrada… lo había aprendido de él claramente. Y le era de lo más útil.
Ella levantó la mirada y clavó la vista en él por encima de Danforth con una expresión tan perpleja que Matthew no dudaba que era igual a la suya. Sin duda debería sentirse molesto por encontrarla allí. Espiándole. Sí, el frenético latir de su corazón era resultado de eso…, del fastidio. Puede que pareciera anticipación, pero no lo era. ¿Y la oleada de calor que lo había atravesado? Podía parecer deseo, pero no era más que pura irritación. Y por supuesto no la estaba imaginando desnuda. Y mojada. Y derritiéndose entre sus brazos.
Levantando una mano, se ajustó las gafas y frunció el ceño.
– ¿Lord Langston? ¿Es usted?
Por Dios, esa mujer estaba como una cabra.
– Por supuesto que soy yo. ¿Qué estás haciendo aquí?
En vez de contestar a su pregunta, ella le lanzó otra.
– ¿Por qué te tapas la cara?
«¿La cara?» Levantó una mano y se tocó el olvidado pañuelo. Con un gesto impaciente tiró con brusquedad de la tela y la miró desafiante.
– Ya no me la tapo. ¿Qué estás haciendo aquí? -preguntó de nuevo.
Ella alzó la barbilla.
– ¿Qué estás haciendo tú?
Sin apartar la mirada de ella, se acercó. Cuando estuvo directamente delante de Sarah, le silbó a Danforth, que inmediatamente se levantó y se colocó a su lado.
– Estoy trabajando en el jardín -le contestó con una voz perfectamente calmada.
Ella arqueó las cejas y señaló con un ademán de cabeza el cuchillo que él agarraba firmemente en una mano.
– ¿De verdad? ¿Qué tipo de cuidado suministras con ese cuchillo? ¿Sueles acuchillar a las flores nocturnas?
– ¿Qué estás haciendo con ese atizador? ¿Buscando leña?
– Lo traje como medida de protección. Por si te has olvidado un hombre fue asesinado no muy lejos de aquí.
Un escalofrío de temor, añadido a la cólera que sentía por que ella se hubiera atrevido a salir sola, lo atravesó.
– Claro que lo recuerdo, lo que hace que te vuelva a hacer la misma pregunta: ¿qué estás haciendo aquí?
– Dando un paseo, me gusta el aire de la noche.
Él dio otro paso hacia ella. Sarah agrandó los ojos pero no se apartó.
– ¿Después de bañarte?
– Sí. Aunque parezca mentira, el baño no me incapacita para caminar.
– Podías disfrutar del aire de la noche sin abandonar la comodidad de tu dormitorio -le dijo con su voz más sedosa-. Sólo bastaba con abrir las ventanas y recorrer la habitación de un extremo a otro, sin arriesgarte a toparte con un asesino. O eres muy valiente o muy boba.
– Te aseguro que no soy tonta. He traído el atizador, y estaba dispuesta a usarlo -le lanzó una mirada airada-, y todavía lo estoy, si es necesario. También sabía que si tú y Danforth andabais por aquí, no estaría en peligro.
– ¿Cómo sabías que Danforth y yo estábamos por aquí?
– Os vi desde la ventana. Ahora te toca a ti contestar a la pregunta que has ignorado. ¿Qué estabas haciendo con ese cuchillo?
– Lo llevo para protegerme de los intrusos.
– Tenía la impresión de que era una invitada, no una intrusa.
– Todos mis invitados están durmiendo a estas horas.
– Y te opones a que anden por el jardín.
– Exacto.
– Entonces deberías escribir un manual de instrucciones para dárselo a tus invitados, no sabía que tenía que estar en cama a una hora determinada.
– Lo del manual de instrucciones es una idea excelente. Incluiré un capítulo en el que se indique expresamente que los invitados no deberán espiar al anfitrión.
– En ese caso, te sugeriría que agregaras también un capítulo en el que se deje bien claro que el anfitrión no debe mentir a los invitados.
– ¿Estás admitiendo que me espiabas?
Ella vaciló, luego movió la cabeza asintiendo con tanta fuerza que las gafas se deslizaron hacia abajo.
– Sí.
– ¿Por qué?
– Para averiguar por qué me habías mentido.
– ¿Y en qué piensas exactamente que te he mentido?
– En la razón de que visites de noche el jardín. -Alzó la barbilla todavía más-. Sea lo que fuere por lo que estés aquí, no tiene nada que ver con las plantas de floración nocturna ni con cualquier otra cosa de jardinería.
– ¿En qué basas tal acusación?
– Dígame, milord, ¿es en esta zona del jardín donde están plantadas las tortlingers?
Matthew vaciló un instante, maldiciéndose interiormente por no haber preguntado a Paul.
– No.
– ¿Y las straff wort?
– Tampoco. Como tú misma puedes ver, en esta zona del jardín sólo hay una rosaleda.
Ja. Vale. Incluso él sabía lo suficiente sobre rosas para engañar a una autoproclamada experta en jardines.
– Entonces, ¿las tortlingers y las straff wort están en otra zona del jardín?
– Obviamente.
– ¿Estarías dispuesto a enseñármelas?
– Por supuesto. Pero no ahora.
– ¿Por qué no?
– Porque ahora mismo pienso escoltarte hasta la casa y luego volveré a dedicarme a mis asuntos, sean los que sean.
– No harás eso, porque no pienso irme. Lo que vas a hacer es decirme exactamente qué estabas haciendo aquí fuera. Sin mentiras.
– No me gusta que me llamen mentiroso, Sarah.
– Entonces te sugiero que dejes de mentir. -Ella hizo una dilatada pausa, luego añadió-: No existen ni las tortlingers, ni las straff wort.
– ¿Perdón?
Ella repitió sus palabras, con lentitud, como si él fuera corto de mollera.
Matthew se quedó paralizado, luego sin ningún tipo de explicación tuvo el deseo de echarse a reír. No de ella, sino de sí mismo. Maldición. Ella le había dado cuerda y él se había ahorcado como un tonto. No estaba seguro de si debía sentirse molesto, divertido o impresionado.
– Ya veo -dijo él, incapaz de ocultar su admiración.
– Entonces seguro que ahora puedes ilustrarme con una extensa explicación de tus visitas nocturnas al jardín.
– La verdad es que no. Lo que hago en mi propiedad no es asunto tuyo. El hecho de que nos hayamos visto desnudos no quiere decir que esté obligado a darte explicaciones.
– Es asunto mío si pienso que hace varias noches estuviste cavando una tumba para el señor Willstone.
– ¿Es eso lo que crees, Sarah? ¿Qué maté a Tom Willstone? -Antes de que ella pudiera contestarle, él se acercó un paso más a ella-. Porque si yo le maté, sin duda alguna te darás cuenta de que no hay ninguna razón por la que no te mate a ti. -Se acercó un paso más. Ahora estaban separados por menos de cincuenta centímetros-. Aquí y ahora.
Se miraron fijamente a los ojos y durante ese momento Sarah sintió como si le estuviera mirando directamente al alma.
– No creo que tú le mataras -dijo suavemente.
– ¿De veras? Como has dicho antes, me viste con una pala y no hay ninguna excusa para las mentiras que te he dicho sobre mis visitas nocturnas al jardín. ¿Por qué crees que no lo maté?
Ella lo estudió de nuevo durante largos segundos antes de contestar. Y él apretó los dientes para no dejarse arrastrar por aquella mirada profunda.