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– ¿Cómo sabes que yo no lo haré? ¿Cómo sabes que guardaré tu secreto o que no trataré de encontrar yo misma el dinero para quedármelo?

El deseo de tocarla se hizo demasiado fuerte para poder ignorarlo. Extendiendo la mano, le rozó suavemente la mejilla con la yema de los dedos.

– Mi corazón me dice que no serías capaz.

Ella lo miró fijamente durante varios segundos, luego algo que parecía dolor -o quizá decepción- brilló en sus ojos. Luego dio un paso atrás y la mano de Matthew cayó al costado. Ella reanudó el paseo.

– Por supuesto -murmuró ella-. Ahora lo entiendo todo. Por eso has sido tan… atento. Tan encantador. Ésa es la razón de que me besaras. De que me invitaras a tomar el té. De ir a mi dormitorio esta noche. Quieres que te ayude.

Matthew la sujetó del brazo y tiró de ella hasta que lo miró.

– No. -La palabra salió con más fuerza de lo que había querido.

– ¿No quieres mi ayuda?

– Sí que la quiero. Pero no es la razón de que haya tenido atenciones contigo.

De nuevo captó la punzada de dolor y decepción que brilló en esos ojos enormes, haciendo que le flaquearan las rodillas.

– Está bien, milord. Lo entiendo.

– Matthew. Y no. No, no lo entiendes -insistió él, su voz era tan afilada como un cuchillo. Ella no lo estaba entendiendo en absoluto, y él quería, necesitaba, que lo hiciera. Agarrándola del otro brazo, la acercó a su cuerpo-. Se suponía que ésa era la razón -admitió él, odiándose por el daño que veía reflejado en sus ojos-. Tenía que estar contigo, hablar contigo, porque quería información, quería aprovecharme de tus conocimientos sin decirte nada. Pero no funcionó así. Cada vez que hablaba contigo, olvidaba lo que suponía que estaba haciendo. Me olvidaba de todo. Excepto de ti. -Le rozó la suave piel de los brazos con los pulgares-. He tenido atenciones contigo porque no puedo apartarte de mi mente. Te besé la primera vez porque no pude evitarlo. Te invité a tomar el té porque deseaba tu compañía. Fui a tu dormitorio esta noche porque no pude mantenerme alejado. Te toqué por la misma razón por la que te toco ahora, porque no puedo mantener las manos apartadas de ti.

Sarah lo miró a los ojos, luego meneó la cabeza.

– Por favor, detente. No es necesario que digas esas cosas. Te ayudaré, o al menos lo intentaré.

– Maldita sea, aún no lo entiendes. -Apenas pudo resistir el deseo de sacudirla, y maldijo a cada una de las personas que a lo largo de la vida de Sarah la habían hecho sentirse inferior-. Es necesario que te diga esas cosas, porque son ciertas. Cada vez que estoy contigo, me ocurre algo. Eres tú… Me haces algo. Simplemente con que me mires. Simplemente estando en la misma habitación que yo. No lo puedo explicar, es algo que no me ha pasado nunca. Y para ser sincero, no estoy seguro de que me guste sentirme así.

Se miraron fijamente, y él sintió que algo crepitaba en el aire. Luego Sarah arqueó las cejas y, maldita sea, parecía muy divertida.

– Bueno, por lo menos has dejado de adularme. Aunque quizá deberías intentar no ser demasiado ofensivo. Después de todo, estás tratando con una mujer que lleva un atizador en la mano.

– ¿Ah? ¿Tienes intenciones de golpearme con él?

– Sí, si es necesario.

– ¿Y cuándo sería necesario? ¿Cuando yo hiciese algo… poco conveniente?

– Sí.

Cedió al deseo que lo había embargado desde el mismo momento en que la había visto bajo el árbol y acortó la distancia entre ellos con una zancada. Los senos de Sarah rozaron su tórax, y el contacto lo hizo arder. Inclinó la cabeza hasta que sólo un suspiro se interponía entre sus bocas.

– Entonces disponte a darme un buen golpe -le susurró contra los labios-, porque estoy a punto de hacer algo muy poco conveniente.

Capítulo 12

El atizador cayó de los dedos inertes de Sarah. Incluso aunque hubiera tenido tiempo para tomar medidas, nada la podría haber preparado para ese beso fiero y hambriento. Matthew amoldó su boca a la de ella exigiendo una respuesta. Y todo, incluido cada uno de sus pensamientos, desapareció de su mente salvo él.

Más cerca. Quería que la estrechara más cerca. Quería sentir la calidez que parecía irradiar de su piel y que la hacía arder de la manera más deliciosa. Quería que los brazos de Matthew se cerraran con fuerza alrededor de su cuerpo. Lo quería pegado a ella.

Como si le hubiera leído la mente, la estrechó con fuerza, alzándola hasta que sus pies dejaron de tocar el suelo. Ella le rodeó el cuello con los brazos y se aferró a él con todas sus fuerzas. Lo sintió moverse, luego se dio cuenta de que él se había girado con ella en brazos para apoyar la espalda contra un árbol.

Él abrió las piernas y la atrajo bruscamente contra la unión de sus muslos, un lugar donde la fricción era… perfecta.

En el dormitorio, la había seducido suavemente, con lentitud, pero ahora la sorprendió con una pasión que era fruto de la frustración y la más oscura necesidad. Le invadió la boca con la lengua mientras sus manos la apretaban más contra sí. El calor y el olor de su cuerpo la rodearon como una manta en llamas, mientras la exquisita presión de su duro deseo contra la unión de los muslos de Sarah reavivó al instante el fuego que él acababa de apagar. Se frotó contra ella, provocándole estremecimientos de placer que la recorrieron de la cabeza a los pies y le aflojaron las rodillas.

Cada beso era más profundo que el anterior, después los labios de él abandonaron los suyos para delinear su barbilla. Ella arqueó el cuello para darle mejor acceso y él, de inmediato, aceptó la invitación, fue descendiendo con sus besos hasta lamer con la lengua el hueco de la garganta. Ella entrelazó los dedos en su pelo y dejó caer la cabeza hacia atrás, absolutamente embriagada por la deliciosa sensación de decaimiento.

Con un profundo gemido, él levantó la cabeza, pero en lugar de besarla de nuevo, le apartó el pelo de la cara. Con un gran esfuerzo, ella abrió los párpados. Y se lo encontró mirándola directamente a los ojos.

La confusión que Sarah sentía por haber finalizado el beso debió de reflejarse en su cara, porque él dijo con suavidad:

– Por favor, no pienses que me he detenido porque no te deseo. El problema es que te deseo demasiado. Apenas me quedan fuerzas para resistirme a ti.

En el interior de Sarah, todos los sentimientos que él había avivado con sus besos y sus caricias apartaron a un lado su decoro, que le rogaba y ordenaba que guardara silencio. Haciendo acopio de valor, ella dijo:

– ¿Qué ocurre si no quiero que te detengas?

Los ojos de Matthew se oscurecieron.

– Créeme, me resultaría imposible hacerlo. Si no me hubiera detenido cuando lo hice…

– Si no te hubieras detenido, entonces, ¿qué?

Su mirada escudriñó la de ella.

– ¿No lo sabes? ¿Incluso después de lo que compartimos en tu dormitorio ignoras lo que ocurre entre un hombre y una mujer?

El rubor le inundó la cara.

– Sé lo que ocurre.

– ¿Porque lo has experimentado con Franklin?

– ¡No! No lo he experimentado nunca. Nadie me ha tocado nunca, ni me ha besado de la manera que lo haces tú. -Bajó la cabeza y clavó la mirada en el pecho de Matthew-. Nadie me ha deseado nunca.

Él le levantó la barbilla con la punta de los dedos hasta, que sus miradas se encontraron.

– Yo te deseo… -dejó escapar una risita carente de humor-, te deseo tanto que apenas puedo pensar en nada más.

– Sé que eso debería asustarme y desearía que así fuera. Pero me avergüenza admitir que no lo hace.

– Deberías estar asustada. Podría hacerte daño, Sarah. Sin querer.

La mirada de Matthew escudriñó la de ella. Sarah sabía que él no se refería al daño físico, lo que sólo podía significar que él temía que ella se enamorara de él. Algo que para su consternación ya estaba ocurriendo. Y su corazón se rompería tarde o temprano como muy bien sabía, pues él tenía que casarse pronto… Se quedó paralizada cuando la realidad la golpeó como un jarro de agua fría.