Algo que con sólo dirigirle una mirada había quedado descartado por completo. Le había bastado sólo un instante en su compañía para darse cuenta de que había malgastado todas esas horas que había pasado diciéndose a sí mismo que lo que sentía por ella era una aberración. Estaba claro que no era así.
Pero hasta que no lograra localizar el dinero, tenía que reprimir sus sentimientos. Era injusto y cruel hacerle una oferta de matrimonio que probablemente no podría realizarse.
– ¿Tienes ahí las palabras que quieres que mire? -preguntó ella con una voz absolutamente desprovista de emoción.
La pregunta lo sacó bruscamente de su ensimismamiento y asintió con la cabeza.
– Sí. Están en mi escritorio. -Cruzó la estancia y le ofreció una silla.
Ella vaciló unos segundos antes de caminar con firmeza hacia él. Cuando se detuvo delante de la silla, él estaba justo a sus espaldas. Y tuvo que agarrarse con fuerza al respaldo de madera de cerezo de la silla para no caer en la tentación de abrazarla. La nuca de Sarah, que él sabía que era como cálido terciopelo y que olía a flores, estaba a menos de diez centímetros de sus labios.
Saber que sólo tenía que inclinarse para rozar los labios contra su piel le hizo contener la respiración, lo que sólo contribuyó a aumentar su tortura. Su olor, una sutil fragancia floral que lo hacía sentir como si estuviera en el jardín bañado por los rayos del sol, invadió sus sentidos y tuvo que apretar los dientes para contener el gemido que pugnó por salir de su garganta.
A diferencia de él, ella parecía estar totalmente serena, algo que lo irritaba sobremanera. Excelente. Podría dejar de desearla si se sentía irritado. De hecho, cuanto más irritado, mejor. Él le acercó la silla y ella se sentó, luego se puso a su lado.
– Esto es lo que escribí justo después de morir mi padre -dijo él, señalando el papel del escritorio-. Era casi imposible entender lo que decía, las palabras fueron dichas de manera entrecortada y la mayoría no era más que débiles susurros y tartamudeos.
Ella pasó el dedo con lentitud por la lista, repitiendo cada una según pasaba la yema del dedo por encima.
– Fortuna. Hacienda. Oculto aquí. Jardín. En el jardín. Flor de oro. Parra. Fleur de lis. -Mientras continuaba mirando las palabras ella le dijo-: Cuéntame dónde has buscado hasta ahora. Basándome en esto supongo que habrás mirado en los alrededores de las flores doradas o amarillas.
– Sí. Le he preguntado a Paul por todas las plantas amarillas (mi color favorito), especialmente por las flores, y se mostró encantado de enseñarme la multitud de flores con matices dorados que tengo no sólo en el jardín sino en toda la hacienda.
Ella se giró y lo miró.
– ¿El amarillo es tu color favorito?
– No. -Deslizó la mirada por el vestido de Sarah para después mirarla a los ojos-. Me gustan los colores más oscuros. ¿Y a ti, Sarah? ¿Qué colores te gustan más?
Le sostuvo la mirada durante unos segundos, y un delicado rubor cubrió las mejillas de Sarah. Luego volvió a mirar el papel.
– Me gustan todos los colores, milord -dijo ella, enfatizando sutilmente la última palabra-. Después de buscar cerca de las flores doradas, ¿cavaste cerca de las parras?
– Sí. Acres y acres de parras. Al igual que las flores doradas, hay parras por toda la hacienda. A veces me parece que cuando creo haber encontrado la última, descubro otra. He estado muy ocupado esta primavera.
Se inclinó hacia delante y señaló las últimas palabras.
– No estoy seguro de lo de la flor de lis. Como ya te he dicho, era difícil comprender lo que decía.
– La traducción sería «lirios» -explicó ella-. Hay muchos lirios en tu jardín, y de muchas variedades diferentes.
– Y he cavado debajo y alrededor de todas. Después de buscar en las flores doradas, y luego infructuosamente en las áreas de las parras, dibujé un mapa del jardín y registré sistemáticamente todas las zonas. La rosaleda, donde me encontraste anoche, es la última sección que me queda por registrar. Basándome en que él dijo «oculto aquí» estoy seguro de que mi padre quería decir los jardines de Langston Manor. Pero a pesar de eso, he registrado el pequeño jardín de la casa de Londres, así como los invernaderos, tanto aquí, como en Londres, aunque no encontré nada.
– ¿Eso quiere decir que ya has registrado todas las zonas donde están plantados los lirios?
– Todas menos la rosaleda. ¿Por qué lo preguntas?
Ella se giró y lo miró otra vez. Como él se había inclinado, sus caras quedaron a menos de treinta centímetros. Con agrado, él observó que Sarah contenía el aliento y se le oscurecían los ojos. Parecía que ella no se sentía tan indiferente como aparentaba. Estupendo. Porque le desagradaba sobremanera sufrir a solas.
– Lo pregunto porque aunque la traducción literal de Fleur de lis es lirio, también se lo conoce como flor de iris.
Matthew se quedó paralizado.
– No lo sabía. ¿Estás segura?
– Sí -respondió escrutando sus ojos-. ¿Significa algo? Por lo que me has dicho ya has registrado todas las zonas de los lirios.
– Lo hice. Y no encontré nada. -Un atisbo de esperanza lo atravesó-. Pero «iris» podría ser una pista importante ya que no sólo es el nombre de una flor.
– ¿De qué más es el nombre? -preguntó con expresión perpleja.
– Iris era el nombre de mi madre. -Sus esperanzas crecieron-. Y lo que más le gustaba a mi madre del jardín era la zona que mi padre construyó especialmente para ella, en honor de su flor favorita. Y es el único lugar que no he terminado de registrar.
La comprensión asomó a los ojos de Sarah.
– La rosaleda.
Capítulo 13
Sarah miró directamente los hermosos ojos de Matthew y vio cómo la esperanza brillaba en esas profundidades color avellana. Casi podía sentirla emanando en oleadas de él.
Él extendió la mano y la posó sobre la suya.
– Gracias.
Un roce. Dios la ayudara, eso era todo lo que necesitaba su firme resolución de permanecer impasible para disolverse como el azúcar en el té caliente. Y no debería ser tan fácil.
Retirando su mano de debajo de la suya, se reclinó de nuevo en la silla.
– No tienes que agradecerme nada -dijo ella, cerrando involuntariamente los puños para retener el calor del contacto-. No sabemos todavía si esas palabras quieren decir que la rosaleda es el lugar correcto, e incluso aunque lo fuera es ahí donde estás cavando en estos momentos.
– No lo entiendes. Llevo buscando casi un año. Sin ningún resultado. Empecé a buscar con muchas esperanzas, pero a medida que pasaba el tiempo, las fui perdiendo poco a poco. Cada día que pasaba era un día más cerca del fracaso. Ésta es la primera vez en meses que experimento un atisbo de esperanza. Tengo mucho que agradecerte. -Curvó levemente los labios con un gesto de ironía-. Si no fuera por las rosas, sería una noticia perfecta.
– ¿Por qué?
– A las rosas no les gusto. O sería más justo decir que no me gustan a mí. Cada vez que estoy cerca de ellas me pongo a estornudar.
– Ah. Eso explica los estornudos que oí ayer por la noche.
– Sí.
– Debo decirte que me ayudaron a encontrarte.
– Igual que tu olor ayudó a Danforth a encontrarte a ti.
– Es difícil pasar desapercibido con el agudo olfato de Danforth por los alrededores.