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– Es más difícil todavía si estás rodeado de flores que te hacen estornudar.

La camaradería que había sentido con él desde su primer encuentro relajó parte de la tensión, y ella no pudo evitar sonreír.

– Serías un ladrón terrible.

– Sí, si robara rosas. Por suerte es la única flor que me afecta de esa manera.

– ¿No estornudas cerca de las tortlingers?

– No. Ni tampoco cerca de las straff wort. Ni tampoco cerca de… ¿A qué hueles?

– A lavanda. -Le dirigió una mirada de fingida reprimenda-. Lo cual sabrías si supieras algo de flores.

– Creo que ya dejé claro que tenía unos conocimientos muy limitados sobre ese tema. -Antes de que ella pudiera contestarle, Matthew añadió con suavidad-: El olor a lavanda no me hace estornudar.

– Eso espero, si no estornudarías todo el rato. Es el olor que predomina en tu jardín. -Negándose a considerar el porqué del tono ronco de su voz, dijo con energía-: Tengo una idea que podría serte de utilidad, una que te gustará, en especial si consideramos la sensibilidad que sientes por las rosas.

– Te escucho.

– Si quieres, estaría dispuesta a ayudarte a excavar en la rosaleda. Ni mi hermana ni mis amigas se extrañarían que me uniera a ti con ese propósito, ya que todas saben que me gusta trabajar en el jardín. Lo cierto es que les extrañaría bastante más si me siento con ellas para bordar. Tienes varios acres que cubrir, y si te ayudo, acabarías mucho antes, y por otra parte disminuiría considerablemente el tiempo que estarías en contacto con las rosas.

– ¿Estarías dispuesta a hacerlo?

– Sí.

No pudo ocultar su sorpresa.

– ¿Por qué?

– Por muchas razones. Me encanta trabajar en el jardín sean cuales sean las circunstancias, y es donde habría elegido pasar la tarde de todas maneras mientras los demás dan ese paseo a caballo sobre el que discutían en el desayuno.

Sarah entrelazó los dedos, tomó aliento y luego continuó con el discurso como si lo hubiera memorizado en su mente durante horas.

– Y me gustaría ayudarte. Podría argumentar que la razón es que buscar un tesoro me parece algo excitante y que me gustaría participar, cosa absolutamente cierta por otro lado. Pero para ser completamente sincera, sé lo importante que es para ti honrar los deseos de tu padre y volver a restablecer la hacienda de tu familia. Creo… creo que estábamos empezando a ser amigos antes de nuestro… imprudente… beso y me gustaría que esta amistad continuara…, platónicamente, por supuesto. Especialmente si, como parece, acabas casándote con una de mis más queridas amigas.

Esperó su respuesta, pero ante todo confió en que él no se hubiera dado cuenta de que no había sido completamente honesta con él. Su ofrecimiento también era egoísta y provenía de un hecho que ella no podía ignorar: si él encontraba el dinero, se liberaría de la necesidad de casarse con una heredera. Y aunque su sentido común y buen juicio le recordaban con firmeza que ese hombre podría tener a cualquier bella joven de la sociedad que quisiera, su corazón no podía evitar dejarse llevar por la esperanza de que si él tenía libertad para elegir, la escogería a ella. Una esperanza ridícula y alocada que había intentado reprimir por todos los medios, pero que permanecía viva muy a su pesar. Y eso la impulsaba a ayudarle. Para acelerar su búsqueda. Para que tuviera más posibilidades de éxito.

Él la estudió con una expresión que ella no pudo descifrar antes de preguntar con suavidad:

– ¿No te da miedo pasar la tarde conmigo a solas en el jardín?

«Por supuesto que sí.»

– Por supuesto que no. -La verdad es que no era él quien le daba miedo, sino ella misma. Pero si llevaba más de dos décadas practicando cómo ocultar sus deseos, sin duda alguna podría hacerlo durante una sola tarde-. Estuviste de acuerdo en que no habría más intimidades entre nosotros y eres un hombre de palabra.

Él no dijo nada durante varios segundos, sino que continuó mirándola con la misma expresión indescifrable. Finalmente, dijo en voz baja:

– En ese caso acepto tu oferta. ¿A qué hora se van tus amigas a pasear a caballo?

– Alguien sugirió salir cerca del mediodía, y pensaban hablar contigo para hacer un picnic en el campo.

– Excelente. Haré los preparativos y me disculparé por no asistir. ¿Quedamos a las doce y cuarto en la rosaleda? Te llevaré una pala y unos guantes.

Ella sonrió.

– Allí estaré.

Cuando Sarah llegó a la rosaleda pasaba un poco de las doce y cuarto. Fue recibida por el ladrido entusiasta de Danforth, que al momento se sentó encima de su zapato, y por el fuerte estornudo de lord Langston, que bajó el pañuelo blanco que le cubría la mitad inferior de la cara para saludarla.

– ¿Estás bien? -le preguntó, observando cómo volvía a colocar la tela en su lugar.

– Sí. Siempre que mantenga el pañuelo en su sitio.

Ella asintió y frunció los labios.

– Puede que no tengas el sigilo de un ladrón, pero sí que pareces uno.

– Gracias. Tus palabras son un gran consuelo. -Le tendió una pala-. Como puedes ver, me he dedicado primero a las rosas amarillas. Estoy cavando una zanja en la base de los rosales de cerca de cincuenta centímetros de profundidad. Después de cavar unos dos metros, regreso y relleno el hueco. De esa manera, si tengo que marcharme con rapidez, no me lleva demasiado tiempo dejarlo todo tal como estaba. -Desplazó la mirada a la familiar cartera que ella llevaba-. ¿Has traído el bloc de dibujo?

– Sí. He pensado que en caso de que nos tomemos un descanso, podría dedicarme a hacer ese boceto que te prometí de Danforth. -Los ojos de Sarah cayeron sobre la mochila que él tenía a los pies-. ¿También has traído cosas para dibujar?

– Es la comida, nos la ha preparado la cocinera al mismo tiempo que disponía la canasta para el picnic. Así no tendremos que regresar a la casa si tenemos hambre… A menos que prefieras volver.

– De ninguna manera. Me gusta comer al aire libre, y a menudo me llevo comida cuando trabajo en el jardín.

– Excelente. ¿Empezamos?

– Cuando quieras.

Sarah depositó la cartera en el suelo para coger la pala y los guantes de cuero que él le tendía. Al coger el mango de la pala, sus dedos se rozaron. Un cálido estremecimiento subió por el brazo de Sarah, que se reprendió mentalmente por la reacción de su cuerpo. Pero al levantar la vista hacia lord Langston vio que tenía la mirada perdida.

Estaba claro que ni siquiera había notado el contacto. Lo que por supuesto debería haberla complacido. Y lo hacía… hasta cierto punto. Lo único que le quedaba por hacer era reprimir esa parte de sí misma que se sentía confusa e irritada porque a él no le hubiera afectado aquel leve roce de sus dedos, mientras que a ella, por el contrario, la había dejado sin respiración. Estaba claro que ella era fácil de olvidar. Lo cual, por supuesto, era algo que siempre había sabido. Pero nunca antes había sentido cómo era ser olvidada tan fácilmente por un hombre.

«Es bueno que sepas ahora lo que se siente, porque en cuanto encuentre el dinero, él te olvidará en un periquete», la advirtió su vocecilla interior sin piedad. «Se casará con cualquier bella dama de su clase.»

Tomando la pala, se obligó a ignorar a la insidiosa voz y se concentró en la tarea manual. Trabajaron codo con codo sin hablar demasiado, los sonidos de las palas al cavar se mezclaban con el gorjeo de los pájaros y el susurro de las hojas. Sarah mantuvo enseguida un ritmo constante mientras tarareaba suavemente para sí misma, una costumbre que tenía cuando trabajaba en el jardín. Danforth encontró cerca una sombra donde tumbarse igual que hacía su adorada Desdémona. Pensar en su mascota le hizo sentir nostalgia por su hogar, aunque entre esos bellos jardines y Danforth, se sentía en ese lugar casi tan a gusto como en su propia casa.