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Ahora, embutidas en sus batas y camisones, los miembros de la Sociedad Literaria de Damas Londinenses estaban sentadas sobre la cama de Sarah con las piernas cruzadas. Franklin, con la cabeza llena de bultos finalmente cosida, aunque algo torcida, presidía la reunión apoyado contra el cabecero. Unos días atrás, en una reunión de la Sociedad Literaria que había tenido lugar mientras los caballeros iban de caza, Sarah le había dibujado la cara a Franklin, sus rasgos habían sido decididos con voto secreto. Cada una de ellas había votado por el caballero que poseía los mejores rasgos, el que poseía la mejor nariz, la mejor boca o mandíbula. Según los resultados, Franklin poseía los ojos de lord Langston, la nariz de lord Berwick, la boca del señor Jennsen y la mandíbula de lord Surbrooke.

– Es muy extraño cuánto se parece Franklin a todos los caballeros -dijo Emily.

– Salvo por los bultos de la cabeza -dijo Julianne-. Y no creo que ninguno de ellos posea una pierna más gorda que otra.

– También dudo que ninguno de ellos, o cualquier otro hombre si vamos a eso, esté tan… bien dotado como nuestro Franklin -dijo Carolyn.

Su comentario fue seguido por varias risitas tontas, y la imagen de lord Langston saliendo del baño se materializó en la mente de Sarah. Él se aproximaba bastante.

– Has hecho un maravilloso trabajo con la cara, Sarah -dijo Carolyn con una sonrisa.

Ella parpadeó con firmeza para hacer desaparecer esa inquietante imagen.

– Gracias. Y ahora vamos a ceñirnos al orden del día. ¿Algo que añadir?

– Sólo me gustaría señalar algo -dijo Julianne-: esta noche es muy similar a la noche tormentosa en la que el doctor Frankenstein creó al monstruo. -Se envolvió en sus propios brazos y lanzó una aprensiva mirada a las ventanas oscuras, salpicadas por la lluvia.

– Así que el ambiente es el idóneo -dijo Sarah en un tono tranquilizador pues sabía lo fácilmente que se asustaba Julianne-. Y eso es todo lo que es… el ambiente.

– Y también es una noche similar a la noche en que el pobre señor Willstone fue asesinado -añadió Julianne-. Mi madre no hace más que decir que hay un loco suelto por aquí, asesinando gente.

– No hay señales de que haya extraños acechando por aquí -dijo Carolyn palmeándole una mano a Julianne-. El señor Willstone estaba solo en mitad de la noche. Nosotras estamos rodeadas de gente.

– Sí, así que será mejor dejar de hablar de cosas tan inquietantes -dijo Emily-. Sé que convinimos en que ya le habíamos otorgado a nuestro Hombre Perfecto los atributos adecuados, pero ya que Franklin está aquí sentado entre nosotras, creo que deberíamos añadir algo más a nuestra lista de cosas que debería hacer el Hombre Perfecto.

– ¿Qué? -preguntó Sarah.

– El Hombre Perfecto no sólo debe estar dispuesto a sentarse en una habitación llena de mujeres chismosas y escuchar atentamente, sino que deberá ser sumamente discreto -Emily arqueó las cejas-, ya que Franklin está a punto de oír un chisme.

– Imposible…, no tiene orejas -bromeó Carolyn. Las risas disiparon el ánimo sombrío.

Julianne se acercó más a Emily y preguntó:

– ¿Cuál es el chisme?

– No me preguntes a mí -dijo Emily, obsequiándolas con su mirada más inocente-. Preguntadle a Sarah.

Sarah sintió de repente el peso de tres pares de ojos curiosos mirándola fijamente, y el estómago le dio un vuelco. Dios Santo, ¿se habría enterado Emily de alguna manera de sus excavaciones nocturnas?

– ¿A mí? -preguntó, quedándose horrorizada cuando la palabra sonó como un chillido culpable.

– Sí, a ti -dijo Emily, dándole un pequeño empujoncito. Se acercó un poco más al centro del círculo que formaban y dijo en un susurro audible-: Sarah tiene un admirador.

Por Dios. Lo sabía.

– No es lo que piensas…

– Por supuesto que sí -dijo Emily-. Es obvio que le gustas al señor Jennsen.

Durante varios segundos ella permaneció sentada con la boca abierta, estupefacta. Luego se liberó de la sorpresa y frunció el ceño.

– ¿Al señor Jennsen?

Emily miró al techo.

– No me digas que no te has dado cuenta.

Antes de que pudiese replicar, Carolyn dijo:

– Yo también he notado el interés que demuestra por ti, Sarah.

– Y yo -agregó Julianne.

Un acalorado rubor inundó el rostro de Sarah, revelando su vergüenza.

– Ha sido amable y encantador con todas nosotras.

– Sí -convino Carolyn-, pero especialmente contigo. -Frunció el ceño-. Me preocupa un poco. Parece un hombre decente, pero hay algo en él, no sé bien qué es…, es algo oscuro. Y reservado.

– Sin duda alguna su educación americana -dijo Julianne-. Algo por lo que no es aceptado por completo dentro de la sociedad.

– Eso y sus negocios -dijo Emily con desdén-. Personalmente creo que es un memo. Se pavonea ante la gente presumiendo de su riqueza, y ahora le ha echado el ojo a nuestra Sarah. Me gustaría saber por qué, si no es más que un paleto venido de las colonias. Se cree un diamante, pero no es más que una piedra falsa.

Sorprendida por los comentarios de Emily, Sarah se sintió impelida a defender al hombre.

– No he visto nada ofensivo en el señor Jennsen -dijo-. De hecho, siempre ha sido muy amable conmigo.

– Quizá no te ofenda -dijo Emily-, pero creo que debajo de toda esa ropa hecha a medida se oculta un hombre vulgar e incivilizado que no es lo suficientemente bueno para nuestra Sarah. Pero ¿qué opináis de los demás caballeros? Personalmente encuentro que lord Langston y lord Berwick son muy bien parecidos.

– Cierto -dijo Julianne-, pero lord Berwick es más guapo. Lord Langston es más bien melancólico. Y no parece demasiado apasionado. -Lanzó un triste suspiro-. Yo siempre he soñado con un pretendiente misterioso y apasionado.

– Quizá te sorprenda. -Las palabras salieron de la boca de Sarah antes de que pudiera detenerlas, y apenas se refrenó de llevarse la mano a esa boca desbocada. Dios Santo, sólo le faltaba decir cuan apasionado podía ser lord Langston. Pero Julianne tenía que averiguarlo por sí misma… y eso era algo en lo que Sarah no quería pensar.

Emily asintió.

– Estoy de acuerdo con Sarah… Quizá te sorprenda. Y sobre lord Langston corre el rumor de que está buscando esposa -añadió, lanzando una mirada traviesa en dirección a Julianne-. Y fue a ti a quien le pidió que fuera su pareja en el whist.

Incluso bajo la tenue luz Sarah podía ver el sonrojo de Julianne, y no pudo evitar sentirse incómoda y culpable. Ansiosa por desviar el tema de lord Langston, dijo:

– ¿Y qué opináis de lord Surbrooke?

– Otro hombre lleno de secretos -dijo Emily.

– Y de tristeza -dijo Sarah-. Incluso cuando se ríe la sonrisa no se refleja en sus ojos. ¿Y lord Berwick?

– Muy guapo -dijo Julianne.

– Fascinante -agregó Emily.

– Refinado, pero opino que es demasiado superficial -dijo Carolyn-. Me senté a su lado en la cena de esta noche y oí sin querer la conversación que mantuvo con lord Thurston, que estaba sentado frente a nosotros, sobre lo incompetentes que pueden llegar a ser los criados. Lord Berwick mencionaba que le faltaban un par de botas, un par que su ayuda de cámara jura haber metido en el equipaje aunque es obvio que no lo hizo. No se dio cuenta de la falta de las botas hasta que los caballeros fueron de caza, pues son las que le gusta usar en esas circunstancias.

– Oh, cielos, espero que nuestra pequeña broma no le cause dificultades al ayuda de cámara de lord Berwick -dijo Sarah, con la mirada fija en Franklin-. Supongo que deberíamos ir pensando en desmontar a nuestro Hombre Perfecto y devolver las prendas de ropa.