Mejor dicho, un dibujo al carboncillo de sus ojos junto con una nariz, una boca y una mandíbula que no eran suyos, pero que le resultaban muy familiares. Todo dibujado sobre una cabeza llena de bultos. Que no tenía pelo. Ni orejas.
En medio de un gran silencio él se quedó paralizado; salvo sus ojos, que deslizó hacia abajo por esa cosa… fuera lo que fuese. Parecía ser una réplica a tamaño natural de un hombre. Un hombre que llevaba su… ¿camisa? Un hombre que poseía una pierna considerablemente más gorda que la otra y que lucía lo que parecía ser una inusitada y enorme erección.
Bajó el puño y se giró hacia Sarah, que permanecía a unos metros con las manos en las mejillas, los ojos muy abiertos y una expresión de auténtico horror en la cara.
– ¿Qué demonios es esto? -preguntó él, sacudiendo con fuerza esa cosa. Al parecer lo sacudió demasiado fuerte porque oyó el sonido de un desgarro. La cabeza llena de bultos se desprendió de los hombros y rodó al suelo.
Sarah se inclinó al instante para recuperarla, luego se enderezó sujetándola protectoramente bajo el brazo. Los mismos ojos de Matthew quedaron mirando hacia él, tan reales que se encontró tocándose la cabeza para asegurarse de que todavía la tenía firmemente pegada a los hombros. Cuando levantó la mirada a la de ella, le pareció ver que escupía fuego por sus ojos.
– Mira lo que has hecho. -Ella estaba furiosa-. ¿Tienes idea de cuánto tiempo me llevó coserle la cabeza para que no estuviera torcida?
Él la miró desconcertado. Un silencio ensordecedor surgió entre ellos, hasta que él lo rompió al decir:
– No tengo ni idea…, pero es obvio que no fue suficiente. Y ahora tengo una pregunta que hacerte. ¿Qué demonios está pasando? ¿Qué demonios es esta cosa? -Sacudió de nuevo la grotesca figura sin cabeza-. ¿De dónde ha salido? ¿Por qué lleva puesta mi camisa? ¿Y por qué esa cabeza llena de bultos tiene mis ojos?
Ella arqueó las cejas.
– Has dicho una pregunta. Han sido cinco.
– Quiero que me respondas. De inmediato.
Ella apretó los labios y lo miró firmemente durante varios segundos, luego sacudió la cabeza con fuerza, lo que hizo que se le deslizaran las gafas. Después de colocárselas de nuevo le dijo:
– Muy bien. Primero, no está pasando más que lo que has visto al entrar en mi dormitorio sin llamar ni ser invitado. Segundo, esta cosa, como tú tan groseramente le has llamado, es una réplica a tamaño natural de un hombre. Tercero, forma parte de las actividades de la Sociedad Literaria de Damas. Cuarto, aparte de tu camisa, tiene la corbata de lord Surbrooke, los pantalones de lord Thurston y las botas de lord Berwick. Y si no fuera porque sin todo eso habría sido imposible rellenarlo, habría estado desnudo.
Levantó la barbilla y continuó:
– Y por último, esa cabeza llena de bultos, además de tus ojos, tiene la nariz del señor Jennsen, la boca de lord Berwick y el mentón de lord Surbrooke como resultado de intentar crear al Hombre Perfecto. -Chasqueó la lengua y arrugó la nariz-. Aparte de los ojos, no tiene nada tuyo.
– Eso ya lo veo. Yo tengo orejas, ¿sabes? Y pelo. Sin mencionar el cuello y…
– Quería decir -lo interrumpió ella en tono de reprimenda mientras achicaba los ojos-, que él es la caballerosidad personificada. No tendría el descaro de entrar en el dormitorio de una dama ni de soltar calumnias hacia alguien sin cabeza.
– Si su perro se hubiera escapado con algo importante y fuera demasiado cobarde para no hacer todo lo necesario para recuperarlo, entonces, Don Caballero Personificado, no dejaría de ser un memo. -Matthew se pasó la mano libre por la cara-. Por Dios, encima hablas de esta cosa como si fuera alguien real. Como si tuviera nombre y todo.
– De hecho tiene nombre.
– ¿De veras? ¿Y cómo se llama? ¿Señor Lleno de Bultos? -Bajó la mirada a la tremenda protuberancia que tenían los pantalones del Hombre Perfecto-. ¿Conde Duro? ¿Señor Maravilla?
– No. -Ella extendió la mano y le arrebató el cuerpo, agarrándolo con firmeza contra su pecho. Después de una breve vacilación en la que él casi la pudo oír debatir consigo misma, añadió-: Deja que te presente a mi buen amigo el señor Franklin N. Stein.
Capítulo 15
Sarah se mantuvo perfectamente quieta y observó las múltiples expresiones que pasaron por la cara de lord Langston: incredulidad, confusión y luego, finalmente, un inconfundible fastidio. Bien, estupendo. ¿Por qué debería ser ella la única que estuviera molesta?
– ¿Has hecho una réplica de tu amigo Franklin? -Una risita sin pizca de humor salió de sus labios-. ¿Por qué? ¿Tanto lo echabas de menos?
Ella apretó contra sí el cuerpo descabezado de Franklin con tanta fuerza que un poco de relleno se salió por la abertura del cuello. Había debatido consigo misma si debía decirle o no el nombre del muñeco a lord Langston, si debía admitir que Franklin realmente no existía, pero al final no había podido mentirle. Además, hubiera acabado enterándose. Lo más seguro era que después de que se casara con Julianne, su esposa compartiera con él la historia de quién era Franklin en realidad. Y no había razón alguna por la que no admitir ahora la verdad.
Se aclaró la garganta.
– No echo de menos a Franklin.
Matthew entrecerró los ojos.
– El que estés estrechando su réplica contra tu pecho de esa manera indica todo lo contrario.
– No estoy estrechando nada -lo informó, agarrando a Franklin con más firmeza todavía-, sólo lo sujeto porque no se sostiene de pie.
Él le dirigió una mirada de reojo al relleno de la bragueta de Franklin.
– Ya veo por qué.
– Y sería imposible que lo echara de menos, porque no existe.
– ¿No existe? -Matthew frunció el ceño-. ¿Qué disparate estás diciendo? He visto el boceto que hiciste de él. ¿Se te ha olvidado? Era el dibujo detallado de un hombre muy desnudo. Incluso escribiste su nombre debajo.
Inspirando profundamente, ella le explicó que había visto una estatua de un hombre desnudo en el invernadero de lady Eastland y había hecho el boceto. Luego le explicó la decisión que había tomado la Sociedad Literaria de Damas Londinenses tras leer a Frankenstein, de crear ellas mismas a un hombre -el Hombre Perfecto-. Le contó todo, y cuando terminó, añadió:
– Así que ya ves, Franklin no existe de verdad salvo en nuestra imaginación. Y aquí. -Movió los brazos para levantar el cuerpo del muñeco sin cabeza.
Él la miró con una expresión que Sarah no pudo descifrar.
– No había ningún hombre desnudo.
– No había ningún hombre real desnudo -lo corrigió-. Excepto… tú.
– Sí, excepto yo -confirmó con voz sedosa. Sus ojos brillaban intensamente cuando dio un paso hacia ella. Sorprendida y un poco alarmada de cómo su corazón latía desbocado ante la cercanía de Matthew, Sarah retrocedió dos pasos. Su espalda tropezó con algo duro. La pared.
Él avanzó otro paso.
– ¿Me estás diciendo, Sarah -dijo él con un tono bajo y profundo que ella sintió como una caricia suave y apasionada-, que me has dibujado?
Ella contuvo el aliento. Con las rodillas cada vez más débiles por la manera en que él la estaba mirando con ese cálido brillo en los ojos que no había visto durante los últimos días, Sarah sintió que sus entrañas se derretían como las gachas de avena. Esos ojos oscuros llameaban exactamente como habían llameado antes de que la besara y la tocara tan íntimamente.
El deseo la atravesó y se dio cuenta con humillante consternación de que la única razón por la que había podido contener el deseo que sentía por él la semana anterior durante sus incursiones nocturnas había sido porque él no la había mirado así. Como si la deseara ardientemente. Como si quisiera devorarla de un solo bocado.
Se sintió inundada por la cólera. Hacia él, por hacer que lo deseara. Por ser todo lo que ella siempre había querido, pero con lo que nunca se había atrevido a soñar. Y hacia sí misma, por querer olvidar todas las razones que le decían que desearlo estaba mal. Por ansiar tomar lo que quería y al infierno con las consecuencias.