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Por haberse permitido enamorarse total y absolutamente de él.

La verdad que había intentado negar por todos los medios la golpeó con fuerza. Lo amaba. Lo deseaba. Tanto que le dolía.

Pero no podía tenerlo. Al igual que con otras facetas de su vida, ella debía aceptar esto y seguir adelante. Y lo primero que tenía que hacer era dar por terminada esa conversación y conseguir que saliera del dormitorio. Antes de decir o hacer algo que lamentaría más tarde. Antes de que los dos se arrepintieran.

Enderezando la espalda, dijo:

– Sabes que te he dibujado. Te di el boceto, donde estabas en toda tu gloria de pirata adolescente.

Él se acercó todavía más, hasta que sólo los separaron treinta centímetros. Y Sarah supo que si ella no hubiera estado sujetando al muñeco de relleno sin cabeza hubiera cedido a sus más profundos deseos y se hubiera fundido contra su cuerpo.

Él plantó las manos en la pared a ambos lados de su cabeza, aprisionándola.

– Quería decir desnudo, Sarah. ¿Me has pintado en toda mi gloria desnuda?

«Repetidas veces.»

– Ni una sola vez.

Matthew chasqueó suavemente la lengua.

– De verdad que no sabes mentir. ¿Tengo que hojear tu bloc para descubrir la verdad?

La invadió una sensación de fastidio e impotencia.

– No te atreverás.

– Esas palabras sólo son un desafío. Y creo que te gustaría que aceptara el reto.

Negándose a dejar que pensara que se sentía intimidada le preguntó con su tono más arrogante:

– Y si te hubiera dibujado, ¿qué?

– Me sentiría… halagado. Y encantado de que pudieras mirar esos bocetos. -Bajó la mirada a sus labios y la excitación la recorrió de pies a cabeza. Cuando volvió a subir la mirada hacia la de ella, le susurró-: Me preguntaría qué pensarías de mí. Me preguntaría si sería lo mismo que pienso yo de ti.

El corazón le dio un vuelco y de golpe se sintió atrapada. Por sus palabras y su cercanía. Por su voz suave y seductora. Y su firme resolución comenzó a resquebrajarse a una velocidad alarmante. Abandonando cualquier pose de bravuconería, se apretó contra la pared y sacudió la cabeza.

– Para. Por favor.

– Porque Sarah…, yo pienso en ti todo el tiempo.

Su vientre se contrajo con un ansia tan cruda que la asustó. Cerró los ojos con fuerza y rezó para tener el valor de resistir. Para resistirse al fiero deseo que sentía por él.

– Esto está mal. No puedo… Quiero que te vayas.

– No voy a casarme con lady Julianne.

Sus palabras flotaron en el aire cargado de tensión. Abriendo los ojos, ella le dirigió una mirada inquisitiva. Él parecía hablar en serio.

– ¿Perdón?

– No voy a casarme con lady Julianne.

Tardó varios segundos en asimilar su declaración. Luego la comprensión se abrió paso en su mente y contuvo el aliento.

– ¿Has encontrado el dinero?

– No.

La llama de esperanza que había comenzado a arder en su corazón se apagó con un parpadeo.

– Entonces no lo entiendo. Has dicho que necesitabas casarte con una heredera.

– Por desgracia sigo necesitando hacerlo…, a menos que suceda un milagro y encontremos el dinero en los próximos días. Pero esa heredera no será lady Julianne.

Una abrumadora sensación de alivio nacida del egoísmo se contrapuso a la lealtad que sentía por su amiga.

– Pero ¿por qué? Parece que os gustáis. -Bueno, la verdad era que basándose en lo que Julianne había dicho antes, Sarah no creía que a su amiga le fuera a afectar mucho-. Y te aseguro que no encontrarás una mujer más hermosa o de naturaleza más dulce.

– El problema no es ni su belleza ni su dulzura. El problema es que es tu amiga.

Por la expresión de Matthew se suponía que ella debía saber de lo que estaba hablando. Tenía una expresión de agravio absoluto. Pero ella no tenía ni idea. Por si acaso, Sarah se inclinó hacia delante y lo olisqueó discretamente. Él parpadeó.

– ¿Huelo?

– Sí. A sándalo y a ropa recién lavada.

– ¿Y qué esperabas?

– Brandy. O quizá whisky. Algún tipo de bebida de naturaleza espiritosa.

– Te aseguro que estoy completamente sobrio. Sarah, no puedo casarme con tu amiga cuando te deseo tanto a ti. -Le rozó la mejilla con la yema de los dedos, y a Sarah se le estremecieron hasta las entrañas ante el ligero contacto-. Ese arreglo nos pondría a todos en una situación incómoda y vergonzosa. Por lo que, a no ser que tenga éxito y encuentre el dinero, pienso marcharme a Londres dentro de cuatro días para embarcarme en la ingrata pero necesaria tarea de encontrar otra heredera.

Su mirada buscó la de ella.

– ¿Tienes alguna amiga más que sea una heredera? Dímelo ahora antes de que la ponga en la lista de candidatas.

A Sarah le resultaba difícil hablar, en especial cuando sus palabras «te deseo tanto a ti» seguían resonando en su cabeza. Atrapada en un torbellino de sorpresa, confusión, alivio y deseo, logró sacudir la cabeza y decir:

– No.

– Excelente.

La mirada de Matthew bajó a sus labios y él contuvo el gemido que pugnó por salir de sus labios. Maldita sea, ¿acababa de decir que la deseaba? Por Dios, eso era quedarse corto. Y se dio cuenta por el latido del corazón de Sarah y su rápida respiración, y por la mirada con la que sus ojos color miel lo contemplaban fijamente, que no era el único que sentía ese deseo.

Maldita sea, debería abandonar el dormitorio. De inmediato. Lo sabía, su conciencia le gritaba que lo hiciera, pero sus piernas se negaban a cooperar. Así que le ahuecó la cara con la palma de la mano y le rozó el exuberante labio inferior con el pulgar.

– Te dije que te deseaba -susurró Matthew-. ¿Te sorprende?

Ella negó con la cabeza, haciendo que se le resbalaran las gafas de esa manera tan familiar que tanto lo divertía y que le llegaba al corazón.

– No. Pero… -sus palabras se desvanecieron y Sarah miró al suelo.

Él le alzó la barbilla con dos dedos para que lo mirara.

– ¿Pero qué?

Ella tragó saliva y luego dijo:

– Pero no deberías hacer tales declaraciones a no ser que esté sentada, no sea que al aflojárseme las rodillas me desplome a tus pies.

Esa clara admisión daba a entender que ella había sufrido el mismo tormento que él a lo largo de esa semana. «Gracias a Dios.» Seguramente el sentimiento egoísta que motivaba la sensación de alivio y júbilo que lo embargó no hablaba bien de él, pero no podía sentirse de otra manera.

– Sarah… -Caramba, si sólo decir su nombre lo complacía. Aspiró y el sutil aroma a lavanda invadió sus sentidos. Le pareció que simplemente con olerla se liberaba, se aflojaban las ataduras que habían refrenado sus ansias por ella durante toda la semana. El deseo lo golpeó con tanta ferocidad que no habría podido alejarse de ella aunque su vida dependiera de ello.

Ya no existía ningún impedimento por lealtad a su amiga. Así que sólo un beso estaría bien. Sólo uno para satisfacer ese anhelo desesperado. Sólo uno para aliviar esa sensación apremiante que exigía alivio. Sólo uno, y luego se detendría.

Matthew inclinó la cabeza y rozó sus labios con los de él. Un ligero toque que hizo que una semana de autocontrol pareciera toda una década. Los labios de Sarah se abrieron con un suspiro y, en un instante, él estuvo perdido, hundiéndose más profundamente en el suave terciopelo de su boca. Sintió que ella soltaba el muñeco a un lado y que le rodeaba el cuello con los brazos, apretándose contra él. Y cualquier atisbo de autocontrol se evaporó como una nube de humo.

Con un gruñido la rodeó con sus brazos, aplastándola contra él, pero aun así seguía sin estar lo suficientemente cerca. Hundió una mano en su pelo suave, manteniéndole la cabeza quieta, mientras le posaba la otra mano en el hueco de la espalda, instándola a acercarse todavía más. Su lengua danzó con la de ella, explorando la cálida suavidad de su boca. Una necesidad salvaje y temeraria lo atravesó, y dio un paso adelante, inmovilizándola contra la pared con la parte inferior de su cuerpo.