La sensación de esas curvas suaves acunando su erección hizo que se le escapara un gemido gutural de la garganta. Se frotó contra ella lentamente y con cada roce su cuerpo se vio sacudido por unas oleadas de indescriptible placer.
Tocarla. Tenía que tocarla. Sólo una vez más. Sólo una caricia…
Bajó una mano y curvó los dedos sobre el camisón blanco de algodón, subiendo la tela hasta que pudo sentir sus calzones.
Su piel. Tenía que tocar su piel. Sólo una caricia.
Subió la otra mano y llenó su palma con un pecho suave y cálido. Ella jadeó contra su boca, el mismo sonido erótico y delicioso que lo había obsesionado la primera vez que lo oyó. El pezón se contrajo bajo su roce y Matthew lo pellizcó suavemente, provocando estremecimientos de placer en Sarah.
Y se dio cuenta de que sólo un beso, sólo una caricia, no iba a ser suficiente. Quería más. Lo quería todo. Tanto que temblaba de pies a cabeza. Tenía que detener esa locura. Ya.
Con un esfuerzo que requirió cada gramo de su voluntad, sacó la mano de debajo del camisón y apartó su cuerpo del de ella, luego levantó la cabeza.
La visión de ella con la respiración agitada, los labios abiertos y húmedos por su beso, el pelo alborotado por sus manos impacientes y las gafas empañadas, le puso un nudo en la garganta. Nunca había deseado más a una mujer.
Él le quitó las gafas con suavidad y ella lo miró directamente con los ojos entrecerrados.
– Te has detenido -dijo ella con un susurro ronco-. ¿Por qué?
– Como te dije la última vez que te tuve entre mis brazos, mi capacidad para resistir no es demasiado fuerte y me temo que ha alcanzado su límite.
Durante varios segundos, el único sonido de la estancia fueron sus respiraciones jadeantes. Luego, con la mirada fija en él, ella susurró:
– Y como te dije la última vez que estuve entre tus brazos, ¿qué ocurriría si no quisiera que te resistieras?
Sin poder evitarlo, él tomó un caprichoso rizo entre los dedos.
– La parte más egoísta de mí te desea tanto que no querría darte la oportunidad de cambiar de idea. Pero la parte de mí que se preocupa por ti y que no quiere lastimarte de ninguna manera, se ve en la necesidad de preguntar si has considerado todas las implicaciones. Todas las consecuencias. Porque son muchas. Y son mucho peores para ti que para mí.
– Lo he hecho. Y aunque he intentado no hacerlo, durante la semana pasada no he podido pensar en otra cosa.
– Sarah… Tal y como está mi situación ahora mismo, no puedo prometerte nada. Y aunque desearía que las cosas fueran diferentes, las probabilidades de que la suerte cambie y de que encuentre el dinero son muy remotas.
– Sé que tienes la obligación de casarte con una heredera. Sé que te irás dentro de cuatro días y que seguramente jamás volveremos a vernos. Sé que puedo quedarme embarazada, aunque también sé que hay maneras de impedirlo. ¿Es muy aventurado suponer que conoces esas maneras…? -Ante el gesto de asentimiento de Matthew, ella continuó-: Me doy cuenta de que al entregarme a ti quedaré deshonrada. -Se puso de puntillas para tomar el rostro de Matthew entre las palmas de sus manos-. Pero no me quitarás nada, porque nunca había pensado en casarme. Lo cierto es que me considero una solterona desde hace años. Acepté hace mucho tiempo que el matrimonio y los niños no formarían parte de mi futuro. Había pensado pasarme la vida haciendo lo que siempre he hecho: pintar, cuidar del jardín y de mis mascotas, disfrutar de mis amigos, de mi relación con Carolyn. Tú eres el primero, no, el único hombre que me ha deseado.
Le tembló el labio inferior y el corazón de Matthew dio un vuelco. Esa mujer, con esos rasgos imperfectos que de alguna manera eran perfectos, con esa falta absoluta de vanidad, inspiraba algo en él; una ternura que nadie más había logrado despertar. Mirándola ahora, tan vulnerable, tan suave, incluso tan ansiosa, no podía imaginar que existiera un hombre que no la deseara.
– Matthew… Has despertado en mí sensaciones, deseos y pasiones que nunca soñé con experimentar. Que no sabía que existieran. Eso es lo que quiero esta noche, quiero experimentar otra vez la magia que me has hecho sentir. Quiero hacerte sentir ese mismo placer. Quiero experimentarlo todo. Sólo una vez. Contigo.
Matthew cubrió su mano con la suya, que estaba ahuecada sobre su mejilla, luego giró ligeramente la cabeza para presionar los labios contra la palma de su mano. Quería decirle que quería esas mismas cosas más de lo que había querido nada en su vida. Sólo esa vez. Con ella. Pero expresarlo todo en palabras iba más allá de su capacidad. Así que dijo lo único que se le ocurrió.
– Sarah…
Con el corazón latiendo con fuerza contra sus costillas, la cogió de las manos y la condujo a la cama.
– Quédate aquí -dijo Matthew con suavidad.
Sarah curvó ligeramente los labios.
– No tengo intención de irme.
Él dejó las gafas en la mesilla y luego procedió a encender cada vela y lámpara de la habitación. Cuando había prendido las dos primeras, ella preguntó:
– ¿Qué haces?
– Enciendo las velas.
Ella soltó una risita tonta.
– Ya sabes que la oscuridad es una gran aliada de la belleza.
Él no hizo ningún comentario hasta que terminó, hasta que toda la estancia resplandecía como si fuera una mañana de verano. Luego regresó junto a Sarah y entrelazó sus manos con las de ella.
– Tú eres hermosa, Sarah. Por dentro y por fuera. Toda tú. Quiero ver cada parte de tu cuerpo. Cada expresión de tu cara. Cada gesto de placer. Cada centímetro de tu suave piel. -Levantó sus manos unidas y le besó los dedos-. A no ser que tú prefieras no verme a mí.
Ella negó con la cabeza.
– Oh, no. Quiero verlo todo. -Se aclaró la voz-. Aunque por supuesto, sin la ayuda de mis gafas, tendré que acercarme mucho. Muchísimo.
Una risa entrecortada retumbó en el pecho de Matthew. No podía imaginarse a nadie divirtiéndole como lo hacía ella en ese momento.
– Puedes acercarte todo lo que quieras. Considérame a tu disposición.
El interés chispeó en los ojos de Sarah.
– Una invitación de lo más intrigante, especialmente para una persona como yo con tanta sed de conocimiento.
– Estaré encantado de ayudarte en lo que pueda. -Él le giró la mano y le rozó la palma con la punta de la lengua, complacido por la manera en que se le dilataron las pupilas ante su gesto-. ¿Hay alguna posibilidad de que me hagas una oferta similar?
– Pensaba que ya lo había hecho.
Él sonrió.
– Ah. Así que lo has hecho. En ese caso… -Le soltó las manos y fijó su atención en el pelo alborotado. Después de quitarle el lazo blanco que le sujetaba la punta de la trenza, destrenzó lentamente los gruesos mechones hasta que la melena de rizos alborotados le cayó por debajo de la cintura.
– Ojalá fuera un artista -murmuró, enterrando los dedos en su espléndido pelo. La luz dorada arrancaba destellos a su brillante pelo, transformando los mechones más oscuros en suaves tonos de ámbar.
– Te pintaría tal como estás ahora. Y le harías sombra a la mismísima Venus de Botticelli.
Al ver que ella estaba a punto de protestar, él le dirigió una fingida mirada de advertencia. Sarah apretó los labios y dijo:
– Gracias.
– Perfecto. Eres una alumna aplicada.
– De nuevo gracias. Y ya que estamos te diré que estoy deseosa de aprender más.
– Qué afortunado soy.
Llevó los dedos a la hilera de diminutos botones de la parte delantera de su camisón. Lentamente los fue desabrochando, saboreando cada centímetro de piel que quedaba expuesta. Después de desabrochar el último botón, le deslizó el camisón por los hombros. La tela blanca resbaló por su cuerpo hasta formar un charco a sus pies, dejándola sólo con los calzones, una prenda que siguió con rapidez al camisón. Tomándola de la mano la ayudó a salirse del montón de ropa, luego recorrió con la mirada su cuerpo desnudo.