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Maldición, tenía la piel marfileña y suaves curvas femeninas, y le dejaba sin aliento. Sabía que tenía que ir con lentitud, que tenía que seducirla con suavidad, y ciertamente quería hacerlo así… por los dos. Pero iba a ser todo un reto mantener su cuerpo bajo control.

Tocándole el hueco de la garganta con la yema del dedo, lo deslizó lentamente hacía abajo, delineando los fascinantes puntos dorados que relucían en su pálida piel. Había centenares de ellos, y cada uno era una delicia a explorar.

– No había visto antes estas pecas -dijo él, acariciando en círculos una particularmente fascinante encima del pezón-. Con sólo la luz del fuego no son visibles, pero ahora… -Se inclinó para rozar con los labios ese punto dorado-, son una imagen que no podré olvidar.

– Oh, Dios… -gimió ella cuando la lengua de Matthew rodeó el firme pezón-. ¿No tienes alguna peca que yo pueda explorar?

Él levantó la cabeza para rozarle los labios con los de él.

– Sólo hay una manera de saberlo.

Enderezándose, comenzó a desabrocharse la camisa, pero ella puso sus manos sobre las de él.

– ¿Puedo hacerlo yo? -le preguntó.

Tal petición lo excitó e intrigó a la vez. Aunque inexperta, era evidente que a su Sarah no le faltaba coraje y que no planeaba permanecer pasiva.

«Su Sarah.» Las palabras reverberaron en su mente, y su vocecilla interior escogió ese momento para informarle de que ella no era suya. Que no lo seria nunca, que jamás podría serlo.

Para siempre no, eso era cierto. Sin embargo, durante esa noche ella le pertenecía. Y él le pertenecía a ella. Y con eso tendría que ser suficiente.

Él bajó las manos.

– Como te dije, estoy a tu disposición.

– Eso suena maravilloso. Pero… lo cierto es que no sé qué hacer.

Él se rió.

– Estabas muy inspirada. No te acobardes ahora. Quítame la camisa.

Sarah asintió, y aunque titubeó levemente, le abrió la camisa y se la sacó de los pantalones. Colocándole las manos en el pecho, apartó lentamente la tela, luego se la deslizó por los hombros y por los brazos y la dejó caer en el montón de ropa.

Se acercó un poco más hasta que sus pechos le rozaron el torso. Antes de que Matthew pudiera recobrarse del inesperado placer, ella se inclinó hacia delante y le presionó los labios en el centro del pecho.

– No veo pecas por aquí -dijo ella, su aliento era cálido contra su piel.

Ella le recorrió el pecho con suaves besos mientras le deslizaba las manos de arriba abajo por la espalda. Un ronco murmullo de aprobación vibró en la garganta de Matthew. Sus manos le hacían sentir… increíblemente… bien.

Sin querer detener la exploración de Sarah, pero sintiéndose incapaz de seguir sin tocarla, le apoyó las manos en las caderas, apretando ligeramente sus curvas suaves. La observó besar su pecho, luego, cuando sus labios estaban justo encima de una tetilla, ella preguntó:

– No me equivoco al decir que si yo encuentro placer en esto, tú también, ¿no?

– Sí… -Su respuesta acabó con una rápida inspiración cuando su lengua rodeó su tetilla. Maldición, realmente era una alumna aventajada. Cerró los ojos y al instante imaginó todas las cosas que pensaba hacerle… y cómo ella respondería del mismo modo. Sólo pensarlo hizo debilitar su autocontrol. No auguraba nada bueno, sobre todo sabiendo que ni siquiera se había quitado los pantalones.

Después de besarle también en la espalda, ella alzó la cabeza para informarle:

– Descubrí sólo tres pecas y una pequeña cicatriz en la espalda. Aquí mismo. -Le pasó el dedo sobre la descolorida marca-. ¿Cómo te la hiciste?

– Es el resultado de mis travesuras de juventud. Descubrí de la peor manera posible que no era demasiado hábil escalando árboles. Tengo otra similar en la parte de atrás del muslo, cortesía de la misma caída. -Lanzó un exagerado suspiro de resignación-. Supongo que también querrás verla.

– Si no es demasiada molestia -contestó ella en tono formal.

– Intentaré no quejarme demasiado.

Matthew se sentó en la cama y se quitó las botas, luego se puso de pie.

Dejando caer las manos a los costados, se miró los pantalones con la bragueta tan obviamente abultada y le dijo:

– Quítamelos.

De esa manera tan suya que él apreciaba más cada segundo que pasaba, Sarah resolvió la cuestión con rapidez y le desabrochó la bragueta. Con su excitada erección finalmente liberada de los confines de la tela, la ayudó a quitarle la prenda. Después de lanzarla sobre el montón de ropa, permaneció delante de ella y dejó que ella lo observara, igual que ella se lo había permitido a él.

– Oh, Dios mío -susurró ella con la mirada fija en su protuberante miembro, que parecía hacerse todavía más grande bajo su ávido escrutinio. Sarah extendió lentamente la mano y todo el cuerpo de Matthew se tensó ante la idea de que lo tocara-. ¿Puedo?-preguntó.

– Lo cierto es que me moriré si no lo haces -le dijo él con los dientes apretados.

Lo rozó con los dedos y Matthew cerró los ojos de golpe ante el intenso placer que sintió. Maldición. Apenas lo había tocado y él había olvidado cómo respirar.

– Estás muy duro -dijo ella con la voz llena de admiración mientras deslizaba los dedos sobre él.

– No te haces una idea.

– Pero incluso así eres tan suave…

Abriendo los ojos, observó cómo lo rodeaba con los dedos, una imagen que le impactó con fuerza. Cuando ella apretó con suavidad, soltó un gruñido. Mirándolo directamente a los ojos, volvió a apretarle, lo que produjo como respuesta otro gemido.

– Parece que te gusta -le dijo su muy aplicada alumna.

– No sabes cuánto.

El puro deleite brilló intensamente en sus ojos, y ella continuó explorándolo; cada caricia era una dulce tortura. Matthew levantó las manos para acariciarle los duros pezones.

– Me parece que tú estás explorando más que yo -le dijo con la voz ronca como si hubiera comido grava.

– No es cierto. Por si no lo recuerdas, en nuestro último encuentro en mi dormitorio, tú me tocaste bastante.

Matthew deslizó la mano hacia abajo para acariciar los rizos oscuros en la unión de sus muslos. Con la respiración jadeante, él le dijo:

– No se me olvidaría ni aunque me golpearan la cabeza.

Ella le dirigió una sonrisa burlona y arqueó su cuerpo para alejarse de sus dedos.

– No habrá nada de eso… mientras siga explorando yo. Me distrae. Y aunque tú tienes experiencia en estas cosas, yo no. Sólo trato de aprender un poco para no aburrirte.

– Te lo aseguro, no hay… ahhh… -Maldición. Por muy inexperta que fuera su caricia, lo estaba llevando al borde de la locura-. No hay manera de que me pueda aburrir. Aunque te juro que no sé cuánto más podré aguantar.

Una lenta sonrisa curvó los labios de Sarah, y sus ojos brillaron con picardía.

– Entonces debo de estar haciéndolo bien. Porque así es exactamente como me haces sentir tú.

– Creo detectar en tu voz cierta sed de venganza, Sarah. Es un aspecto de tu carácter del que no me había percatado antes.

– Si no recuerdo mal, venganza es exactamente lo que tú buscabas la última vez que entraste en mi dormitorio. Hummm… Por citar a cierto hombre muy sabio, que por alguna extraña razón se parece mucho a ti, «le dijo la sartén al cazo, no te acerques que me tiznas».

Mientras hablaba, los dedos de Sarah no dejaron de proporcionarle aquellas enloquecedoras caricias, dejándolo a punto de explotar en sus manos.