Durante la cena de esa noche, anunciaría su partida a Londres en los próximos días, y el fin de la reunión campestre. Apretó la mandíbula. Y si había un traidor en su casa, tenía la intención de saber quién era antes de irse.
Después de una deliciosa cena y las partidas habituales de cartas y backgammon en la salita, se dio por finalizada la velada y Sarah se dirigió a su dormitorio. Como Emily tenía un fuerte dolor de cabeza, la Sociedad Literaria de Damas había acordado reunirse en la habitación de Sarah antes del almuerzo del día siguiente para desmontar a Franklin y devolver la ropa a sus propietarios.
Cuando llegó al final de las escaleras, les dio las buenas noches a los demás invitados, su mirada buscó a Matthew pero no lo encontró. Los había precedido al subir las escaleras mientras que ella se había quedado en la retaguardia. Estaba claro que él ya había doblado la esquina del pasillo que conducía a su dormitorio.
Recorrió el pasillo hacia su habitación sin apresurar el paso, todo un reto cuando lo único que quería era correr para leer la nota que le quemaba en el bolsillo de su vestido.
Horas antes, en la salita, Matthew le había dejado disimuladamente en la palma de la mano una nota doblada. Azorada, no sólo ante el gesto sino también ante la fugaz caricia, se la había metido con rapidez en el bolsillo y se había acercado al calor de la chimenea para así poder excusar el rubor que inundaba sus mejillas. Durante la última hora le había resultado casi imposible estar sentada o hablar con los demás invitados, ya que cada fibra de su ser estaba consumida por el deseo de escapar y leer su nota.
El pasillo le pareció interminable, pero al final llegó a su alcoba. En el mismo momento en que cerró la puerta, sacó el trocito de papel del bolsillo. Con dedos temblorosos lo desdobló y lo leyó; sólo había impresas tres palabras: «Disfruta del baño.»
¿El baño? Frunció el ceño y levantó la mirada. Y vio la bañera de cobre delante de la chimenea. Encantada, cruzó la estancia. El vapor salía en espirales desde la bañera, tentándola a sumergirse en el agua caliente.
Al parecer él había ordenado que le prepararan aquel lujo para que ella lo disfrutara antes de su expedición nocturna. Aunque no estaba acostumbrada a recibir gestos románticos, estaba decidida a disfrutarlos…, aunque su vocecilla interior le advertía que no se acostumbrara a ellos.
Se despojó de la ropa con rapidez y se acercó a la bañera. Doblándose por la cintura, se inclinó y sumergió los dedos en el agua para probar la temperatura.
– Ésta es la vista más cautivadora que he visto nunca -pronunció una voz familiar justo detrás de ella.
Con un jadeo sorprendido, Sarah se enderezó y se giró. Matthew estaba a menos de un metro. Mostraba una sonrisa pícara; llevaba una bata de seda y, por lo que ella podía observar, nada más.
Ella se había llevado la mano al corazón, no sólo por la sorpresa sino también por su presencia. Y por el fuego que veía en sus ojos. Verlo allí la hizo querer repetir «la vista más cautivadora que había visto nunca», pero antes de poder decir palabra, él acortó el espacio entre ellos con un solo paso, tomándola bruscamente entre sus brazos y besándola como si se muriera de hambre y ella fuera un banquete.
Ella abrió los labios con un gemido, rodeó el cuello de Matthew con los brazos y se apretó contra él. A través de la seda de su bata se filtraba el delicioso calor de su piel. Su duro miembro presionaba contra su vientre y se sintió inundada por el deseo cuando recordó cómo lo había sentido empujando profundamente en su interior.
Después de un beso abrasador y profundo, él levantó la cabeza para recorrerle el cuello con la boca.
– No tienes ni la más remota idea de cuánto he deseado hacer esto… -susurró él, rozándole la piel con su cálido aliento y provocando en respuesta un delicioso estremecimiento-. Todo. El. Día. -Fue puntuando cada palabra con suaves mordisquitos a lo largo de la clavícula.
– Creo que ya me hago una pequeña idea -contestó ella, ladeando el cuello para permitirle a sus labios un mejor acceso-. Oh, Dios. ¿Es por eso por lo que estás aquí? ¿Porque quieres besarme?
– Entre otras cosas. Antes tengo que decirte que nuestras expediciones nocturnas deben suspenderse. -Procedió a revelarle la perturbadora conversación que había mantenido por la tarde con Paul, y concluyó con-: No puedo exponerte a ningún peligro. Por eso terminaré la excavación durante el día.
– Te ayudaré. -Como él parecía dispuesto a discutirlo, ella dijo-: Irás armado, y Danforth estará con nosotros. Llevará la mitad de tiempo si lo hacemos entre los dos. Quizá lord Surbrooke pueda unirse a nosotros para que estemos más protegidos.
Él frunció el ceño.
– Lo pensaré. Pero también se me ha ocurrido que tenemos tres noches por delante antes de que me vaya a Londres. Sería una pena desperdiciarlas.
– Ya veo. ¿Y cuándo se te ocurrió eso?
– Unos diez segundos después de abandonar tu cama esta mañana.
Ella se apoyó en él y suspiró cuando Matthew le ahuecó las nalgas con una mano y posó la otra sobre un pecho.
– Entonces llegas tarde porque a mí también se me ocurrió algo similar aproximadamente tres segundos después de haber hecho el amor contigo. La primera vez.
– Ah. -De forma simultánea pellizcó su pezón y le pasó los dedos de la otra mano por el sensible hueco de su espalda, arrancándole un profundo gemido-. Sabía que eras una alumna aventajada.
– Sí. Una alumna que está muy ansiosa por recibir la siguiente lección. Aunque ya he aprendido muchas cosas… Ahora sé cómo se siente la cera al derretirse.
– ¿Y cómo se siente?
– Caliente. Y líquida. -Presionando las manos contra su pecho, se inclinó y lo miró a través de sus gafas ligeramente torcidas. Con una tierna sonrisa, él se las quitó y extendió la mano para dejarlas en la repisa de la chimenea-. ¿Cómo has logrado desnudarte, ponerte la bata y entrar en mi habitación en tan poco tiempo?
– Desaparecí varios minutos después de la cena y traje aquí mi bata. La escondí en el armario, donde Franklin prometió vigilarla por mí. Cuando todos se disponían a irse a la cama, me detuve aquí en vez de continuar por el pasillo que lleva a mi alcoba. -Pasó una mano por debajo de uno de sus muslos y le levantó la pierna, apoyándosela en su cadera, abriéndola para sus caricias. Ella se quedó sin aliento cuando sus dedos acariciaron suavemente los pliegues femeninos, que ya sentía hinchados y resbaladizos-. En cuanto a mi velocidad en desvestirme -continuó él mientras sus hábiles y diabólicos dedos rompían su concentración-, te sorprenderías de lo rápido que un hombre puede quitarse la ropa si tiene al alcance de las manos la deliciosa posibilidad de hacer el amor con una bella mujer.
– ¿Bella…? -La palabra salió con un suspiro de placer-. No puedo encontrar ni una sola razón por la que me llames eso.
– Lo sé. Lo que te hace todavía más bella. Pero no te preocupes. Yo encontraré suficientes razones para los dos.
La tocó en un lugar particularmente sensible y ella se retorció contra su mano, ansiosa por sentir de nuevo ese espasmo placentero otra vez. Deslizando las manos por la abertura de la bata, ella se inclinó hacia delante y presionó los labios contra su pecho.
– Me gusta muchísimo el baño.
Una risa ronca vibró contra los labios de Sarah.
– Y aún no nos hemos metido en la bañera.
Ella levantó la cabeza y lo miró con interés.
– ¿Los dos?
– Pensé que la siguiente lección para mi aplicada alumna debería incluir el placer de tomar un baño juntos.
Las manos de Matthew abandonaron el cuerpo de Sarah y él retrocedió un paso. Un gemido de protesta subió por la garganta femenina, pero antes de que pudiera abrir la boca, él se quitó la bata, consiguiendo que el gemido de Sarah se convirtiera en un suspiro de aprecio.