Выбрать главу

Él señaló la bañera con la cabeza.

– ¿Me acompañas?

– No puedo encontrar ni una sola razón para decir que no.

Matthew curvó una de las comisuras de los labios.

– Ni yo.

Él se metió en la bañera. Sarah plantó las manos en las caderas y lo miró fijamente con una fingida mirada de reproche.

– ¿Cómo voy a unirme a ti? No queda sitio.

Los ojos de Matthew brillaron intensamente al levantar la vista y se palmeó los muslos.

– Hay muchísimo sitio aquí. -Le tendió la mano, y Sarah se agarró a ella. Sus palmas se unieron y él cerró sus largos y firmes dedos en torno a los de ella-. Métete de cara a mí, con un pie a cada lado de mis piernas. -La instruyó. Ella pasó con cautela por el borde e hizo lo que él le había dicho, con sus piernas formando un puente sobre las suyas.

Él la miró con una sonrisa pícara.

– Qué vista más encantadora.

– Es justo lo que yo estaba pensando, aunque tú estás un poco borroso.

– Eso es fácilmente remediable, en especial si te arrodillas.

Intrigada y excitada por la propuesta, ella se agarró a los bordes de la bañera y se arrodilló con lentitud. Su miembro turgente se erguía entre ellos, y ella extendió la mano para acariciar con la yema de sus dedos la punta aterciopelada. Él contuvo el aliento y en venganza le ahuecó los pechos con sus cálidas manos mojadas.

– ¿Y ahora qué? -preguntó ella.

La recorrió lentamente con su ardiente mirada provocando que ella se sonrojara de pies a cabeza.

– Me parece que estás al mando -dijo él, deslizándole una mano entre las piernas-. ¿Qué te gustaría hacer?

– Besarte -susurró ella-. Hacer el amor contigo.

Los ojos de Matthew se oscurecieron en respuesta haciéndola consciente de cada nervio de su cuerpo.

– Soy todo tuyo -dijo él con un ronco gruñido-. Hazlo.

Oh, Dios. Inclinándose hacia delante, rozó su boca con la de ella, una vez, dos. Suave, tentativamente. Él la dejó tomar la iniciativa, susurrándole palabras de ánimo que disiparon cualquier duda. Le recorrió el pecho con las manos, acarició su miembro, separó sus labios con la lengua, deleitándose con sus reacciones: sus gemidos, la ávida manera en que la observaba, sus jadeos cada vez más profundos; todo eso le hizo sentir una oleada de poder femenino que nunca hubiera sospechado que tenía.

Él dejó caer un reguero de agua caliente sobre los hombros de Sarah, luego pasó las manos por su cuerpo mojado. Mientras ella continuaba acariciándole ligeramente, él se enderezó y, asiéndole las caderas, le lamió el pezón con la lengua y luego introdujo el dolorido pico en la cálida cavidad de su boca. Desesperada por tenerlo dentro de su cuerpo, Sarah abrió las piernas todo lo que le permitió la bañera y presionó las caderas sobre su excitación, rozando el glande con sus pliegues femeninos, donde sentía un persistente latido.

Con la mirada clavada en la de ella, la ayudó a ubicarse. Apoyando las manos en los hombros de Matthew, Sarah se dejó caer lentamente, emitiendo un largo gemido mientras la llenaba. Cuando estuvo sepultado por completo en ella, Sarah comenzó a balancear lentamente sus caderas, un movimiento que envió un estremecimiento de placer por todo su cuerpo. Cerrando los ojos, Sarah echó hacia atrás la cabeza y repitió el movimiento.

De nuevo, la dejó tomar la iniciativa, marcando el ritmo, susurrándole palabras provocativas mientras sus manos acariciaban sus pechos, su vientre, sus nalgas sin cesar. Un nudo de tensión se formó dentro de ella y se meció más rápido mientras él empujaba con más fuerza, llevándola cada vez más cerca del orgasmo. Con un jadeo llegó al clímax, arqueando su cuerpo, temblando, palpitando alrededor de él durante un momento interminable. Antes de que los últimos espasmos se hubieran apaciguado, ella sintió cómo él se retiraba. Abrazándola con fuerza contra él, Matthew enterró su cara entre sus pechos y gimió mientras alcanzaba la liberación.

Apoyando la mejilla sobre su pelo húmedo, Sarah pasó los dedos por los gruesos y sedosos mechones. Y supo que sería feliz si pudiera quedarse así para siempre. Envuelta entre sus brazos. Con su piel pegada a la de ella. En su mente esbozó una imagen de ellos dos juntos, igual que estaban en ese momento, y se prometió a sí misma que la plasmaría en su bloc de dibujo. Una imagen al carboncillo con la que ella pudiera recrearse en los años venideros cuando eso sería todo lo que le quedaría de él.

Porque a menos que se produjera el milagro por el que tanto rezaban, sólo les quedaban tres días.

Capítulo 17

Tres días después, una tarde en la que el brillante sol teñía el paisaje de un aura dorada que Matthew esperaba que fuera un presagio de buena fortuna, Sarah y él estaban en la rosaleda, con las palas en la mano, preparados para cavar las dos últimas hileras de rosales que quedaban. Lo malo era que no habían encontrado nada todavía. Lo bueno, que nadie los había interrumpido durante esas tardes. Ni Matthew, ni Danforth, ni Daniel -que los había acompañado cuando no sustituía al anfitrión- habían detectado intrusos.

La mirada de Matthew encontró la de Sarah por encima de los setos y tuvo que plantar firmemente los pies y aferrarse al mango de madera de la pala para no ir hacia ella. Para no cogerla bruscamente entre sus brazos y enterrar la cara en ese lugar cálido y fragante donde su cuello se unía con su hombro.

Los días pasados en su compañía habían estado repletos de momentos que nunca olvidaría. De trabajo arduo y de decepción al no encontrar el dinero. De risa, sonrisas, sueños y recuerdos del pasado. Y también de largas noches…, horas que habían pasado conociéndose el uno al otro, compartiendo la pasión, susurrando en la oscuridad, abrazándola mientras dormía. Luego se levantaba para mirar por la ventana del dormitorio, buscando alguna señal de intrusos en los jardines, y sin ver a nadie.

Ninguno de los dos mencionaba el inminente final de su tiempo juntos o las pocas probabilidades que tenían de encontrar el dinero. Pero la realidad pesaba sobre ellos y oprimía el corazón de Matthew. Cómo iba a encontrar fuerzas para alejarse de ella, no lo sabía. Por ahora, sólo les quedaba rogar una última vez y tener éxito.

– ¿Lista? -preguntó; tenía la garganta reseca por razones que no tenían nada que ver con su reacción a las rosas.

Ella asintió con la cabeza y se le deslizaron las gafas. Él tuvo que agarrarse al mango de la pala con más fuerza para no volver a colocárselas en su lugar. Sarah sonrió, pero sus expresivos ojos reflejaban la gravedad del momento.

– Lista.

Matthew se colocó el pañuelo sobre la nariz y la boca. Cavaron en silencio; los únicos sonidos que se oían eran los crujidos de las hojas, el gorjeo de los pájaros y las palas penetrando en la tierra. Con cada paletada sin resultados, Matthew tenía la moral cada vez más baja. Tras arrojar la última palada de la última zanja, Matthew se encontró mirando ciegamente el espacio vacío. Había invertido todo su tiempo y energía durante casi un año para nada.

Maldita sea, se sentía… hecho polvo. Se puso en cuclillas, apoyó la frente sudorosa en el mango de la pala y cerró los ojos, abrumado por una sensación de cansancio y derrota que no había conocido nunca. Había tenido el presentimiento de que eso sería lo que pasaría y aun así, nunca había perdido las esperanzas. Pero ahora ya no. Su destino estaba decidido. Ya no quedaban esperanzas. Ni tendría a Sarah. Al día siguiente por la mañana se iría a Londres. Para comenzar la siguiente fase de su vida. Sin ella.

Sabía que durante el resto de su vida estaría obsesionado por sus recuerdos. Por su amor por ella. Y se preguntaría por el dinero. ¿Habría existido en realidad y él había fracasado en encontrarlo a pesar de todos sus esfuerzos? ¿Estaría todavía sepultado en alguna parte, debajo de alguna flor dorada que él no había visto, burlándose de él? ¿O quizás el bastardo que había estado cavando durante la tormenta había encontrado el tesoro que tanto había buscado él? Por desgracia, nunca lo sabría.