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– Gra-gracias -tartamudeó la joven claramente sorprendida.

Sarah contuvo el deseo de mirar al techo. Era ridículo que la criada se hubiera sorprendido por un mero gesto de cortesía, especialmente cuando era ella la que se había conducido con atolondramiento. Por Dios, era hija de un médico, no parte de la realeza. Ni aunque viviera cien años podría acostumbrarse a la formalidad de la sociedad con la que Carolyn se había emparentado. A menudo se preguntaba cómo lo toleraba su hermana.

– De nada… -inclinó la cabeza, esperando que la joven le facilitara su nombre.

– Mary, señorita.

Sarah se ajustó las gafas y sonrió.

– De nada, Mary.

La mirada de la criada se deslizó por el vestido de diario de Sarah.

– ¿Necesita algo, señorita? ¿El cordón de llamada de su habitación no funciona?

– No pasa nada, gracias. Quizá podría indicarme qué dirección debo tomar para ir a los jardines -levantó la cartera-. Esperaba poder hacer algunos bocetos.

La cara de Mary se iluminó.

– Oh, los jardines son muy hermosos, señorita, especialmente después de la lluvia. Y están muy bien cuidados. Su señoría es un apasionado de la jardinería.

Sarah arqueó las cejas.

– ¿De verdad?

– Oh, sí, señorita. Se remanga la camisa y trabaja él mismo en el jardín. No le asusta la suciedad como a algunos caballeros. Ni siquiera le importa trabajar en los jardines por la noche. -Se acercó un poco más y susurró-: Entre la servidumbre corre el rumor de que su señoría está cultivando algún tipo de flores nocturnas y eso requiere muchos cuidados.

– ¿Flores nocturnas? -El entusiasmo la invadió al pensar en tan inusuales flores, y luego se regañó interiormente por su hiperactiva imaginación. La noche anterior, lord Langston sólo había estado trabajando en su jardín y ella lo había comparado con un científico loco como Frankenstein-. Esas flores son muy raras.

– No le diga nada a nadie sobre esto, señorita, pero su señoría es un experto en el estudio de las plantas y las flores y otras cosas por el estilo.

– Intentaré tratar con él sobre el tema en cuanto tenga oportunidad -murmuró Sarah. Quizás había juzgado mal a lord Langston. Cualquier hombre que amara la jardinería, o que estuviera dispuesto a pasar la noche en vela para trabajar con flores nocturnas, no podía ser del todo malo.

Después de que Mary le diera las indicaciones para salir de la casa por las puertas francesas del salón, Sarah se lo agradeció y se encaminó hacia allí. En el mismo momento en que salió a la terraza de piedra, la embargó una sensación de paz. El cielo se teñía con los colores dorados y rosados del sol naciente. Las hojas de los olmos, que parecían lanzas flanqueando la casa, susurraban a gran altura como si fuera la música de fondo del canto de los pájaros.

Tras aspirar profundamente el embriagador aroma de la lluvia reciente, Sarah se desplazó sobre las losas de piedra. Contuvo el aliento al contemplar la belleza del vasto jardín que se extendía ante ella. Caminos curvos perfectamente delineados serpenteaban entre una amplia extensión de césped y setos cuidados con esmero. Un bosquecillo de olmos, debajo de los cuales se encontraban situados unos acogedores bancos, proporcionaría la sombra en cuanto el sol calentara. Estaba claro que su anfitrión veneraba el jardín, era el más hermoso que había visto nunca. Podía imaginarse lo impresionante que sería en cuanto la luz del sol lo inundase.

Ansiosa por explorarlo, bajó la escalinata de piedra. La hierba mojada le humedeció los robustos zapatos y el bajo del vestido, pero en vez de sentirse incómoda, celebró la familiar sensación. Caminó lentamente por los senderos curvos, maravillándose ante la primorosa profusión de plantas. Su mente las reconocía según las veía: pensamientos, margaritas, pimpinelas azules, entre otras muchas.

El rumor suave del agua alcanzó sus oídos, y siguió el sonido. Varios minutos más tarde, tras doblar una curva, se deleitó al toparse con una gran fuente redonda de piedra coronada por la estatua de una diosa cubierta con una túnica. Portaba una jarra ligeramente inclinada, desde donde caía un suave chorro de agua al estanque que tenía a los pies. Un banco de piedra rodeaba parte de la fuente, y todo el conjunto estaba protegido por unos altos setos. Sintiéndose como si hubiera descubierto un escondite secreto, Sarah se sentó y abrió el bloc de dibujo.

Acababa de completar el esbozo de la fuente cuando oyó crujir la grava suavemente. Levantando la vista, vio cómo un perro enorme entraba en el pequeño claro. El animal se detuvo en cuanto la vio. Ella se mantuvo perfectamente quieta para no sobresaltar al animal, esperando que fuera amigable. El perro levantó la enorme cabeza y olfateó el aire.

– Buenos días -le dijo Sarah con suavidad.

El animal meneó la cola saludándola, y con la lengua colgando trotó hacia ella. Inclinando la cabeza, le olisqueó los zapatos, y luego subió hasta sus rodillas. Ella siguió inmóvil, dándole la oportunidad de captar su olor mientras admiraba el oscuro y brillante pelaje. Cuando comprendió que ella era una amiga y no una enemiga, el perro se sentó satisfecho a sus pies.

Contenta de que la considerara alguien de fiar, Sarah sonrió.

– Un guau para ti también. -Dejó a un lado el bloc de dibujo y enterró los dedos en el cuello del perro para rascarlo. Los ojos oscuros e inteligentes del animal mostraron satisfacción y levantó una pata enorme y mojada para plantarla sobre el regazo.

– Oh, parece que te gusta -le susurró con dulzura, luego se rió cuando su nuevo amigo soltó un sonido que parecía un suspiro de satisfacción-. A mi perra también le encanta esto. ¿Cómo es que te encuentras aquí solo?

Tan pronto como terminó de plantear la pregunta la grava volvió a crujir. Dejó de rascar al perro y levantó la vista para observar a la figura que entraba en el claro. Una figura que reconoció de inmediato; era su anfitrión, lord Langston. La miró y se detuvo como si hubiera chocado contra un muro. Estaba claro que él estaba tan sorprendido de verla como ella de verlo a él.

Él miró fijamente al enorme can pegado a ella, y frunciendo el ceño silbó suavemente. El perro bajó la pata de su regazo de inmediato. Después de dirigirle a Sarah una mirada que parecía decir «no te muevas que enseguida vuelvo», trotó obedientemente hacia su señoría, donde se dejó caer pesadamente sobre el suelo. Exactamente sobre una de las pulidas botas del señor.

Sarah se levantó, se ajustó las gafas y le ofreció a lord Langston una torpe venia, tragándose las ganas de reprocharle el que hubiese invadido ese santuario interrumpiéndola. No tenía derecho a sentirse molesta. Después de todo, ése era su jardín, y ése su perro. Pero ¿por qué no estaba ese hombre en la cama? De sus observaciones ella había concluido que la mayoría de los nobles no se levantaban hasta el mediodía. Por supuesto, ésa era la oportunidad perfecta para hablar sobre el jardín y las flores nocturnas con él, un poco inconveniente por la hora, pero oportunidad al fin y al cabo.

– Buenos días, milord.

Matthew clavó la vista en la joven, reconociendo a la invitada de las gafas empañadas por la sopa de la cena de la noche anterior. La hermana de lady Wingate de cuyo nombre no podía acordarse. Se tragó el reproche por haber interrumpido su paseo. ¿Por qué, en nombre de Dios, no estaba todavía en la cama? Él había observado que las jóvenes raras veces se levantaban antes del mediodía. Y cuando lo hacían no llevaban el vestido de diario arrugado -y mojado- que vestía esa jovenzuela, además del cabello recogido en un moño que se inclinaba muy precariamente hacia la izquierda, con rizos rebeldes soltándose del recogido. Y, ¿por qué, en nombre de Dios, lo hacía sentir como si fuera él quien se estuviera entrometiendo en su privacidad?

Maldición, como su anfitrión, se suponía que tendría que quedarse allí para intercambiar algunas formalidades educadas y banales con ella. Lo cual era lo último que quería hacer. Necesitaba dar ese paseo, necesitaba estar a solas para aclararse la cabeza, para matar el tiempo hasta que Daniel regresara de la herrería del pueblo, adonde había ido para recabar información sobre la presencia de Tom Willstone la noche anterior en la hacienda. Bien, lo haría, pero escaparía en cuanto se le presentara la primera oportunidad.