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Los ojos de Sarah brillaron intensamente y le tembló el labio inferior.

Maldita sea, no sabía qué decir… Sarah estaba a punto de llorar. Se puso en pie rápidamente y en el momento en que lo hizo ella le rodeó el cuello con los brazos. Luego enterró la cara en su pecho y se puso a llorar como si se le estuviera rompiendo el corazón.

Una sensación muy parecida al pánico se apoderó de él. Maldita sea, aquellos desgarradores sollozos eran peor que las simples lágrimas. Le acarició la espalda y, desesperado, besó su pelo.

– ¿Puedo suponer que ésta es una manera muy inusual de decir que sí?

Ella levantó la cabeza, y la ternura se adueñó de su corazón. Esos ojos castaño dorados parecían topacios brillantes desde detrás de sus gafas.

– Sí -susurró ella, luego se rió y el jovial sonido fue acompañado por la aparición de un par de hoyuelos-. ¡Sí!

Se sintió invadido por el júbilo y bajó su boca a la de ella en un beso profundo, lleno de amor, pasión y esperanza para el futuro. Cuando se estaba perdiendo en el sabor de ella, ella lo empujó hacia atrás.

Después de que él levantara la cabeza a regañadientes, Sarah dijo:

– Matthew, debo decirte algo… Aún quedan esperanzas.

Él inclinó la cabeza para deslizar sus labios por el fresco perfume del cuello de Sarah.

– Lo sé. Ahora que has dicho que sí…

Ella negó con la cabeza y su sien chocó contra su barbilla.

– No… Quiero decir que podemos encontrar el dinero.

Él se enderezó y la miró con el ceño fruncido.

– ¿Qué?

– Después de meditar las últimas palabras de tu padre y conversar con mi hermana hace un rato, se me ocurrió una idea. Mientras hablaba con Carolyn me referí a esta zona como un jardín oculto dentro de un jardín. Me di cuenta de que eran las palabras de tu padre. Jardín. En el jardín. ¿Has buscado aquí?

– No. -Él extendió la mano para abarcar el área-. Está rodeada de setos. No hay parras. Nada que se parezca a un lirio o flor de lis. No hay flores doradas.

– Exactamente. Quizás el problema sea que estábamos buscando algún tipo de flores doradas. Dijiste que te costó mucho trabajo comprender lo que tu padre decía ya que entrecortaba las palabras. ¿Y si tu padre no dijo «flor de oro»?-Sus ojos adquirieron un brillo excitado-. Dijo que había una fortuna, y tú asumiste como yo que eso quería decir billetes. Papel moneda. ¿Pero y si la fortuna no eran billetes sino oro? Por ejemplo en monedas de oro. ¿Y si lo que él dijo fue «Flora tiene el oro», queriendo decir que el oro estaba escondido en la fuente?

Matthew frunció el ceño, recordando los últimos momentos de vida de su padre. Luego asintió lentamente, una llamita de esperanza se encendió dentro de él.

– Es posible.

– En cuanto se me ocurrió, vine aquí. Me puse a examinar la base de la fuente y encontré una grieta en la piedra justo antes de que tú llegases. Creo que el tesoro puede estar escondido ahí dentro.

Él clavó en ella una mirada estupefacta.

– ¿Y me lo dices ahora?

Ella miró al cielo.

– He intentado decírtelo. Varias veces. Pero estabas demasiado ocupado declarándote. No es que me esté quejando, entiéndeme.

Matthew soltó una carcajada y, cogiéndola en brazos, la hizo girar. Tras depositarla sobre sus pies, le dijo:

– ¿Te he dicho últimamente lo brillante que eres?

– Bueno, lo cierto es que no creo que lo hayas dicho nunca.

– Qué lamentable descuido por mi parte. Eres absolutamente brillante. Gracias a Dios que has decidido casarte conmigo, así me puedo pasar el resto de mi vida diciéndotelo todos los días.

– No debes decir que soy brillante hasta saber si estoy o no en lo cierto.

– Incluso aunque no lo estuvieras, es una brillante deducción. ¿Dónde está esa grieta en la piedra?

Tomándolo de la mano, lo condujo hacia la fuente, se arrodilló y se lo mostró.

– ¿Ves la grieta y la piedra suelta de ese lado?

– Sí.

La excitación lo atravesó. Sacando el cuchillo de su bota, introdujo la delgada hoja. Durante varios minutos los únicos sonidos fueron el goteo de la fuente y el raspar del cuchillo contra la piedra.

– Ya está suelta -dijo él, sintiéndose incapaz de ocultar la excitación de su voz. Depositó el cuchillo en el suelo y logró meter la punta de un dedo en el lateral de la piedra. Moviéndolo de un lado a otro, lo fue sacando poco a poco-. Casi está -dijo, agarrando mejor la gruesa piedra.

Un momento después la piedra del tamaño de un ladrillo se deslizó para revelar una oquedad oscura. Matthew miró a Sarah, que en aquel momento miraba fijamente la abertura.

– Creo que deberías hacer los honores -dijo él, señalando el hueco con la cabeza.

Ella negó con la cabeza.

– No. Mira tú. Es tu fortuna.

– Miraremos juntos ya que es nuestra fortuna.

– Cierto.

Estaban a punto de meter sus manos a la vez en la abertura cuando una voz dijo a sus espaldas:

– Es verdaderamente enternecedor, pero en realidad es mi fortuna.

Matthew se giró sobre sí mismo para mirar unos ojos familiares. Pero en lugar de la amistad que estaba acostumbrado a ver allí, un odio manifiesto brillaba intensamente en ellos, un sentimiento más real si cabe por la pistola que le apuntaba directamente al pecho.

Capítulo 19

Clavando la mirada en unos fríos ojos azules, Matthew dijo con serenidad:

– Bueno, esto sí que es toda una sorpresa.

– Una muy agradable…, por lo menos para mí. Había perdido la esperanza de recuperar el dinero que tu padre me robó. Ahora quiero que los dos os pongáis de pie… con mucha lentitud y en completo silencio. Y Matthew, si veo que intentas sacar ese cuchillo de la bota, dispararé a la señorita Moorehouse. -Lord Berwick meneó la cabeza y chasqueó la lengua-. Y sé que no te gustará nada.

Matthew se levantó muy lentamente mientras su mente buscaba la mejor manera de escapar. Luchó contra su instinto primario, que no era otro que echar a un lado a Sarah y ponerse delante. Si Berwick abría fuego desde esa corta distancia, lo más probable es que los matara a ambos de un solo disparo. Mejor que la pistola sólo lo apuntara a él.

Tan pronto como estuvieron de pie, Berwick dijo:

– Empuja el cuchillo hacia mí con el pie. Acércalo lo suficiente como para que lo pueda coger.

Matthew obedeció, luego Berwick lo miró por encima de la hoja.

– Gracias. Ahora levantad las manos.

– Qué educado -dijo Matthew secamente, levantando los brazos.

– No hay motivos para no ser educados.

– Estupendo. Entonces deja que la señorita se vaya.

Berwick meneó la cabeza con tristeza.

– Me temo que no puedo. Daría la alarma y con eso lo único que conseguiría es convertir esta simple transacción en una debacle. -Miró con rapidez a Sarah-. Si te mueves o haces algún tipo de ruido, le dispararé, ¿has entendido?

Por el rabillo del ojo, Matthew vio que Sarah asentía con la cabeza. Quería mirarla, tranquilizarla de alguna manera, pero no se atrevió a apartar la mirada de Berwick.

– No es posible que creas que podrás escapar -dijo.

– Claro que lo haré. Primero cogeré mi dinero, el que tu padre me robó, y luego me iré.

– Mi padre tenía muchos vicios, pero no era un ladrón. Ese dinero lo ganó jugando.

– Ya, pero me lo ganó a mí. Era mi dinero. -La cólera atravesó sus rasgos-. Se suponía que no iba a… ganar. Ni que yo podía perder. Había vendido todo lo que tenía para obtener ese dinero… Todo. Necesitaba triplicarlo para saldar mis deudas. Y lo hubiera hecho… si tu estúpido padre, que jamás ganaba, no hubiera tenido el golpe de suerte más increíble del que haya sido testigo. Era como si no pudiera perder. Y yo no pudiera ganar. Y eso que no jugaba como debería jugar.