– Mucho mejor -afirmó él un instante antes de que su boca cubriera la de ella.
– ¿Matthew? ¿Sarah? ¿Dónde estáis? ¿Estáis bien?
La voz de Daniel, acompañada por el sonido de carreras, hizo que levantaran la cabeza.
– Aquí, en la fuente -llamó Matthew.
En un segundo apareció Daniel seguido de Hartley y Thurston, y también de Logan Jennsen y Paul, cada uno de ellos llevaba o una pistola o un cuchillo cuando entraron en el pequeño claro.
Daniel observó la escena con la mandíbula tensa.
– ¿Qué ha sucedido?
Matthew lo explicó con rapidez, incluyendo la fortuna que supuestamente se escondía en la base de la fuente, algo que había motivado el comportamiento de Berwick. Luego miró a Hartley y Thurston.
– ¿Os importaría regresar a la casa para pedirle a Tildon que llame al magistrado?
– En absoluto -convinieron, aliviados de poder abandonar la escena.
Después de que se fueran, Matthew miró a Paul.
– ¿Podrías traer una manta para cubrir el cuerpo?
– Sí, milord -contestó; luego también se marchó.
– A menos que me necesitéis para algo, iré a explicarle la situación a las damas -dijo Logan Jennsen-. Todos oímos el grito y el disparo, y estaban bastante preocupadas.
– Gracias -dijo Matthew; apretó los dientes ante la larga y persistente mirada que Jennsen le dirigió a Sarah antes de irse.
– ¿Estás seguro de que estáis bien? -preguntó Daniel.
– Seguro -dijo Matthew.
– ¿Estás seguro de no haberte golpeado la cabeza?
– Estoy seguro. ¿Por qué lo preguntas?
– Porque pareces haber olvidado buscar el dinero en la base de la fuente.
Matthew negó con la cabeza.
– Estaba tan preocupado por Sarah que lo he olvidado.
Paul regresó justo en ese momento con una manta para cubrir el cuerpo de Berwick. Después de que se fuera, Matthew miró a Sarah.
– ¿Lista?
– Totalmente.
Él miró a Daniel.
– Deséanos suerte.
Juntos, Sarah y él se arrodillaron ante la pequeña abertura, y deslizaron las manos dentro.
Y no tocaron nada.
– Está… está vacío -dijo Sarah con la voz llena de decepción.
Matthew rebuscó en el estrecho lugar una vez más, pero no cabía duda de que estaba vacío. Daniel le puso la mano sobre el hombro.
– Lo siento, Matthew. Te veré en la casa.
Después de que los pasos de Daniel se desvanecieran, Matthew ayudó a Sarah a ponerse en pie.
– Lo siento, Matthew -dijo ella con los ojos anegados de lágrimas.
– Yo también, pero cuanto más lo pienso, incluso sin haber llegado a encontrarlo, ese oro me ha hecho rico. Porque sin él, jamás te habría conocido. Y tú vales tu peso en oro.
– No lo valg… -se interrumpió bruscamente para quedarse mirando fijamente por encima del hombro de Matthew.
– ¿Qué? -le preguntó él, girándose.
– La fuente. El disparo de Berwick le dio a la jarra de Flora.
Él sacudió la cabeza mientras observaba el daño producido en la jarra.
– Mi madre adoraba esa estatua. Mi padre la mandó hacer para ella.
Sarah lo miró.
– Como la rosaleda.
– Sí.
– Lo que explicaría lo que te dijo sobre la fleur de lis. -Sarah se inclinó hacia delante y sumergió los dedos en el agua de la fuente, luego metió el resto del brazo-. Matthew, mira.
Tenía los ojos clavados en el fondo de la fuente. Matthew siguió la dirección de su mirada y se quedó paralizado. Como él alcanzaba mejor, metió la mano bajo el agua hasta el codo y cogió una brillante moneda de oro. Luego sacó la mano del agua y abrió la palma de su mano.
– Un soberano de oro -dijo Sarah con voz impresionada y excitada.
Inmediatamente comenzaron a buscar en el resto de la fuente. Tras varios segundos, Matthew levantó la vista. Curvó los labios con una lenta sonrisa.
– Sarah, creo que mi padre no dijo «parra». -Cuando ella levantó la mirada del agua, él señaló con la cabeza hacia la jarra rota-. Creo que dijo «jarra».
Mientras lo decía, se metió dentro de la fuente y se puso de puntillas. Agarrándose a la jarra, miró dentro.
– ¿Y? -dijo Sarah con impaciencia-. ¿Hay algo ahí dentro?
Ignorando el chorro del agua, Matthew metió el brazo dentro de la vasija ligeramente inclinada. Cuando sacó la mano dijo:
– ¿Te acuerdas de que te dije que valías tu peso en oro? Pues al parecer tenemos, literalmente, tu peso en oro.
Abrió la mano y dejó caer un puñado de monedas de oro en el agua de la fuente.
Sarah lo miró con los ojos brillantes y preguntó jadeando:
– ¿Hay más?
– Cariño, está llena.
Con un grito de alegría, Matthew bajó al suelo y la cogió entre sus brazos para estrecharla con fuerza.
– Lo hemos encontrado -dijo él, puntualizando cada incrédula palabra con un beso-. No me lo puedo creer.
– Qué ironía que fuera el disparo de Berwick el que nos diera la pista final -dijo Sarah dichosa.
– Sí, aunque estoy seguro de que lo hubiéramos encontrado de todas formas siendo tan brillante como eres.
– Fuiste tú quien dedujiste lo de «jarra».
– Después de que tú llegaras a la conclusión de que el dinero estaba dentro de la fuente.
– Lo que demuestra, supongo, que juntos somos invencibles.
– No sólo invencibles, cariño. Somos perfectos.
Ella sonrió.
– No me sorprende, sabiendo como sé que eres el Hombre Perfecto.
– Pues entonces no hay duda de que hacemos buena pareja, sabiendo como sé que eres la Mujer Perfecta.
Ella sacudió la cabeza y se rió.
– No puedo encontrar ni una sola razón para que digas eso.
Matthew la sujetó entre sus brazos y con una sonrisa tan amplia como la de ella dijo:
– No te preocupes, cariño. Yo encontraré suficientes razones para los dos.
Dos días después de descubrir el oro, Sarah se apresuró para entrar en su dormitorio de Langston Manor. Matthew le había pedido que se reuniera con él en la entrada principal de la casa a eso de las dos de la tarde, una invitación que avivó su curiosidad puesto que se había negado a ofrecerle ninguna pista sobre el tema.
Los últimos dos días habían sido muy ajetreados, especialmente para Matthew. Tras tratar con el magistrado, había viajado a Londres para saldar las deudas de su padre, las cuales no sólo había pagado por completo, sino que además disponía de una liquidez sustancial.
Se habían marchado todos los invitados excepto Carolyn; que se había quedado con Sarah para ayudarla a preparar la discreta boda que tendría lugar dentro de una semana. Cuando Matthew había llegado de Londres unas horas antes, la había sorprendido con el mejor regalo que podría haberle hecho al abrir la puerta del carruaje para mostrarle a Desdémona con un resplandeciente lazo de color lavanda alrededor del cuello. Mientras su adorada perra y ella se reunían en medio de risas y alegrías, Matthew le explicó que se había detenido en su casa para recoger a la perra.
Cuando se la presentaron a Danforth los dos perros se olisquearon a fondo. Desdémona ladró una vez y se relamió. Danforth ladró dos veces y se relamió. Y luego se sentó sobre el rabo de Desdémona, que gruñó con aprobación.
Matthew se rió y dijo.
– Yo se lo enseñé.
Y al parecer, ahora tenía otra sorpresa para ella, aunque no podía imaginarse nada más maravilloso que llevarle a Desdémona.
Cuando ella salió unos minutos más tarde, Matthew, controlando con una mano las riendas de su caballo castrado, Apolo, sonrió mientras la saludaba.
– Justo a tiempo.
Ella le devolvió la sonrisa, pero miró al caballo con desconfianza.
– ¿Vas o vienes?
– Voy. Esperaba que te unieras a mí.