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– ¿Señorita Cabot? -Las tres hermanas se dieron la vuelta, cuando un hombre se separó de la pared de piedra baja que lindaba con el paseo. Pero fue Caroline quien soportó el peso de su mirada fija marrón-. Perdóneme por asustarla, pero me preguntaba si podría tener un momento de su tiempo.

El alguacil Larkin estaba parado delante de ella, humildemente. Debía de haber estado posado sobre esa pared esperando que ellas aparecieran casi tres horas. A juzgar por las sombras bajo sus ojos, ésta no era su primera noche sin dormir, ni sería la última

Para sorpresa de Caroline, fue Vivienne quién habló.

– Yo no le hablaría si fuera tú, Caro. Es apenas correcto para un hombre abordar a una señorita en la calle.

– Es un policía, querida, no un asesino del hacha -replicó Caroline- ¿Por qué no me esperáis las dos en el carruaje con Tía Marietta? Sólo será un momento.

Vivienne vaciló justamente el tiempo suficiente para echarle al alguacil una mirada desdeñosa antes de subir dentro del carruaje, su boca suave, rosada comprimida en una línea desaprobadora.

Caroline condujo a Larkin unos pocos pasos lejos, asegurándose de que estaban fuera del alcance del oído de sus hermanas. Portia siempre había podido lograr oír una delicadeza jugosa de chismería a cien pasos.

– Apreciaría si usted pudiera hacer esto breve, Alguacil. Necesito regresar con mis hermanas a la residencia de mi tía. No estamos acostumbradas a continuar a horas tan extravagantes.

Aunque hizo un valiente intento, Larkin realmente no pudo esconder el anhelo en sus ojos cuando echó una mirada furtiva al carruaje.

– Puedo ver que usted se toma su responsabilidad por el bienestar de ellas muy seriamente. Lo que es precisamente por qué debía hablarle. Quería advertirle que tenga cuidado en lo concerniente a la Señorita Vivienne. -Todavía evitando la mirada fija de Caroline, volteó su sombrero en sus manos, sus dedos flacos acariciando el ala- Aunque sólo he conocido a su hermana durante poco tiempo, le tengo en muy alto aprecio y yo nunca me perdonaría que cualquier daño le viniera.

– Ni lo haría yo, Alguacil. Lo cual es precisamente por qué debe parar de dejar caer estos indicios espeluznantes y simplemente decirme si tiene alguna evidencia para probar que Lord Trevelyan es un peligro para mi hermana o cualquier otra mujer.

Sacudió con fuerza su cabeza, explícitamente desarmado de equilibrio por su franqueza.

– Quizá usted le debería preguntar qué le sucedió a la última mujer que cortejó. Una mujer que albergaba un parecido más que sorprendente con su hermana.

Cuando divisó por primera vez a Vivienne, se volvió tan blanco que habrías pensado que él había visto a un fantasma.

Mientras la voz chillona de la Tía Marietta resonaba en su memoria, Caroline sintió una onda fría a través de ella.

– Quizá debería preguntárselo a usted.

– Yo no tengo la respuesta. Eloisa Markham desapareció sin dejar señal hace más de cinco años. El misterio rodeando su desaparición no fue nunca solucionado. Su familia finalmente decidió que simplemente debía de haber declinado los afectos de Kane y haberse fugado con su amante a Gretna Green con alguien sin dinero que nunca prosperaría.

Era difícil imaginar a cualquier mujer despreciando los afectos de un hombre como Kane.

– ¿Pero usted no cree esto?

El silencio del alguacil fue respuesta suficiente.

Caroline suspiró.

– ¿Tiene alguna prueba cualquiera que Lord Trevelyan está relacionado con su desaparición o a la de cualquiera de los demás?

Larkin se puso muy silencioso, su mirada se estrechó sobre su cara.

– En lugar de interrogarme a mí, Señorita Cabot, quizá debería preguntarse por qué se siente obligada a defenderle.

Caroline se enderezó. Ésta era la segunda vez que había sido acusada de tal atrocidad en sólo unas pocas breves horas.

– No le defiendo. Yo simplemente me rehúso a estrellar las esperanzas de mi hermana para un futuro feliz y próspero cuando usted no tiene un solo jirón de prueba para condenarle.

– ¿Cómo puedo recabar pruebas de un fantasma? -Percibiendo la mirada preocupada que Caroline lanzó el carruaje, Larkin bajó su voz hasta un susurro feroz- ¿Cómo puedo cazar a un hombre que se mueve como una sombra a través de la noche?

Caroline se rió, diciéndose a sí misma que era sólo la fatiga lo que le daba al sonido un borde histérico.

– ¿Qué está tratando de decir, Alguacil? ¿Que usted, un hombre que aparentemente ha decidido dedicar tanto su vida como su vocación a la inconquistable persecución de la lógica y la verdad, también cree que el vizconde verdaderamente podría ser un vampiro?

Larkin contempló arriba a una de las ventanas oscurecidas en el tercer piso de la casa de la ciudad, en su cara rebosaron líneas sombrías.

– No sé exactamente lo que es. Sólo sé que la muerte le sigue dondequiera que va.

En cualquier otra circunstancia, sus palabras podrían haber provocado más risa. Pero estando parada delante de la casa de un desconocido en una ciudad poco familiar en el frío del preamanecer, Caroline se vio forzada a abrazar su capa más estrechamente alrededor de ella.

– Ese es un sentimiento más digno de la pluma caprichosa de Byron, ¿no cree?

– Quizá Byron esté simplemente dispuesto a recrear la noción que no cada misterio puede ser solucionado por la lógica. Si usted está verdaderamente preocupada por el bienestar de su hermana, entonces firmemente sugiero que haga lo mismo.

Mientras se ponía su sombrero y giraba para irse ella dijo.

– No puedo menos que preguntarme si no hay un motivo más personal detrás de sus sospechas, Alguacil. Mencionó que usted y Lord Trevelyan asistieron a la universidad juntos. Quizás éste es sólo su modo de colocar un rencor contra un viejo enemigo.

– ¿Enemigo? -replicó Larkin, retrocediendo. Incluso mientras una esquina de su boca se inclinaba en una sonrisa pesarosa, una tristeza inefable nublaba sus ojos- Al contrario, Señorita Cabot. Amé a Adrian como un hermano. Fue mi más querido amigo.

Inclinó su sombrero hacia ella antes de alejarse andando, dejándola de pie a solas en la niebla.

– ¡Maldito Larkin hasta el Infierno y de regreso! – juró Adrian, mirando el paso lento del alguacil fuera, como si él no tuviera ninguna preocupación en el mundo.

Caroline Cabot estaba de pie en medio de la calle debajo, viéndose como una niñita perdida. La niebla se arremolinaba alrededor de ella, formando un pliegue ávidamente en el dobladillo de su capa.

Mientras Adrian observaba desde las sombras del tejado, ella giró y lanzó una mirada preocupada a la casa de la ciudad. Sus ojos grises observando eran tan claros, tan incisivos, que él casi se zambulló tras una chimenea de ladrillo antes de recordar la capa de oscuridad que le protegía, como siempre hacía.

Ella giró y ascendió al carruaje que esperaba, sus hombros bajando bruscamente con agotamiento. Cuando el carruaje se alejó, Adrian caminó a grandes pasos por el borde del techo, observando hasta que desapareció alrededor de una esquina lejana.

Era justo como él había temido. Larkin había estado al acecho, como una araña astuta, esperando para enredarla en su tela. Hablando en su defensa, se había marcado con la misma mancha fea de sospecha que corrompía todo lo que él hacía. Se había acostumbrado hacía mucho a los susurros nerviosos y las miradas de soslayo que lo seguían a todas partes que iba. No había ninguna razón para que ella no hiciera lo mismo.

– ¡Ahí estás! -exclamó Julian, saliendo de improviso de una ventana del ático como una caja de sorpresa embriagada. Su zigzagueo era explicado por la jarra medio vacía de wisky escocés que agarraba en una mano- Pensé que habías salido.

– ¿Cuál sería el motivo? -Adrian observó el horizonte. En los pocos años pasados, se había hecho un experto en el descubrimiento del cambio más débil de negro al gris.- El sol se alzará en menos de dos horas.