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Julian se tambaleó y se hundió abajo en un cañón de chimenea derrumbándose sin huella de la gracia que tanto había deslumbrado a los invitados de Adrian.

– Y no un momento demasiado pronto, hasta donde me concierne -dijo, bostezando ampliamente- No sé qué fue más extenuante… ser obligado a vomitar la poesía sobreexcitada por muchas horas o tener esa mirada fija de la niñita en mí toda la noche como si colgara la luna.

Una sonrisa sardónica tocó los labios de Adrian.

– ¿No lo hiciste?

– No -replicó Julian, levantando la jarra hasta el cielo en un brindis burlón- Sólo las estrellas.

Por encima de sus cabezas, esas estrellas estaban parpadeando una a una, acongojándose la transición de la noche. Las sombras mortecinas sólo ahondaban la palidez de Julian y acentuaban los nichos bajo sus ojos. La mano agarrando firmemente la jarra, traicionaba un pequeño temblor visible.

Adrian cabeceó hacia la jarra, sintiendo su corazón retorcerse con una preocupación que se estaba volviendo excesivamente familiar.

– ¿Piensas que eso es realmente sabio?

– Gana a la alternativa-dijo Julian sarcásticamente, tomando otro profundo trago- Hay sólo un tanto de raro rosbif que un tipo puede estrangular abajo en una noche. Además, tengo todo el derecho para celebrar, como lo hago. ¿No oíste a Larkin? Después de rastrear a Duvalier a través de cada sórdido hueco del infierno en los siete continentes, finalmente tenemos al bastardo en nuestras miras. Cae directamente en nuestra pequeña trampa.

Adrian bufó.

– O tendiendo una trampa propia.

Julian se reclinó sobre sus codos, cruzando sus largas piernas por los tobillos.

– ¿Piensas que la ha visto ya? ¿O fueron justamente los rumores de tu inminente dicha romántica lo que finalmente le tentó de vuelta a Londres?

– Estoy seguro de que el mero pensamiento que yo pueda encontrar la felicidad en los brazos de cualquier mujer le debe impulsar a una demente furia. He tratado de arreglarlo para que no tenga más que un vislumbre suyo hasta la fiesta del baile. Por eso es que hemos estado frecuentando teatros oscuros y cenas privadas. Quiero aguzar su apetito primero, para atraerle tan profundo en nuestra red que escapar sea imposible.

– ¿Qué te hace pensar que agarrará el cebo y nos seguirá a Wiltshire?

– Porque la mitad de Londres nos seguirá a Wiltshire. Sabes tan bien como yo que un baile de disfraces dado por el misterioso Vizconde Trevelyan será lo más buscado después de la invitación de la Temporada. Y Duvalier nunca podría resistirse a una audiencia.

Julian extendió la mano para limpiar una mota de hollín de su bota, explícitamente pesando con cuidado sus siguientes palabras.

– ¿Estoy completamente confiado en tu habilidad para mantener a Vivienne fuera de los agarres de Duvalier, pero no estás simplemente un poquito preocupado acerca de romper el corazón de la chica?

Adrian le ofreció a su hermano una sonrisa pesarosa.

– Podría ser. Si fuese mío para romper. -Julian frunció el ceño por el desconcierto, pero antes de que su hermano le pudiera preguntar más, Adrian continuó hablando de Vivienne, no creo que su hermana mayor estuviera realmente tan enamorada de ti como la joven Portia lo estaba.

Julian puso mala cara.

– Ella era todo almidón y vinagre, eso era.

– Al contrario- dijo Adrian, conservando su cara cuidadosamente impasible.

– Encontré a la mayor de las señoritas Cabot realmente intrigante.

Vivienne había hablado de su hermana mayor con tal afecto desdeñoso que Adrian había esperado una soltera seca, no una belleza delgada, de ojos grises vestida como la misma Afrodita. Si Vivienne era luz del sol, entonces Caroline era luz de luna… rubio plateado, brumoso, efímero. Si se hubiera atrevido a tocarla, Adrian temía que ella se habría derretido como rayos lunares a través de sus dedos.

Julian remató el wisky escocés, luego se limpió su boca con el dorso de su mano.

– No parecía estar particularmente enamorada de ti, tampoco. Si era su bendición lo que estabas buscando, temo que estás condenado a la decepción.

– Dejé de buscar bendiciones hace mucho tiempo. Todo lo que necesitaba era alguna seguridad que no se inmiscuiría en los asuntos de su hermana. Pero gracias al miserable sentido de la oportunidad de Larkin, temo que todo lo que logré hacer esta noche fue avivar su curiosidad.

Julian se incorporó, con el ceño fruncido preocupado arrugando su frente.

– Ahora que sabemos que nuestro plan está en marcha, no podemos permitirnos dejar a Duvalier escabullirse de nuestros dedos otra vez. Tú no piensas que ella podría plantear un problema, ¿verdad?

Adrian recordó aquéllos momentos indefensos antes de que Caroline se hubiera dado cuenta quién era él. Había quedado ciego por el destello pícaro en sus ojos, la salpicadura casi imperceptible de pecas sobre sus mejillas, la plenitud invitadora de sus labios y el destello de sus hoyuelos, tan en contradicción con la pureza angular de sus pómulos altos y su pequeña nariz afilada. Nunca había pretendido que su broma floreciera en un flirteo en toda la extensión de la palabra. Pero todas sus nobles intenciones habían salido volando por la puerta de la terraza cuando ella le contempló como si quisiera que la engullera.

Volvió su mirada hacia el horizonte aclarándose, deseando poder dar la bienvenida a la salida del sol en lugar de temerla.

– No si puedo malditamente evitarlo.

CAPÍTULO 5

– A pesar de ser un vampiro, encontré que Lord Trevelyan es un alma bondadosa anoche -comentó Portia.

– Pensé que los vampiros no tenían almas -refunfuñó Caroline, marcando el paso en el salón octagonal de su tía como si fuera una jaula.

La tía Marietta y Vivienne habían aceptado una invitación para la reunión de cartas de Lady Marlybone, dejando a Caroline y Portia para que hicieran lo que quisieran. Los sirvientes se habían retirado temprano, aliviados por estar libres de las demandas tiránicas de su ama.

Caroline hizo un cambio abrupto en la dirección, casi tropezando con un cabezal sobrerelleno. Los alojamientos de tres pisos de su tía ocupaban exactamente la mitad de una casa urbana estrecha. El saloncito era tan remilgado y ampuloso como la Tía Marietta. Caroline podía alcanzar apenas una taza de té sin enredar su manga en la vara de alguna pastora de porcelana china sonriendo tontamente. Una mareante gran colección de zarazas florales y abundantes brocados cubría los numerosos sofás, sillas, y ocasionales mesas.

Portia estaba enroscada en una de aquellas sillas, sus pies desnudos metidos bajo el dobladillo de su camisón de lino, un libro de los poemas de Byron recostado en su regazo. Sus rizos oscuros se asomaban bajo una gorra revuelta.

– ¿No piensas que Julian sería un vampiro mucho más distinguido que su hermano? Tiene tales manos elegantes y ojos sentimentales… -abrazó el volumen encuadernado en cuero contra su pecho, una sonrisa soñadora encorvó sus labios- No es demasiado viejo para mí, sabes. Tiene sólo veintidós años, cinco años más joven que el vizconde. ¿Si Vivienne consigue casarse con Lord Trevelyan, piensas que ella podría persuadir a Julian para ofrecer por mí?

Caroline cambió de dirección y contempló a su hermana.

– ¿Debo entender que ahora que tú te has encontrado con su oh! tan apuesto y siempre tan elegible hermano, estás dispuesta a pasar por alto el hecho que crees que Lord Trevelyan es un vampiro?

Portia parpadeó.

– ¿No eres tú quién siempre me impulsa a ser más práctica?

Mientras Portia entremetía su nariz de regreso en el libro, Caroline negó con la cabeza y reanudó su paseo. Suponía que no tenía derecho a regañar duramente a Portia por sus ridículas sospechas cuándo comenzaba a sentir como si Adrian Kane hubiera lanzado alguna clase de hechizo hipnótico sobre ella. No había pensado en nada -ni en nadie- más desde el primer momento que le había ofrecido su pañuelo. Ciertamente no podría admitir a Portia que había entremetido ese inofensivo retal de lino bajo su almohada al regresar de la casa urbana del vizconde. O que lo hubiera sacado al despertar para ver si un soplo tentador de perfume de laurel y sándalo todavía se aferraba a sus exuberantes pliegues.