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– Yo más bien esperaba que Julian estuviese con él -confesó Portia ya sin aliento por su paso enérgico.

– Entiendo que a la mayoría de depredadores les gusta cazar a solas -Caroline masculló sin pensar.

Portia se detuvo en seco, sacudiendo con fuerza a Caroline para que parara. Caroline se dio la vuelta para encontrar a su hermana contemplándola, sus ojos redondos por la incredulidad.

– Pensé que estábamos aquí por una broma -dijo Portia- ¿Piensas decirme que no bromeabas sobre cazar un vampiro? ¿Realmente crees que el vizconde podría ser un vampiro?

– No estoy segura de lo que creo -contestó Caroline en tono grave, tirando de su hermana para que se moviera.- Pero tengo la intención de averiguarlo esta noche.

Estaban casi por la puerta del jardín cuando un hombre parcialmente calvo en pantalón y camisa caseros extendió la mano desde su caseta de madera para bloquear su camino.

– ¡So allí, señoras!

Aunque se dirigió a ellas como «señoras», no había equivocación en el brillo escéptico en sus ojos. Caroline apenas podría culparle por pensar lo peor de dos jóvenes hembras sin chaperona fuera de la ciudad a esta hora impía. Ella era dolorosamente consciente que arriesgaba las reputaciones de ambas. ¿Pero cómo podía pesar sus reputaciones contra el futuro total de Vivienne? Sólo podría pedir que las máscaras las mantuviesen de ser reconocidas por cualquiera en el círculo social de la Tía Marietta.

Apenas echando una mirada al hombre, saltó de arriba abajo de puntillas, desesperada por conservar a Kane en la vista.

– Tenemos una prisa terrible, señor. ¿Puede apartarse por favor?

– No hasta que suelte tres chelines por cabeza.

Cuando empezó a clavar los ojos en él inexpresivamente, suspiró y puso sus ojos en blanco.

– Para el ingreso al jardín.

– ¡Oh! -Caroline retrocedió con consternación. Este era un costo que no había esperado, uno que las dejaría con un poco más de un puñado de peniques en sus cofres, que disminuían rápidamente. Pero a no ser que quisieran regresar a las posadas de Tía Marieta no más sabias de lo que eran antes de marcharse, no tenía mucha opción. Kane ya se perdía de vista.

Sacando su retículo de seda del bolsillo interior de su capa, Caroline contó el dinero y lo arrojó en la mano extendida del hombre.

Ella y Portia se apresuraron a través de la puerta tomadas de la mano. Los parrandistas se aglomeraban en el Gran Paseo del jardín. Las linternas centelleaban como estrellas entre las ramas majestuosas de los olmos que bordaban la carretera de grava. Los amantes paseaban del brazo en medio del aire perfumado con el jazmín de la noche y las castañas asadas.

Una señora con mucho busto pasó rápidamente a su lado, arrastrada por un chico uniformado, su peluca empolvada era tan blanca como la nieve, su piel lisa tan oscura como ébano pulido. Un puñado de niños se lanzó por la muchedumbre como elfos animados, sus ojos brillaban con travesura y sus deditos gordos sujetaban bizcochos de azúcar o cualquier otro dulce que recién habían convencido a sus padres que compraran. Un hombre de ojos negros se detuvo junto a una fuente de mármol, bajo su barbilla sostenía un violín que chillaba una melodía melancólica.

Mientras miraba todos los monumentos agradables alrededor de ellas, los pasos de Portia se demoraron. Caroline difícilmente podría culparla. Ella misma estaba en grave peligro de caer bajo el encanto del jardín. Pero fue sacudida de su hechizo por un arrogante grupo de tipos que observaron con demasiada insistencia y demasiado tiempo el pecho de Portia. Hacía apenas unos días, había oído por casualidad a la Tía Marieta y a algunos de sus amigos murmurando sobre una jovencita desafortunada que había sido arrancada del lado de su madre en uno de los sitios sombríos que rodeaban los jardines por un par de borrachos de sangre joven que tenía intenciones de la peor clase de fechoría.

– Deprisa, Portia -instó Caroline, acercando a su hermana aún más -¡No debemos dejarlo alejarse demasiado de nosotras! -Mantuvo su mirada fija sobre Kane, sus poderosos hombros parecieron de repente más una comodidad que una amenaza.

Habían avanzado sólo unos pasos cuando Portia la obligó a detenerse de nuevo. -¡Oh, mira, Caro! ¡Tienen helado!

Caroline se giró para encontrar a su hermana mirando con anhelo a un vendedor italiano que entregaba un cono de papel lleno de helado de limón a una señorita elegantemente vestida de una edad cercana a la de Portia.

– ¡Por favor, Portia! No tenemos ni el tiempo ni el dinero para tales tonterías en este momento. -Caroline arrastró a su hermana de vuelta a la acción, pero cuando sus ojos exploraron el camino delante de ellas, se dio cuenta de que era demasiado tarde. Kane se había ido.

– ¡Oh, no! -suspiró, soltando la mano de Portia.

Dejando a su hermana allí de pie, se abrió camino entre la multitud, quitándose la máscara para buscar al vizconde con desesperación. Pero fue inútil. Kane había desaparecido, tragado por la corriente constante de juerguistas.

¿Juerguistas o víctimas?, se preguntó, tocada por un frío repentino.

Ese frió se convirtió en un profundo helor cuando escuchó el cacareo familiar de una risa. Sin pensar, volteó alrededor. Tía Marieta y Vivienne estaban recorriendo el sendero, dirigiéndose directamente hacia ella. Habían pasado al lado de Portia, demasiado absortas en su charla como para notar a la joven enmascarada que estaba paralizaba a mitad del camino.

Intercambiando una mirada aterrorizada con Portia, Caroline buscó las cintas de su máscara. En un par de segundos las mujeres estarían donde ella.

– ¡Tía Marieta! -gritó Portia, despojándose de la máscara.

Las dos mujeres se volvieron al mismo tiempo. Caroline no sabía si echarse a llorar de miedo o de alivio.

– ¿Portia? ¿Eres tú? -llamó Vivienne, el aturdimiento sonaba en su voz.

La cara de Portia se arrugó. -¡Oh, Vivienne! ¡Tía Marietta! ¡Estaba tan asustada! ¡Me alegra tanto que hayan venido! -Se arrojó a la Tía Marieta, envolviéndole la amplia cintura con los brazos y enterrando su rostro en su pecho con volantes.

Tras la espalda de su tía, le hizo una señal frenética a Caroline. Ésta obedeció la señal, escondiéndose detrás de la bella columna de un templo gótico al borde del camino.

– ¿Qué diablos estás haciendo aquí, niña? -clamó la Tía Marietta, haciendo una mueca de disgusto mientras sacaba las manos de Portia de su vestido- Se supone que deberías estar en casa en cama.

Portia se irguió, pero no antes de usar uno de los volantes de su tía para sonarse la nariz. -Temo que he sido muy desobediente -confesó, aún respirando penosamente.- Estaba terriblemente enojada contigo por dejarme esta noche cuando me enteré de que sólo faltaban unos cuantos días para que me marchara de regreso al campo. Siempre he querido ver Vauxhall, así que esperé a que Caroline se durmiera, robé algunas monedas de su bolso, y me escapé de la casa. Pero tan pronto llegué aquí, me di cuenta de que había cometido un error terrible. ¡Me asusté tanto, y ahora sólo quiero ir a ca-a-a-sa! -la voz rompió en un chillido.

Caroline puso los ojos en blanco, agradeciendo por primera vez que su hermanita siempre hubiera sido una mentirosa tan convincente. Uno tendría que poseer un corazón de piedra para dudar de sus ojos llorosos y sus labios temblorosos.

– ¡Vaya, niña mala! Debería enviarte de regreso a Edgeleaf a primera hora de la mañana. -Cuando la Tía Marietta levantó un grueso puño como para jalarle las orejas a Portia, Caroline se tensó, lista para saltar fuera del lugar donde estaba escondida.

– ¿Qué están haciendo ustedes dos aquí? -reclamó Portia, su tono fue lo suficientemente acusante como para aturdir a la Tía Marietta, que bajó su mano.- ¿Por qué no están en su preciada partida de naipes?

– Lady Marlybone estaba enferma y no teníamos un cuarto para nuestra mesa -explicó la Tía Marietta.