Выбрать главу

Sabiendo que tenía que intentar de cualquier modo, Caroline estaba abriendo la boca para dejar salir un chillido espantoso cuando dio directamente a los brazos de un tercer hombre.

Un poderoso brazo rodeó sus hombros desde atrás, colocándose justo encima de la elevación de sus pechos. -Lamento decepcionarlos, muchachos -dijo el tono profundo y oscuro de una voz-, pero hay más que sólo lobos vagando por el bosque esta noche.

CAPÍTULO 6

Caroline tembló de alivio, acunada por el calor perfumado de sándalo y malagueta del abrazo de Adrián Kane. Le había prometido que no era del tipo que se desmaya en los brazos de un hombre, pero su fuerza innegable hizo que semejante idea la tentara extrañamente. Sobre todo unido a su devastadora confianza en sí mismo. No podía evitar la idea de que era el tipo del hombre que sabría exactamente que hacer con cualquier mujer que casualmente encontrara en sus brazos.

– ¿Quién demonios es usted? -exigió su rubio atacante, su sonrisa cordial substituida por un ceño malhumorado.

La voz de Kane era normal, casi jovial. -Soy el que se comió al Gran Lobo Malo y no dejó nada salvo los huesos.

El muchacho intercambió un vacilante vistazo con su compañero. El chico moreno dio un paso adelante hasta que los dos estuvieron hombro con hombro.

– Salimos para practicar un poco de deporte durante esta fresca noche de primavera, -dijo con seriedad, tirando de su sombrero de copa.- No vamos a pelear con usted, señor.

– Si quiere dejarlo así, sugiero que usted y su amigo se marchen y olviden que alguna vez se adentraron por este camino.

– ¡Esto no es justo! -gruñó el otro muchacho, sacando pecho con la tonta bravuconería de la juventud.- Nosotros la atrapamos. ¡Es nuestra!

Antes de que Caroline pudiera escupir una réplica, Kane dijo suavemente, -Ya no. Ahora es mía.

Aquella elemental reclamación, proveniente de los labios de Kane y pronunciada con absoluta convicción, envió un temblor involuntario bailando por la piel de Caroline. Su apretón se tensó, advirtiéndola de que él lo había notado.

– Puede tenerla cuando hayamos terminado, si quiere, -ofreció el joven moreno, obviamente planeando una futura carrera como diplomático en el Ministerio de asuntos interiores.- Nosotros, sabemos tratar a una dama. -Se mojó el labio superior con la lengua, parpadeando con mirada sugerente hacia Caroline.- Puede empezar por implorar compasión, pero cuando hayamos acabado, implorará por más.

El cuerpo entero de Kane se puso tenso, como si se preparara para saltar. Pero simplemente dijo, -No, gracias. Yo siempre he tenido predilección por la carne fresca.

Horrorizada por su deliberada crudeza, Caroline se puso rígida. Intentó volverse para ver su expresión, pero su implacable apretón la mantuvo quieta.

– Es una estupidez, -declaró el chico rubio.-Somos dos contra uno. Digo que vamos a recuperarla.

Mientras los dos intercambiaban una mirada desafiante, Kane murmuró.

– Perdóneme, querida. Sólo será un momento, -y la alejó con manos firmes, pero gentiles.

Tuvo razón. En un minuto sus atacantes se apresuraban hacia él, al siguiente estaban tumbados sobre el suelo, gimiendo. La sangre se derramaba de la nariz pecosa del rubio. El otro muchacho agachó la cabeza y escupió un diente, su labio partido hinchado hasta dos veces su tamaño.

Kane permaneció en mitad del camino con apenas una gota de sudor sobre la frente, golpeando el extremo de su bastón en su palma.

Dio un casi imperceptible paso en su dirección, y ambos se precipitaron hacia atrás sobre codos y talones como cangrejos heridos.

– La próxima vez que los dos cachorros quieran ir de caza, sugiero que inviertan en una jauría de sabuesos y se unan a un club de caza del zorro. De otro modo, podrían encontrar sus propias pieles colgadas en mi pared.

Todavía fulminándolo con la mirada, se tambalearon y tropezaron entre los árboles, gimiendo y maldiciendo entre jadeos.

Despacio, Kane se volvió hacia Caroline. Aunque no hiciera más que un leve movimiento en su dirección, sus intenciones eran claras.

Había tratado con ellos. Ahora trataría con ella.

Enderezó su máscara, todavía con la esperanza de que no la hubiera reconocido.

– Gracias, señor. Su valentía es muy apreciada.

– ¿De veras?

Acobardada por su inescrutable mirada fija, comenzó a alejarse de él.

– No sé lo que habría hecho si usted no hubiera venido en un momento tan oportuno.

– Oportuno para los dos, parecería,-contestó, siguiendo su marcha atrás paso a paso.

¿Era su imaginación o estaba su mirada fija sobre la curva pálida de su garganta? ¿Sobre el pulso que revoloteaba bajo su suave piel blanca? Posó la mano allí, pero pareció una débil defensa, ciertamente.

Siempre he tenido predilección por la carne fresca.

Sus palabras volvieron para atormentarla. ¿Y si había estado hablando de la satisfacción de un tipo totalmente diferente de hambre?

Luchando para rechazar la ridícula fantasía, retrocedió en el claro de luz de luna. Su brumoso brillo no lo disuadió. Él siguió acercándose, cada paso tan acompasado como las campanadas de la iglesia distante anunciando la llegada de la medianoche.

– Yo debería regresar a mi fiesta-dijo ella, aumentando más su jadeo con cada paso. -Nos separamos y probablemente en estos momentos los demás estarán frenéticos de preocupación.

– También deben estar…

Ella se volvió para escapar, casi esperando que uno de sus poderosos brazos la rodeara otra vez. Una de sus grandes, calientes manos extendida sobre la curva delicada de su mandíbula, para inclinarle la cabeza a un lado y exponer la vulnerable curva de su garganta y entonces él podría inclinarse y hundir su…

– … señorita Cabot, -terminó él.

Caroline se paró en seco, luego se volvió para afrontarlo, incomprensiblemente enfadada porque hubiera visto a través de su pequeña y ridícula máscara.

– ¿Cómo me reconoció?

Apoyando su bastón contra un árbol cercano, cerró la distancia entre ellos en unos pocos y largos pasos.

– Por su pelo. No creo que ninguna otra mujer en Londres tenga el pelo con este matiz. -Alargó la mano para tirar de una hebra de su apretado moño, investigando el mechón entre sus dedos como si fuera la más inusual de las sedas.

– Parece luz de luna líquida.

Desprevenida por la inesperada caricia, Caroline levantó despacio su mirada hacia él. A pesar de la ternura de su toque, sus ojos todavía brillaban por la cólera.

Molesta por el traidor hormigueo que había invocado tanto su toque como sus palabras, rescató el mechón errante y arregló su capucha para cubrirse el pelo.

Aceptando el tácito reproche, él dobló los brazos sobre su pecho.

– Quizás quiera explicarme por qué me seguía y cuando logró despistar a su hermana pequeña y terminó en tal apuro. Pensé que supuestamente era la sensata de la familia.

– ¡Soy sensata! O al menos lo era. Hasta que me encontré… -Se detuvo, mordiéndose el labio inferior- ¿Cuánto tiempo ha sabido que yo le seguía?

– Desde el momento en que su jamelgo se incorporó tras mi carruaje en Berkeley Square. Le sugiero encarecidamente que nunca solicite un puesto en el Ministerio de la Guerra. Parece carecer de la capacidad de esconderse y la habilidad de sigilo requeridas para una carrera en el espionaje.

– ¿Cómo logró desaparecer tan rápidamente? -preguntó.- Me distraje un instante y se había ido.

Encogió sus amplios hombros.

– Nunca sé cuando Larkin y sus hombres me rastrean. Aprendí hace mucho tiempo que perderse entre la muchedumbre es el mejor modo de perder a alguien más. -Ladeó la cabeza.- ¿Es por lo qué me seguía? ¿Le ha ofrecido la policía un puesto bajo nómina?