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Al principio Adrian no se movió, dejándole simplemente saber lo ineficaz de sus forcejeos contra su fuerza. Entonces bajó sus brazos despacio liberándola de su abrazo.

Cuando caminaba alejándose de ella, una ráfaga de viento perfumado revolvió su pelo y alzó la capa de su chaqueta. Su mirada era más inescrutable que antes.

– Ésa fue una actuación muy convincente, Srta. Cabot. ¿Ha considerado la carrera de actriz alguna vez?

– Puesto que me he dado cuenta que no me acomodan los rigores del espionaje, quizás debería…

Enderezó su máscara, esperando que las sombras escondieran el temblor nervioso de sus manos.

– Si no regreso a mi cama antes que Tía Marietta llegue a casa, puedo muy bien terminar vendiendo pasteles de Banbury en alguna esquina.

– Espero que eso no ocurra.

Las palabras de Kane fueron cortantes como el súbito sonido de una rama al quebrarse. Caroline empezó a temer que quizás su tía y su hermana habían regresado ya a casa. Moviéndose rápidamente y con una gracia silenciosa, Kane recuperó su bastón y la colocó detrás suyo, sin advertir en ella su rebeldía. Una vez escudada tras su cuerpo examinó las sombras bajo la luna, su cautela aparentemente iniciada por un sonido inofensivo.

Agarrando la parte posterior de su capa con una mano, Caroline miró con fijeza alrededor de su hombro, recordando el sentido abrumador de la amenaza que había experimentado anteriormente. ¿Había asumido que Kane era quien la seguía, pero si se había equivocado? ¿Y si había algo más en la oscuridad, mirando y esperando? ¿Algo peligroso? ¿Algo hambriento?

Tembló, preguntándose de dónde había venido tal pensamiento descarriado.

– ¿Cuál es él? -susurró.- No piensas que esos brutos han vuelto, ¿qué hacen?-

En lugar de contestar, Kane la asustó jalándola nuevamente dentro de las sombras de los árboles y sujetando una mano firmemente sobre su boca. Los ojos de ella se ensancharon al ver como un hombre venía andando alrededor en una curvatura del camino. Sus retorcijones y gemidos menguaron cuando reconoció al Alguacil Larkin enfermo y desencajado con paso flojo y un cuarteto de hombres con sombreros y capas indescriptibles lo seguían. A una señal discreta de Larkin, se separaron en los bosques en direcciones diferentes, uno de ellos paso cerca de Caroline y Kane.

Cuando estaban todos fuera del alcance del oído, Kane la soltó. Podría haber sido su imaginación demasiado exaltada, pero su mano parecía demorarse contra la suavidad de sus labios por un latido del corazón más largo que el necesario.

– ¿Qué hacen Larkin y sus hombres aquí? -susurró.

– Al parecer lo mismo que hacen todos los demás en Vauxhall esta noche -murmuró Kane, mientras disparaba una mirada siniestra- Buscarme.

Su mano la instó a seguir en la dirección opuesta, echando un vistazo sobre su hombro. Caroline debía correr para mantenerse al ritmo de sus pasos largos.

Todavía preguntándose si simplemente saltaría como una cacerola al fuego, cuando dijo bruscamente, -¿A dónde me lleva?

– ¿Por qué, dónde, Srta. Cabot? -Le dio una mirada lateral, permitiéndose sólo la más débil de las sonrisas.- A la cama.

– ¿Está despierta? ¡Caro, despiértese! ¡Pssssst!-

Ignorando el siseo frenético así como había ignorado el crujir de la puerta al abrirse y el gemido revelador de la tablilla, Caroline arrastró su almohada encima de su cabeza y se enterró más profundamente bajo las tapas. Siempre había sido incapaz de fingir el sueño frente a Portia. Que empezaría atizándole en las costillas, tiraría una pluma del sombrero más cercano y empezaría a hacer cosquillas en los dedos de sus pies. Una vez, en el frenesí por compartir sus últimas teorías con respecto a la sirena que había visto capoteando en el pozo que estaba al final del jardín, descargó completamente la cubeta del lavado encima de la cabeza de Caroline. Ésta se había levantado mientras gritaba en las orejas de Portia que difícilmente sentiría algún sonido en una semana.

Pero esa vez Portia eligió una estrategia de lejos, más diabólica.

Tiró lejos de una esquina de la manta y puso su boca al lado del oído de Caroline. Bajando su voz a un barítono falso, susurró:

– No sea tan tímida, Srta. Cabot. Venga a darnos un beso.

Caroline se sentó tan rápidamente que casi toparon las cabezas.

– ¡Pequeña mocosa infeliz! ¿Nos reconociste, no?

Dio de puntapiés fuera de sus zapatillas y meneó sus dedos.

– Creo que no era fácil de reconocerlos, con Tía Marietta dando tirones mi capucha encima de mis ojos y dándome una bofetada entusiasta cada cinco segundos. Tropecé en un árbol y casi me golpeé.

Caroline se recostó contra las almohadas, mientras su miraba brillaba hacia su hermana.

– Es una compasión que no lo hizo. Por lo menos entonces podría haber podido conseguir el resto de una noche decente.

Arrastrando fuera de sus guantes uno a la vez, Portia se apoyó adelante y le confió:

– Al principio pensé que el vizconde te estaba mordiendo. No podría entender por qué no estabas intentando luchar. Estaba lista para gritar cuando de repente comprendí te estaba… besando -Susurró lo último como si fuera alguna clase de rito carnal antiguo, oscuro y prohibido y más lascivo que cualquier acto que un vampiro podría cometer.

– Sólo estaba pretendiendo besarme-insistió Caroline, mientras intentaba no recordar el sabor embriagador de sus…, el barrido tierno de su lengua a través de su boca.

El resoplido escéptico de Portia era menos que elegante.

– Entonces debe tener una imaginación muy vívida, de hecho, porque le estaba saliendo ciertamente con mucho entusiasmo.

– No tenía opción -Caroline se retorció, sólo demasiado consciente de que su propio entusiasmo la había condenando más aun.

– Si Tía Marieta nos hubiera reconocido, habría sido el desastre para todos especialmente para Vivienne.

Su conciencia se acobardó al pensar en su hermana. Casi deseó creer que Kane había lanzado alguna clase de hechizo encima de ella. Entonces tendría una excusa a su comportamiento lascivo en sus brazos. Parecía estar dispuesta a abandonar todo, siempre había estimado, incluyendo la confianza de Vivienne, por un placer tan efímero como un beso.

– No necesitas preocuparte por Vivienne-le aseguró Portia.

– No tiene ninguna sospecha. Tía Marietta estaba con demasiada prisa por pasar rápidamente y denunciar al individuo. Bien, no tú persona, sino a quien estaba tan descaradamente en los brazos del vizconde. Claro, no hizo que los conocía eran los doxy de latón en los brazos del vizconde. Y no sabía que eran los brazos del vizconde. Solo lo creyó -Portia ondeó su propio tejido apresuradamente alejando la confusión.

– Oh, no importa. ¿Cómo consiguieron llegar a casa? ¿El caballo de alquiler aún esperaba por Uds.?

– El Señor Trevelyan me envió a casa en su propio tílburi.

La había colocado en el interior lujoso del vehículo con nada más una corta orden al chofer, diciéndole al hombre que en la puerta, directamente a su tía.

– ¿No te acompañó?

Caroline agitó su cabeza, agradecida por que no habían tenido que compartir los confines íntimos del carruaje.

– Dudo que quisiera pasarse otro minuto en mi compañía después de que hice semejante enredo.

Portia escuchó extasiadamente mientras Caroline le contó todos los detalles de los dos jóvenes que la habían acosado y el rescate del vizconde.

Cuando había terminado, Portia se apoyó contra el pie de la cama con un suspiro confundido. -Muy extraño. Me pregunto por qué un vampiro se pasaría sus tardes vagabundeando por los Jardines de Vauxhall rescatando doncellas de su aflicción.

– Si no fuera tan imposible casi me tentaría a creer que es un vampiro. Deberías haber visto cómo despachó a esos dos rufianes. Nunca he visto a un hombre exhibir tal velocidad asombrosa y poder.-Caroline agitó su cabeza, mientras se estremecía al recordar.- Había algo casi sobrenatural… en eso.