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¿Portia estudió su cara para un momento antes de preguntar suavemente,

– ¿Eso? ¿Qué? ¿su beso? ¿Había algo también “sobrenatural” sobre eso?

Caroline inclinó su cabeza maldiciendo su cutis.

– No es como si tuviera algo con que compararlo-mintió tiesamente, mientras sentía el rubor en sus mejillas.

– Estoy segura que era un beso absolutamente ordinario.

Un beso absolutamente ordinario que la había mareado. Un beso absolutamente ordinario que le había fundido cada pensamiento práctico, alejándolos de su cabeza, incluyendo el hecho de que el hombre que la besa pertenecía a su hermana.

No podía soportar más el escrutinio de Portia, Caroline resbaló en la cama y rodó sobre si poniéndose de cara a la pared.

– ¿Por qué no vas a tu propia cama y me dejas en paz para que pueda volver a mis sueños absolutamente ordinarios?

Las campanillas repicaron a medianoche.

Estaba de pie sobre los adoquines cuando llegó, mientras andaba bajo la llovizna, su pelo brillando a la luz de la luna, su capa se arremolinaba alrededor de sus tobillos. Supo que venía por ella, todavía no podía gritar, tenía paralizada la garganta, no podía mover ningún músculo.

La luz de la luna desapareció dejándola en la sombra. La tomó en sus brazos, su gentileza tan irresistible como su fuerza.

Sus dientes brillaron cuando descendieron hacia ella. Demasiado tarde, comprendió que no era sus labios lo que buscaba pero sí su garganta. Aun así, no podía detenerse de inclinar su cabeza al lado e invitarlo, sin él pedirlo, participando de ella, bebiendo hasta saciarse de su flujo de vida que pulsaba apenas bajo la seda lisa de su piel.

Él le ofrecía lo qué ella deseaba, lo qué ella había anhelado siempre en secreto.

Rendición.

Cuando sus dientes agujerearon ese velo frágil, enviando una brisa de éxtasis impío a través de su alma, las campanillas conservaron el sonido, anunciando la llegada de la medianoche dónde eternamente pertenecería a él.

Caroline se enderezo repentinamente en la cama, luchando con la presión aplastante en su garganta. Le tomó un terrible momento comprender que era su propia mano que se hallaba envuelta alrededor de ella. Su pulso corriendo locamente bajo sus yemas de los dedos. Bajó su mano despacio, mirando fijamente a sus dedos temblorosos como si pertenecieran a alguien más.

Más desconcertante que su pánico era el rubor inexplicable que parecía haber teñido el resto de su cuerpo. Su boca estaba seca, sentía el hormigueo en su piel y había un dolor tierno en sus pechos y entre sus piernas que era más agradable que doloroso.

Echó un vistazo alrededor del cuarto, esforzándose por alejar el sueño que se demoraba en dejarla. La cama estrecha de Portia estaba vacía y el cuarto de la buhardilla se encontraba en la oscuridad, haciendo imposible decir qué hora del día era. El caprichoso sueño de Caroline contenía fragmentos de otros sueños dónde la perseguían por caminos oscuros atacantes enmascarados, de bocas torcidas y crueles con miradas lascivas.

Frotó sus ojos nublados. Habría sido la noche entera nada más de un sueño con el viaje enfadado de Portia a Jardines de Vauxhall; esos momentos deliciosos en los brazos del vizconde; ¿el sabor embriagador de su beso? ¿Qué si ellos habían estado en una fantasía febril, nacida de un exceso de imaginación?

Casi fue tentada a creer que todavía estaba soñando, porque las campanillas de la medianoche todavía estaban sonando.

Frunció el entrecejo, reconociendo finalmente el cencerreo áspero del tirón del timbre delantero. Echó las mantas hacia atrás, bajó de la cama y se apresuro a la ventana. Un elegante carruaje tirado por un par de hermosos corceles se estacionó en la calle. Estirando el cuello consiguió ver a un solo hombre de pie en el pórtico. A pesar que el borde rizado de su sombrero de castor escondía sus rasgos, no había ninguna equivocación por la forma en que el abrigo se ceñía a sus hombro destacando su imponencia.

Adrian Kane había llegado y en pleno día nada menos.

Caroline se curvó contra el alféizar de la ventana con alivio, sin caer en cuenta, que hasta ese momento las fantasías de Portia habían sido las causantes sus sueños e imaginación.

Agitó su cabeza ante su propia tontería, lanzó una mirada lamentable hacia el cielo. Una lluvia firme estaba cayendo, estaba tan nublado y gris que parecía como si el sol nunca brillase de nuevo.

Sus ojos estrecharon cuando estudió esas nubes ominosas. ¿Era luz del día la que se suponía destruía a los vampiros?

¿O la luz del sol?

Frotó su ceja, deseando de repente haber prestado más atención a la teoría de Portia. La campanilla tocó de nuevo. Tía Marietta no era ningún vampiro, pero raramente se levantaba antes del mediodía o recibía a las visitas antes de las dos. Aun así, Caroline podía oír un revoloteo frenético, seguido por órdenes ladradas en el piso de abajo, como si Tía Marietta y Vivienne se apresuraran en sus espaciosas recámaras, intentando ponerse presentables.

Cuando bajó su mirada a la puerta, Kane echo su cabeza hacia atrás y miro fijamente la ventana dónde se encontraba. Caroline se agachó detrás de las cortinas. No podría haber negado el poder de esa mirada. Incluso el encaje polvoriento no podría protegerla de la influencia hipnótica.

La campanilla dejó de sonar. En el silencio ensordecedor que siguió, una simple y pequeña confusión del popular vampiro de Portia sonó fuerte y clara en la mente de Caroline… un vampiro no podía entrar en la casa de su víctima a menos que fuera invitado.

Caroline intentó alejar esa idea ridícula, pero el sueño todavía era demasiado vívido en su memoria. ¿Y si estuviera ignorando la teoría de Portia y era realmente un lobo quien estaba parado en la puerta de su tía?

Puesto que no se vería muy bien que fuese al piso inferior en camisón, arrojándose por la puerta y pretendiendo sufrir de una enfermedad muy contagiosa como cólera o plaga bubónica, atisbó por la ventana.

La puerta delantera estaba abierta. Pero en lugar del lacayo de su tía, era una Portia radiante la que estaba introduciendo al vizconde en la casa y fuera de la lluvia.

La boca de Caroline se cayó abierta.

– ¿ Portia? -susurró, mientras agitaba su cabeza con escepticismo.

Caroline bajo los escalones después de ponerse un vestido azul severo que no le favorecía en absoluto a su figura delgada. El cuello almidonado parecía sacado de hace dos siglos de la época de la Reina Elizabeth. Había aplanado cada rastro de su cabello cruelmente en un nudo y haciendo plaff se había colocado una gorra. Determinada a vencer todos los rastros de la criatura lasciva que se había aferrado con tal abandono desvergonzado al pretendiente de su hermana.

Dudó un momento con su mano en el pasamano. La voz de barítono del vizconde podría fundir a distancia las inhibiciones de una mujer, pero su tono le hizo difícil escuchar detrás de la puerta. Se esforzó en oír, pero solo podía escuchar retazos de la conversación. El charlar constante de Portia era acompañado por el tintineo amable de la taza de té en el platillo, los murmullos corteses de Vivienne y las risas chillonas de Tía Marietta.

De repente, el salón entró en un silencio. Incluso Portia cesó su balbuceo.

Cuando el vizconde empezó a hablar, Caroline bajó otro paso. Pero todo lo que ella alcanzó a escuchar era

– … al acudir aquí hoy… presumo sobre sus sentimientos… una pregunta muy importante.-

Su mano se apretó en el pasamano, sus nudillos quedaron blancos. Kane se iba a proponer. Iba a ofrecer hacer su esposa a Vivienne y una vez hecho nada en la vida sería lo mismo. Sentía una presión extraña cerca de su corazón, como si una vena hasta el momento desconocida hubiera dado un salto mortal

Sin darse tiempo para examinar la sensación, acelero los últimos pasos.