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Levantándose hasta su altura completa de metro cincuenta y ocho, Portia inhaló por la nariz.

– Todo el mundo sabe que el Dr. Polidori no escribió esa historia. ¡Por qué, él mismo admitió que la publicó en nombre de su célebre paciente… George Gordon, el mismísimo Lord Byron!

– Una afirmación que Byron acérrimamente negó, debería recordártelo. -le replicó Caroline.

– ¿Le puedes culpar? -argumentó Portia- ¿Cómo podía hacer él otra cosa cuando el carácter cruel y amenazante de Ruthven era sólo una versión delgadamente disfrazada de sí mismo? Él puede negarlo todo lo que le guste, pero «El Vampiro» reveló su verdadera naturaleza para que todo el mundo la viera.

Caroline suspiró, una vena en su sien comenzando a latir.

– ¿Su verdadera naturaleza es la de una criatura chupasangre de la noche, supongo?

– ¿Cómo lo puede dudar alguien después de leer «El Infiel [3]»? -Los ojos de Portia cobraron un brillo distante que Caroline conocía demasiado bien. Levantando una mano y golpeando una postura apropiadamente dramática, Portia entonó:

«Pero primero, sobre la tierra, como vampiro enviado,

tu cadáver de la tumba será arrancado;

luego, lívido, vagarás por el que fuera tu hogar,

y la sangre de todos los tuyos has de chupar;

allí, de tu hija, hermana y esposa,

a media noche, la fuente de la vida secarás»

Mientras la voz de Portia se desvanecía en una nota apropiadamente funesta, Caroline masajeó su sien palpitante con dos dedos.

– Eso no prueba que Byron sea un vampiro. Sólo que él, como cada otro gran poeta, es de vez en cuando capaz de decir estupideces transcendentales. Sólo puedo esperar que tengas pruebas más sustanciales para condenar al nuevo pretendiente de Vivienne. De lo contrario, tendré que asumir que esto es algo así como la vez que me sacudiste hasta despertarme antes del amanecer e insististeis en que una familia de hadas vivía bajo uno de los hongos venenosos del huerto. Puedes imaginar mi aguda desilusión cuando tropecé descalza a través del rocío matutino solo para descubrir que tu familia de hadas no eran más que larvas con ni un ala de mariposa o una rociada de polvo de hadas.

El sonrojo de Portia hizo poco para templar la malhumorada protuberancia de su labio inferior.

– Tenía sólo diez años entonces. Y te puedo asegurar que esto no es un antojo de mi propia fabricación. ¿No recuerdas el chismorreo que nos contó nuestro primo, sobre su última visita a Londres? Nos dijo que ni una vez durante todos esos meses en la ciudad vio fuera durante el día, al que ahora es el pretendiente de Vivienne.

Caroline dejó escapar un bufido impropio de una dama.

– Ese es apenas un hábito reservado para el no muerto. La mayor parte de los muchachos jóvenes, en la Ciudad, pasan sus días durmiendo los excesos de la noche anterior. Sólo emergen después de que el sol se ha puesto para que puedan reiniciar el ciclo de beber, apostar y buscar rameras una vez más.

Portia le agarró firmemente su brazo.

– ¿Pero no encuentras como mínimo un poquito extraño que él llegase a su casa al amparo de la oscuridad y se fuera de la misma manera? ¿Que insistiese que cada cortina en la casa fuera conservada echada durante todo el día y que cada espejo fuera cubierto con crespón negro?

Caroline se encogió de hombros.

– Podría haber estado simplemente de luto. Quizás había perdido recientemente a alguien muy querido para él.

– O algo muy querido para él. Como su alma inmortal.

– Debería pensar que tal reputación no le haría un comensal muy deseable.

– Al contrario -le informó Portia.- Theton no ama nada más que un delicioso indicio de escándalo y misterio. Justamente la semana pasada en el Tatler [4], leí que él debe patrocinar un baile de disfraces en su sede familiar esta Temporada, y la mitad de Londres está compitiendo por las invitaciones. Por lo que he leído, él es uno de los más solicitados los solteros en la ciudad. Por lo cual es precisamente por lo qué tenemos que sacar a Vivienne fuera de sus agarres antes de que sea demasiado tarde.

Caroline se quitó de encima la mano como garra de Portia. Ella apenas podría permitirse ceder a las ilusiones oscuras de su hermana. Era la primogénita, la sensata, la forzada a dar un paso firmemente dentro de las zapatillas de su madre y las botas de su padre después de su prematura muerte ocho años antes. La única que había para confortar a dos niñitas sollozantes, apesadumbradas cuando su corazón todavía yacía en fragmentos rotos en su pecho dolorido.

– No trato de ser cruel, Portia, pero realmente debes refrenar esa imaginación tuya. Después de todo, no ocurre diariamente que un vizconde haga la corte a una chica sin dote.

– ¿Así que no te importa si Vivienne se casa con un vampiro, mientras él también resulte ser un vizconde? ¿No te importa que él este probablemente rondando solamente Theton buscando alguna alma inocente para robar?

Caroline amablemente pellizcó la mejilla de su hermana, restituyendo su matiz rosado.

– Hasta donde yo se, él no tomará el alma de Vivienne por algo menos de mil libras al año.

Portia jadeó.

– ¿Nos hemos convertido en una carga tan terrible para ti? ¿Estás tan ansiosa por librarte de nosotras?

La sonrisa bromista de Caroline se desvaneció.

– Claro que no. Pero tú sabes así como yo que no podemos depender de la generosidad del Primo Cecil para siempre.

Después de la muerte de su padre, su primo segundo no había perdido el tiempo en reclamar su herencia legal. El primo Cecil había considerado que era caridad cristiana alejar a las chicas de la casa principal de Edgeleaf Manor y alojarlas en la desvencijada vieja casa de campo familiar metida en la esquina más húmeda, y lúgubre de la hacienda. Habían pasado los últimos ocho años allí, con solo una mensualidad escasa y un par de viejos sirvientes para cuidar de ellas.

– Cuándo nos visitó la semana pasada, -Caroline recordó a su hermana,- Cecil pasó más de su tiempo haciendo “ejem” -imitó.- y pavoneándose sobre el saloncito, mascullando acerca de sus planes para convertir la casa de campo en un pabellón de caza.

– Tú sabes que él podría ser más caritativo con nosotras si no lo hubieses tan firmemente desairado hace años.

Al recordar la noche que el soltero de cincuenta y ocho años las había invitado graciosamente a mudarse de regreso al señorío -a condición de que ella, de diecisiete años, se convirtiera en su novia-Caroline se estremeció.

– Entregaría mi alma a un vampiro antes de casarme con ese viejo sátiro gotoso.

Portia se hundió en una descolorida otomana de cretona [5] que había sido de algodón en rama rojo sangre mucho antes de que se hubieran mudado a la casa de campo, apoyó su barbilla sobre una mano y le echó a Caroline una mirada recriminatoria.

– Bien, pudiste haberte rehusado amablemente. No tenías que empujarle fuera de la puerta. Y más con el temporal de nieve que caía.

– Enfrió su ardor, ¿verdad? Entre otras cosas. -Caroline masculló por lo bajo. Después de esforzarse en convencerla de qué sería un marido atento, el primo Cecil la había sujetado contra él con sus manos gruesas, gordas, con la intención de convencerla con un beso. Huelga decir, la caliente ávida urgencia de su lengua contra sus labios estrechamente cerrados. A Caroline le había inspirado repulsión, no devoción. El recuerdo todavía le hacía querer restregar su boca con lejía.

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[3] Poema narrativo escrito en 1813 por Lord Byron.

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[4] Revista inglesa fundada en 1709 por Addison y Richard Steele.

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[5] En sus orígenes era un tejido francés fuerte y resistente con trama de lino y urdimbre de cáñamo.