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Un relámpago brillo, inundando el paisaje con luz sobrenatural, deslumbrando sus ojos desprevenidos. Por un breve momento casi habría jurado vislumbrar una forma gigantesca galopando delante del coche. Entonces la oscuridad descendió de nuevo, dejándola sobresaltada.

Estremecida, descorrió la persiana de madera de caoba sobre la ventana y se acomodo contra los almohadones marroquíes preparándose para dormir. El hermoso coche del vizconde no tenía olor a perfume barato o cigarros añejos, sino a cuero, ron y a una cierta presencia masculina indefinible. El brillo intenso del cobre y las tulipas escarchadas de las lámparas del coche complementaban perfectamente la sobria elegancia de su interior.

Portia fue acomodándose en el asiento frente a ella, con la cabeza arrellanada en el hombro de Vivienne, preparándose para dormir con el acogedor teclear de la lluvia en el techo del coche y el suave bamboleo del vehículo bien dirigido.

Por lo menos, ella y sus hermanas estaban calientes y secas. Caroline solo podía imaginarse como estaría ese pobre cochero por tener que llegar a su hora. La lluvia había caído constantemente desde que el carruaje del vizconde había llegado al umbral de la casa de tía Marietta para recogerlas temprano esa tarde. Para decepción de Vivienne y alivio de Caroline, Kane había salido hacia Wiltshire el día anterior para preparar a los criados para su llegada.

Habían parado dos veces para cambiar de caballos y tuvieron que atravesar un patio lleno de estiércol que les llegaba a los tobillos, para llegar a la posada a calentarse frente al fuego con una taza de té. A ese paso probablemente no llegarían al castillo de Trevelyan antes de medianoche.

Quizás su anfitrión lo había planeado de esa manera.

Caroline se sacudió ese ridículo pensamiento. Adrian Kane exudaba fuerza y autoridad por cada poro, pero su influencia no se extendía seguramente al control del clima.

Echo un vistazo a Vivienne, quien elaboraba pacientemente un muestrario de costura con la débil luz de las lámparas del coche. Esta era su oportunidad para descubrir cuan fuerte estaba arraigado Kane en el corazón de su hermana. La boca de Portia estaba levemente abierta y su respiración uniforme había profundizado sus ronquidos.

– Debes mirar adelante en nuestra visita y en el baile del vizconde- Caroline comentó de forma tentativa.

– Oh, bien-Vivienne clavó la aguja a través de la tela sin levantar la mirada.

Caroline suspiró. Buscar la manera de engatusar a Vivienne la estaba enloqueciendo, era como conseguir que Portia parara de decir cada pensamiento que pasaba por su cabeza.

– Lord Trevelyan parece estar absolutamente prendado de ti. Una sonrisa comedida curvó los labios de su hermana.

– ¿Entonces debo considerarme afortunada, no? Él es todo lo que una muchacha desea en un pretendiente, inteligente, educado, con clase.

Besa maravillosamente…

Caroline se mordió el labio, sintiendo una punzada aguda de culpabilidad mientras recordaba el calor persuasivo de la boca de Kane.

Echó otro vistazo a Portia para cerciorarse de que su pequeña hermana no miraba a escondidas a través de las pestañas.

– Dime algo Vivienne, no puedo evitar ser curiosa, en todo el tiempo que Uds. han pasado juntos, el vizconde no ha intentado tomarse algunas… uummm… libertades indecorosas?

Vivienne finalmente levantó su mirada del muestrario. Un rubor se filtró en sus mejillas, un contraste alarmante con el blanco detrás de sus orejas. Ella se inclinó adelante, ganando un minúsculo resoplido de protesta de Portia, y colocó la cabeza de su hermana sobre los almohadones.

“Oh, no, aquí viene” pensó Caroline.

Ella estaba a punto de enterarse que Kane pasaba todo su tiempo libre besando a mujeres jóvenes inexpertas.

– Una vez, confesó Vivienne en un susurro, sus ojos azules enormes, -cuando descendíamos de su carruaje, tropecé y el señor Trevelyan apoyo su mano en mi espalda para estabilizarme. Dadas las circunstancias sentí que no tenía ninguna opción que perdonarlo por la indiscreción.

Inundada con una emoción que se parecía peligrosamente al alivio, Caroline cerró su boca abierta.

– Muy magnánimo de su parte. Ella eligió sus palabras siguientes aún con más cuidado. Te ha hablado de algún enredo romántico anterior?.

A Vivienne la pregunta la pilló por sorpresa.

– ¡Por supuesto que NO!, él es de lejos un verdadero caballero.

Caroline exprimió su cerebro buscando una pregunta menos agresiva, cuando notó un destello dorado, se inclinó hacia adelante y tiró de la cadena que rodeaba la garganta de su hermana. Un camafeo delicado del perfil de una mujer enmarcado en un bordado de oro emergió de la blusa de Vivienne. Caroline lo estudió, desconcertada. Cuando los habían desalojado de la casa principal, el primo Cecil había, por supuesto, reclamado todas las joyas valiosas, incluso los pendientes de perla que el padre de Caroline le había regalado en su decimosexto cumpleaños. Las muchachas no habían usado ninguna joya desde entonces.

– Es una joya preciosa, dijo Caroline, dándole vuelta hacia una de las lámparas del coche. -Nunca te he visto usarlo antes. Estaba en algún baúl de la casa?. Vivienne bajó los ojos, pareciendo tan culpable como Caroline se había sentido cuando recordó el beso del vizconde.

– Debes saber que es un regalo de señor Trevelyan. Estaba asustada de decírselo a tía Marietta por el miedo a que me haga devolverlo.

Levantó sus ojos suplicantes a Caroline.

– ¡No me regañes por favor! Sé que es incorrecto aceptar una baratija tan personal de un caballero, pero él parecía tan contento cuando decidí usarla, es un hombre muy generoso.

– Ciertamente lo es, murmuro Caroline. Frunció el ceño mirando el camafeo, contemplaba el destello del perfil de la mujer, la garganta elegante.

Un afilado trueno destello despertando a Portia. El camafeo se deslizó de los dedos de Caroline. Vivienne lo guardo rápidamente dentro de la blusa, donde estaría seguro de otros ojos curiosos.

– ¿Que ocurre? Murmuró Portia. Frotándose los ojos, miró con fijeza alrededor esperanzadamente. ¿Era ese un disparo? ¿Son los asaltantes de caminos? Aquellos que secuestran y violan?.

– No te asustes, pequeña, contesto Caroline. Tendremos nuestra aventura en otro momento.

Portia bostezó y se estiró, empujando a Vivienne. Estoy muerta de hambre. Habréis guardado algunas tortas frías de la posada. Se agachó buscando el maletín debajo de Caroline, pero ésta lo alejó de su alcance.

Portia se enderezó dirigiéndole una mirada herida.

– No hay necesidad de ser tan egoísta, Caro. No iba a comerlas todas.

– Creo que estamos parando, comento Vivienne, sintiendo como la oscilación del coche disminuía. ¿Hemos llegado?

Agradecida por la distracción, Caroline tomo el maletín y lo colocó cuidadosamente sobre el asiento al lado de ella.

– Debe ser, si viajamos más lejos y giramos a la derecha llegaremos al río Avon. La pregunta de Vivienne fue contestada cuando un lacayo uniformado abrió la puerta del coche y exclamo.

– Bienvenidas al soleado Wiltshire!.

No podían saber si era una exclamación irónica. La lluvia todavía se desbordaba desde el cielo, las ráfagas de viento dirigían su golpeteo desigual, acompañado de cerca de los lúgubres gruñidos del trueno.

Repentinamente renuentes a abandonar el interior acogedor del coche, las hermanas pasaron una cantidad excesiva de tiempo recolectando guantes y ajustándose las capuchas de sus abrigos. Cuando ya no había nada que recoger, Caroline descendió del coche, tomando el maletín debajo de su brazo.

Un segundo lacayo se acerco para tomarlo.

– No, gracias! Puedo llevarlo! gritó sobre el ulular del viento.

Por lo menos ella esperaba que fuera el viento.

Mientras Portia y Vivienne descendieron detrás de ella, el castillo de Trevelyan surgió amenazadoramente en la oscuridad. La fortaleza se elevaba imponente resistiéndose al clima, podía ser modesta comparándola con los estándares de castillos más famosos de Wiltshire, pero no se había permitido caer en ruinas como el viejo Castillo de Wardour. Se podían apreciar numerosas renovaciones realizadas a través de los siglos, donde se mezclaban astutamente los estilos medieval, renacimiento y gótico. El castillo se jactaba de sus gárgolas y los contrafuertes elevados, de los que la casa de la ciudad del vizconde carecía.