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Al parecer también era absolutamente capaz de divertirse, tenía una mazmorra totalmente equipada, con cadenas y hierros firmes.

Caroline levantó sus ojos fijándolos en los terraplenes observando un chorro de lluvia que se deslizaba entre los dientes de una gárgola, cuando repentinamente un presentimiento la atrapó. ¿Y si había cometido un terrible error al traer a sus hermanas aquí?, ¿Uno que no podría ser corregido ni siquiera en un libro de cuentas?.

Antes de que pudiera regresar nuevamente dentro del coche y exigir al conductor, simulando estar muy enfadaba, que las llevara de vuelta a Londres, la puerta de hierro y madera del castillo se abrió conduciéndoles dentro.

Permanecieron de pie mojando las baldosas del gran vestíbulo de la entrada. Siglos de antigua frialdad parecía impregnar el aire, haciendo a Caroline estremecerse. La cabeza de un venado parecía mirarlas desde una pared lejana, con un destello salvaje en sus ojos vidriosos.

Portia metió su mano pequeña en la de Caroline antes de susurrar

– Yo siempre he oído que una casa debe reflejar la personalidad de su amo.

– Es por eso que estoy asustada, susurro Caroline retrocediendo, observando los tapices antiguos con vividas escenas de violencia y mutilación.

Algunos representaban batallas antiguas en todo su violento esplendor, mientras que otros glorificaban el salvajismo de la caza. En el tapiz más cercano a Caroline, un perro de caza gruñía saltando para desgarrar la garganta de una hermosa gacela.

Aunque Vivienne miraba dudosamente a su alrededor, comento

– Seguro que será absolutamente encantador con la luz del día.

Casi saltaron cuando un mayordomo levemente encorvado y con un alarmante pelo blanco emergió de las sombras, sosteniendo un candelabro en su mano retorcida. Era tan viejo que Caroline podía escuchar sus huesos crujir y rechinar mientras que arrastraba sus pies hacia ellas.

– Buenas tardes, señoras. Su voz estaba casi tan oxidada como el juego de armadura antiguo que se escondía en un rincón a la derecha de Caroline.

– Deduzco que son las hermanas Cabot. Las esperábamos. Confío en que hayan tenido un viaje agradable?.

– Simplemente divino, mintió Portia, realizando una enérgica reverencia.

– Mi nombre es Wilbury y estaré a su servicio durante su estancia en el castillo. Seguro que están impacientes por cambiarse sus ropas húmedas. Si me siguen, les enseñare sus habitaciones. El mayordomo se dio la vuelta arrastrando los pies hacia la amplia escalera de piedra que conducía hacia arriba, a la oscuridad, pero Caroline se mantenía en su lugar.

– Discúlpeme caballero, pero ¿donde se encuentra el señor Trevelyan? Esperaba que estuviese aquí para darnos la bienvenida.

Wilbury se dio la vuelta dirigiéndole una mirada desdeñosa debajo de sus nevadas cejas. Los largos vellos se erizaron hacia fuera como los bigotes de un gato.

– El amo salió.

Caroline miro hacia la enorme ventana arqueada ubicada sobre la puerta, en el momento en que la figura dentada de un relámpago fracturaba el cielo y una ráfaga fresca de viento azotaba los cristales.

– ¿Fuera? -repitió dudosa. ¿Con este tiempo?

– El amo tiene una constitución muy vigorosa, declaró, al parecer insultado porque ella se atreviera a sugerir algo así. Sin otra palabra, inicio el asenso por las escaleras.

Vivienne hizo un movimiento para seguirle, pero Caroline tocó el brazo de su hermana, deteniéndola.

– ¿El maestro Julian también está fuera? preguntó.

Wilbury se dio la vuelta otra vez, soltando un suspiro tan exagerado que Caroline casi esperaba ver un soplo de aire emerger del bramido que crujía en sus pulmones.

– El maestro Julian no llegará hasta mañana por la noche. La cara de Portia cayó. A menos que deseen permanecer aquí en el hall de entrada y esperar su llegada, les sugiero que me acompañen.

La mirada fija de Caroline siguió la trayectoria de los pies arrastrados por el mayordomo al primer descansillo de la escalera. Supuso que tenía razón. A menos que desearan estar paradas allí toda la noche, temblando dentro de sus abrigos mojados y aguardando el inicio de alguna enfermedad, no tenían ninguna opción sino seguirlo a las sombras.

Wilbury giro a la izquierda dejando a Portia y Vivienne en habitaciones contiguas en el segundo piso. Cuando Caroline siguió la luz vacilante de la vela hacia arriba tres pisos más, a través de la escalera sinuosa, las piernas ya le habían comenzado a doler y su espíritu a hundirse. Las escaleras finalmente terminaron en una puerta estrecha. Aparentemente, Kane planeó castigarla, imponiendo su hospitalidad, desterrándola a algún ático privado de aire y aún más desprovisto de encanto que la casa de tía Marietta.

Cuando el mayordomo paso rápidamente abriendo la puerta, ella se abrazó así misma preparándose para lo peor.

Su quijada cayó.

– Debe haber algún error, protestó. Quizás este sitio fue pensado para mi hermana Vivienne.

– Mi amo no incurre en equivocaciones. Ni tampoco yo. Sus instrucciones eran absolutamente explícitas. Wilbury profundizó su voz en una personificación encomiable de Adrian Kane. “La Srta. Caroline Cabot se hospedará en la torre del norte”. Es Ud. la Srta. Caroline Cabot, no? -La escudriñó bajando su venosa nariz hacia ella. No parece ser una deshonesta impostora.

– Por supuesto no soy una impostora, replico tomándolo por sorpresa. Era imposible saber si el centelleo en los ojos del mayordomo provenía de la travesura o la maldad.

– Solo que no contaba con… esto. Caroline agitó una mano abarcando el dormitorio ante ellos.

Mientras que los alojamientos de sus hermanas eran cómodos y encantadores, poca semejanza tenían con este opulento aposento, situado en la misma cima del castillo.

Un fuego crepitaba en la chimenea enmarcado por una repisa de mármol, su alegre resplandor reflejado en el cristal ahumado de múltiples ventanas. Esbeltas velas de cera colocadas en apliques de hierro llenaban las paredes de la habitación circular. Las paredes de piedra habían sido blanqueadas y pintadas con un borde de hiedra entrelazada. Una cama con altas columnas dominaba una pared, en su elegante marquesina colgaban graciosas cortinas de seda de color zafiro.

Con su permiso, Wilbury salió prometiendo enviar a un lacayo con su equipaje y a una criada para ayudarla con su indumentaria para la tarde, Caroline se aventuró en la habitación, aún con su descolorida maleta en la mano.

Debajo de una de las ventanas había un lavabo de cerámica y una jarra con agua caliente puesta sobre una madera satinada en forma de media luna. Una silla se encontraba frente a la chimenea, donde descansaba una bandeja con carne y queso. Preparado sobre la cama se encontraba un vestido color esmeralda de terciopelo, invitando a cubrir los escalofríos que provocaban la ropa mojada y deslizarse en su seductor calor.

No se había ahorrado ninguna comodidad para el viajero cansado. Cada aspecto de la habitación había sido diseñado para hacer que su visitante se sintiera bienvenido y era una sensación de calor que Caroline no había gozado desde que sus padres murieron.

Su mirada se fijó en el par de puertas francesas en el lado opuesto del cuarto. Después de guardar la maleta segura debajo de la cama, cogió uno de los candelabros de la pared y se movió para abrir las puertas.

Justo como había sospechado, se abrieron hacia un empapado balcón de piedra. Aunque el río no se encontraba a la vista, el viento le llevaba su sonido metálico.