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Una de sus grandes manos alisó su pelo, presionando su mejilla contra el caliente y amplio refugio de su pecho.

– Dios mío, mujer -dijo ásperamente- ¿Qué intenta hacer? ¿Matarme de un susto?

A medida que el mundo lentamente regresaba a su sitio y sus temblores disminuían, Caroline no deseaba nada más que hundirse en su fuerza y su calor. Creer que nada malo podía pasarle en tanto estuviera en sus brazos. Olvidar, incluso por un titubeante latido, que tan tonta idea era el peligro más seductor de todos.

Ella empujó contra su pecho, alejándose de su abrazo con una desesperación que la sorprendió.

– ¿Asustarte?¡Tú eres el que saltó hacia mi desde las sombras! Si hubiera caído hacia mi muerte y el pobre Wilbury hubiera tenido que pasar toda la mañana refregándome de los adoquines de tu patio, hubiera sido menos de lo que te mereces por venir de hurtadillas hacia mi de manera tan sigilosa -Empezó a alejarse de él, mientras sus sospechas crecían- ¿Y cómo fue que llegaste hasta aquí arriba?.

Él siguió sus movimientos sin mover un músculo, sus ojos brillando con una inconfundible diversión.

– Caminé.

Caroline se detuvo, frunciendo el ceño, perpleja. Siguió el movimiento de su mano, dándose cuenta, por primera vez, que la estructura que había confundido con un balcón privado era en realidad un pasillo que rodeaba toda la torre. Probablemente habría un puente o escalera en el lado contrario que conectaría a otra torre o piso.

Kane cruzó sus manos contra su pecho antes de preguntar suavemente.

– ¿Y cómo creía usted que llegué aquí, señorita Cabot?

Caroline paso saliva.

– Bueno, yo… No estaba segura qué es lo que había pensado. Después de todo no era como si hubiera podido convertirse en un murciélago y volado hasta su balcón sólo para meterse en su dormitorio, cubriendo su forma indefensa con su sombra y… -Al imaginarlo acercarse a ella, imponente, en la oscuridad de su cama, otra imagen se metió en su cabeza, una más perturbadora, y mucho más provocativa. Parpadeó desesperadamente deseando desaparecer- Oh, bueno yo… bueno… asumí que tal vez…

Él sintió lástima por su nervioso tartamudeo.

– No pretendía asustarla, pensaba que ya estaría en cama, me temo que aún no me acostumbro a la hora del campo. No podía dormir, así que salí para dar un paseo y fumar.

Por primera vez Caroline notó el delgado cigarro todavía humeando en las piedras. Debió haberlo tirado cuando se movió para sujetarla del borde del desastre; ahora entendía por qué había olido un viso de azufre antes de que él apareciera.

Y al mismo tiempo que notaba el cigarro también empezó a notar otras cosas. Como la bastante escandalosa ausencia del abrigo, chaleco y corbata de Kane. Su delgada camisa de algodón estaba metida en su pantalón de montar de cuero, que abrazaba su delgada cadera y acentuaba cada músculo de sus esculpidos muslos. La camisa estaba abierta en el cuello, revelando un trozo de músculo dorado y una generosa distribución de vellos rizados color miel. Aunque había peinado su cabello en una cola descuidada, algunas hebras mojadas caían alrededor de su cara.

Su apariencia sólo servía para recordarle su propio estado deplorable. Ni siquiera se había molestado en ponerse el salto de cama que él tan generosamente le había prestado. Estaba frente a él con su camisón desteñido y pies descalzos, con el cabello cayéndole por la espalda como el de una colegiala. El desgastado corpiño de su camisón apretaba la prominencia de sus senos.

Incómodamente dobló sus brazos sobre ellos, agradeciendo por primera vez en su vida no ser tan bien dotada como su hermana Portia.

– Espero que mi grito no haya levantado a toda la casa.

– Los sirvientes probablemente siguieron durmiendo sin darse cuenta -le aseguró Kane, su mirada entrecerrada hojeaba, no su pecho, sino la graciosa curva de su cuello-. Después de todo ya deberían estar acostumbrados a sonidos como ese… gritos terroríficos, súplicas por piedad, el llanto torturado de los inocentes.

Lo estaba haciendo de nuevo. Burlándose de ambos sin nada más que el arquear perversamente una ceja leonada.

Caroline contraatacó con una sonrisa fría.

– No me sorprende. Asumo que tan fina propiedad tiene que tener un calabozo disponible.

– Desde luego. Justo ahí es dónde escondo a todas esas vírgenes desaparecidas de la villa. Tal vez podría arreglar un recorrido antes de que termine su visita.

– Eso sería estupendo

Él se apoyó contra el parapeto.

– Me temo que he sido tristemente negligente como anfitrión. Espero que me perdone por no haber estado presente para darle la bienvenida a usted y a sus hermanas.

– Wilbury nos informó que estaba fuera -Su mirada se mantuvo en su pecho, donde su camisa mojada apretaba la impresionante superficie de músculo y fuerza. La vista la hacía sentir curiosamente mareada. Se tocó una ceja. Quizás todavía estaba mareada por su casi caída del balcón- Debe haber sido algo muy urgente para necesitar su atención en una noche tan aterradora.

– Al contrario. Encuentro la tormenta mucho menos aterradora que estar encerrado en un salón de baile abarrotado o un teatro lleno de humo. Prefiero luchar contra los elementos que con las lenguas rápidas de los chismosos de la sociedad. Pero sí lamento no haber estado aquí para recibirlas.

Perfectamente consciente de que él había esquivado limpiamente su pregunta tácita, ella hizo un gesto hacia las puertas francesas, que todavía estaban abiertas, ofreciéndoles a ambos una vista iluminada por la luna de sus sábanas arrugadas.

– No puedo acusarlo de ser negligente con su hospitalidad cuando me ha proporcionado tan extravagante alojamiento.

Él bufó, tensando su mandíbula.

– Más extravagante que la que le proporcionó su tía, sin duda. Me sorprende que no la haya alojado en el depósito de carbón.

Caroline frunció el ceño.

– ¿Cómo sabía…? -Pero lo recordó a él parado en el portal de su tía bajo la lluvia, levantando su mirada hacia la buhardilla polvorienta. Debía haberse ocultado detrás de las cortinas un segundo muy tarde.

Inexplicablemente avergonzada de que él supiera que tan poco cariño tenía su tía por ella, levantó su mentón.

– Como huésped de honor Vivienne debía tener su propio cuarto, Portia y yo estamos bastante acostumbradas a compartir.

– Pensé que aprobaría el arreglo. Después de todo, no puedo ser acusado de intentar meterme al cuarto de su hermana y comprometer su virtud con Portia haciendo guardia, ¿podría acaso?

“¿Pero quién protegerá mi virtud?”. Caroline no se atrevió a hacerle esa pregunta. No cuando ella había insistido que estaba más allá de la edad en la que creía que todos los hombres que conocía estaban planeando seducirla o mancillarla. Inclusive aquellos que aparecían fuera de la puerta abierta de su recámara a medianoche, medio vestidos y oliendo a viento y lluvia y a una intoxicante mezcla de tabaco y licor.

– Me temo que Portia es más un terrier que un mastín -dijo ella.

Él tuvo un falso estremecimiento.

– Entonces la considero un enemigo más formidable. Prefiero ser atacado por un mastín que tener un terrier ladrador mordiendo mis botas.

Caroline sonrió, a pesar de si misma, por su acertada descripción de su hermana menor.

– Usualmente encuentro que golpearla en la nariz con el Morning Post puede ser bastante efectivo.

– Tendré eso en mente -él levantó su cabeza hacia un lado, dándole una de esas miradas penetrantes que ella empezaba a desear y temer-. Así que dígame, señorita Cabot, ¿qué opina de mi humilde casa? ¿Es de su agrado?

Ella dudó.

– Sus recámaras de invitados son encantadoras, mi señor, pero debo admitir que encuentro que su vestíbulo un poco…intimidante. Hay unos pocos animales muertos y escenas de batalla de más para mi gusto.

– Supongo que le falta el calor que sólo puede dar el toque de una mujer -replicó, su profunda voz acariciaba cada palabra.