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– Debo decir, Alguacil Larkin, que tiene una necesidad horrenda ya sea de un ayuda de cámara o de una esposa.

– ¿Qué puesto está usted solicitando, Señorita Cabot?

Ante ese gruñido resonante, Caroline miró sobre su hombro para encontrar a Adrian Kane irguiéndose sobre el tilburi. Les miraba encolerizado con poca evidencia de su "notorio encanto". Vivienne había empezado a tocar una melodía en el arpa, dejándole libre para rondar por la habitación. Caroline no pudo evitar preguntarse cuánto llevaba allí de pie y cuánto de su conversación podía haber captado.

Su pregunta impertinente le produjo un furioso rubor en las mejillas. Antes de poder soltar una mordaz negativa, Larkin sonrió con arrepentimiento y dijo:

– Me temo que no podría permitirme ni un valet ni una esposa con mi magra comisión.

La mirada del alguacil vagó de vuelta a Vivienne. Sus dedos esbeltos jugaban sobre las cuerdas del arpa, extrayendo un delicado glissando de notas del instrumento. La luz de la oscilante lámpara hacía palidecer el color de sus inmaculadas mejillas, haciéndola parecer particularmente etérea, como un ángel de cabello dorado que pudiera ser convocado de vuelta a los cielos en cualquier momento.

Uniendo las manos en la parte baja de la espalda, Kane se inclinó sobre el respaldo de la silla e inclinó la cabeza para estudiar la labor de Caroline.

– Dios bendiga a nuestros elfos -leyó-. Ciertamente son palabras de acuerdo a las que vivir.

– Se supone que tiene que leerse "Dios Bendiga Nuestras Vidas" -replicó Caroline, mirando de reojo a la homilía de letras retorcidas. Cuando Kane se paseó tranquilamente para volver a sentarse en el sofá opuesto a ellos, su mirada burlona la inspiró a atacar su bordado con renovado vigor-. No era consciente de que seguía usted nuestra conversación, milord -dijo, esgrimiendo la aguja como si fuera una diminuta estaca de madera y la labor el corazón del vizconde-. De haberlo sabido, habría hablado más claramente para hacerle más fácil oír a escondidas.

Kane simplemente sonrió.

– Eso difícilmente sería necesario. Tengo un oído extremadamente bueno.

– Eso dicen -replicó ella más alto de lo que pretendía, su ardiente indignación la volvía descuidada-. Junto con una excepcional visión nocturna y una apasionada afición por el pudding de sangre.

– Sólo dicen eso porque todo el mundo cree que es un vampiro -dijo Vivienne sin emoción, con los dedos suspendidos sobre las cuerdas del arpa.

CAPÍTULO 12

La taza de té de Larkin chocó con estrépito contra el platillo. La boca de Portia se quedó abierta. Los dedos de Julian golpearon una discordante nota desafinada sobre el pianoforte. Caroline clavó la aguja en la sensible almohadilla de su pulgar. Todos miraron boquiabiertos a Vivienne, pero ninguno de ellos pudo obligarse a mirar a Kane.

– ¿Tú lo sabías? -susurró Caroline en el torpe silencio que había caído sobre el salón.

– Desde luego -contestó Vivienne, poniendo los ojos en blanco.- Tendría que ser ciega y sorda para no ver las miradas de reojo u oír los susurros siempre que él entra en una habitación.

– ¿Y no te molesta? -preguntó Caroline cautelosamente.

Vivienne se encogió de hombros y deslizó un dedo lleno de gracia por una de las cuerdas del arpa.- ¿Por qué prestaría atención a tales tonterías? ¿No eras tú la que siempre me enseñó a despreciar los chismes?

– Sí.-Caroline se hundió en los cojines de la butaca, avergonzada por las palabras de su hermana. -Supongo que si, ¿no?

Hasta aquel momento, no había comprendido lo cerca que estaba de avanzar sobre aquella desagradable marea de chismes e insinuaciones. No tenía la juventud de Portia o su alocada imaginación para culparlas por su predisposición a condenar a un hombre inocente que no había mostrado nada más que bondad hacia ella y su familia.

Cuando Portia paso la página de la música y Julian reasumió su canción, Caroline echó un vistazo y comprendió que había salpicado sangre por todas partes del prístino lino del dechado. Distraídamente acercó el pulgar a su boca, luego echó una ojeada a Kane, habiendo conseguido finalmente reunir suficiente coraje para calibrar su reacción a las palabras de Vivienne.

No miraba a Vivienne. La miraba a ella. Su fascinada y hambrienta mirada sobre sus labios mientras ella chupaba las gotas de sangre que fluían. La máscara cortes que él tan a menudo llevaba había desaparecido, revelando una necesidad desnuda que le robó el aliento.

Casi podía sentir sus labios curvándose alrededor de su sensible carne. Su boca chupando cuidadosamente todas sus heridas hasta que no hubiera ningún dolor, sólo placer. Su corazón pareció reducir la marcha, creciendo más lleno y más pesado con cada latido hasta que pudo sentir su ritmo primitivo repitiéndose profundamente en su matriz.

Kane lentamente, levantó su mirada de sus labios a sus ojos. En vez de romper el hechizo, el movimiento sólo lo intensificó.

Ven a mí.

Oyó las palabras tan claramente como si las hubiera dicho en voz alta. Tanto una orden como un ruego, le hicieron casi imposible resistirse al tirón hipnótico de su voluntad. Por un momento tan aterrador como estimulante, Caroline pensó que iba a levantarse, cruzar la habitación delante de todos y entrar en sus brazos. Casi podía verse adaptándose a su regazo, entretejiendo sus manos por la brillante seda de su pelo, ofreciéndole su boca y cualquier cosa que él deseara, incluyendo su alma inmortal.

Se levantó bruscamente, volcando su bordado al suelo. Dejando de lado su taza de té y el platillo, Larkin se volvió para recogerlo cortésmente. Cuando se lo dio, con una mirada preocupada fija sobre su cara, ella agarró el arruinado trozo de tela, esperando ocultar el violento temblor de sus manos.

– Qué, gr…gracias, agente Larkin. Si me perdonan, creo que me retiraré. -Evitando cuidadosamente los ojos de Kane, empezó a retroceder hacia la puerta, casi llevándose una mesita en el proceso.- Por favor no me tomen por grosera. Soy una muchacha de campo en el fondo y todavía no me he adaptado a permanecer levantada hasta altas horas de la noche.

– Duerma bien, señorita Cabot, -dijo Larkin después de que ella se diera la vuelta para escapar.

Aunque le dirigió una risa afirmativa, Caroline no estaba segura de que alguna vez volviera a dormir.

Caroline se paseaba de un lado a otro de la torre iluminada por la luna, su camino circular se correspondía perfectamente con el giro de sus pensamientos. La habitación maravillosamente designada ya no le parecía un refugio, sino una jaula. Si no escapaba de sus barrotes dorados pronto, temió que nunca lo haría. Incluso si empaquetaba sus cosas y escapaba esa noche, llevándose a sus hermanas, temía que su corazón permaneciera aquí, prisionero de un hombre que, a pesar de todo su poder, era incapaz de ocultar su deseo por ella.

¿Pero qué exactamente podría un hombre como Kane querer de ella? ¿Era la vista de su sangre lo que había encendido el hambre en sus ojos? ¿O algo aún más inconcebible?

Había visto esa mirada antes. En el rostro de un guerrero medieval en la galería de retratos. El guerrero que Kane había dicho que era sólo un antepasado lejano, aunque fueran casi idénticos, aunque compartieran el mismo diabólicamente incitante lunar sobre su ceja izquierda.

Si aquel hombre la hubiera querido, la habría tomado, y ningún poder sobre la tierra o el cielo lo habría detenido.

Caroline se abrazó sobre su fino camisón, defendiéndose de un temblor mezcla de miedo y deseo. Sintió como si su carne estuviera siendo consumida por una fiebre terrible, un minuto quemando, al siguiente enfriándola hasta los huesos. Su tranquila lógica habitual parecía haberla traicionado. ¿Y qué si Kane mentía sobre los retratos? ¿Y qué si Portia había tenido razón todo el tiempo y él era realmente algún tipo de la criatura inmortal que había existido desde el alba de los tiempos?