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Dejándose caer pesadamente en el borde de la cama, Caroline tocó con el dorso de la mano la frente de Vivienne. La piel de su hermana no estaba encendida por la fiebre, sino tan fría como la muerte. Sintiendo un escalofrío por el pensamiento, Caroline le echó una mirada furtiva al pecho de Vivienne. El acompasado subir y bajar del corpiño del camisón no dejaba traslucir desasosiego. Simplemente parecía como si hubiera sucumbido a algún oscuro encantamiento.

Tomando a su hermana por los hombros, Caroline la sentó y la sacudió suavemente. -¡Despierta, Señorita Perezosa! Es media mañana. ¡No más holgazanear en la cama para ti!

Las pestañas de Vivienne aun no revolotearon. Colgaba desmañadamente en los brazos de Caroline, su cabeza caída hacia un lado.

Caroline lanzó una mirada suplicante sobre su hombro a las criadas. -¿Tenéis amoniaco a mano?

Después de una consulta breve, dos de las mujeres corrieron de la habitación. Una de ellas volvió unos minutos más tarde con una botellita de cristal.

Aguantandoel peso de su hermana con un brazo, Caroline sacó el tapón del frasco y lo agitó bajo su nariz. Aunque el aroma acre del amoníaco hizo a Caroline retroceder, la nariz de Vivienne no se contrajo.

Cruzando un gesto desesperado con Portia, Caroline colocó gentilmente a Vivienne sobre la almohada. Apretó la mano helada de su hermana, deseando desesperadamente haber prestado más atención ayer a su palidez en la galería de retratos, y a la falta de apetito que Larkin había comentado en la cena. Debería haber sabido que Vivienne nunca se quejaría de una dolencia física. Pero había estado demasiado ocupada soñando con Kane para darle a su hermana la atención que necesitaba. Ahora podía ser demasiado tarde.

Sumida en sus inquietantes pensamientos, sintió el frío de los dedos de Vivienne extenderse a su propio corazón. A regañadientes soltó la mano de su hermana, se levantó y corrió al otro lado hacia la ventana escondida en la pared norte. Como había temido, la ventana estaba abierta y descorrida el cerrojo. Un simple empujón la envió balanceándose hacia afuera. Se asomó por la ventana, parpadeando contra la lluvia. No había balcón aquí, sólo una cornisa estrecha.

– ¿Oíste algo anoche después de que te fuiste a la cama? -Empezó a preguntarle a Portia. -¿Alguien moviéndose en la habitación de Vivienne? ¿Un grito asustado quizá?

Portia negó con la cabeza desamparadamente. -No oí nada.

Caroline no tenía motivos para dudar de las palabras de su hermana pequeña. Portia siempre había dormido como un tronco.

Volvió a la cama. Agudamente consciente del escrutinio de las criadas, se dejo caer de nuevo al lado de Vivienne. Cautelosamente se acerco a la cinta del cuello del camisón de su hermana cuando oyó el suave sonido de tacones detrás de ella.

Se giró para encontrar a Kane de pie en la puerta en mangas de camisa y pantalones, su melena leonina desgreñada. Larkin, Julian, y una joven criada pálida revoloteaban detrás de él. Podría haber estado sorprendida de verle levantado tan poco tiempo después del amanecer de no ser por el continuo golpeteo de lluvia contra los cristales.

– ¿ Qué ocurre, Caroline? -Preguntó presuroso, usando su nombre de pila por primera vez. – La criada me dijo que algo estaba mal con Vivienne. -Con cara preocupada, empezó a ir hacia la cama.

Luchando contra el deseo traicionero de correr a sus brazos, Caroline se levantó para colocarse entre él y su hermana.- Su presencia no es necesaria aquí, milord, -dijo rígidamente. – Lo que necesitamos es un médico.

Kane se congeló, como todos los demás en la habitación, incluso las boquiabiertas criadas. Aunque él se alzaba sobre ella, Caroline mantuvo su posición, las manos apretadas en puños. Kane encontró su mirada fija sin alterarse, pero tenso su mandíbula como si le hubiese dado un golpe inesperado. Ella nunca hubiese soñado que tendría el poder para herir a un hombre como él. O que el precio por ejercer ese poder fuese tan alto.

– ¿Mattie? -Dijo finalmente, mirando a Caroline aun.

La joven criada se lanzó hacia adelante, levantando su delantal almidonado para hacer una nerviosa reverencia. -¿Aye, m'lord?

– Envía un sirviente a Salisbury a llamar a Kidwell. Que le diga al doctor que uno de mis invitados ha enfermado y que es necesario que venga de inmediato.

– Como desee, m'lord. -La criada hizo otra reverencia y se fue deprisa de la habitación.

Larkin pasó rozando a Kane y se detuvo frente a Caroline. Incapaz de resistir la silenciosa súplica en sus ojos, Caroline dio un paso a un lado dejándole pasar. Cuando se puso en rodillas al lado de la cama, cogiendo tiernamente la mano floja de Vivienne, Caroline tuvo que desviar sus ojos pues temía que las lágrimas que los anegaban se desbordasen.

Portia se arrimo instintivamente a Julian, quién se quedó apoyado contra el marco de la puerta, con expresión asombrada.

Dando media vuelta, Kane camino airadamente hacia su hermano y gruño, -Unas palabras, señor, por favor.

Impulsándose contra la pared, Julian siguió a su hermano con todo el entusiasmo de un hombre marchando hacia la horca.

Adrian entro en la biblioteca, aún embrujado por la imagen de Caroline mirando hacia él, sus claros ojos grises ensombrecidos por la sospecha.

Aunque podría haberla hecho a un lado de un golpe con facilidad, ella le había desafiado con el coraje feroz de una leona madre protegiendo a sus cachorros, la barbilla hacia arriba y los hombros echados atrás.

Nunca antes se había sentido tan monstruoso

Se acerco al altísimo escritorio de la esquina y movió libros y papeles hasta localizar una polvorienta botella de brandy. Desechando el vaso, vertió un trago directamente abajo hacia su garganta, dando la bienvenida a la brutal quemadura. Sólo después de que el licor golpeara su vientre y le atemperara el carácter giró para enfrentar a su hermano.

Julian se había recostado en un sillón de cuero frente a la fría chimenea. Su apariencia era casi tan alarmante como la de Vivienne. No había rastro del dandy elegante que los había entretenido en la cena con una anécdota graciosa sobre su última visita a Bond Street Su melena caoba estaba despeinada, la camisa blanca arrugada y manchada con gotas de vino tinto. La corbata colgaba floja alrededor de su garganta. Los huecos profundos bajo sus ojos estiraban la piel tensa sobre los pómulos esculpidos y le hicieron parecer una década mayor de lo que era.

Adrian no dijo una sola palabra. Simplemente escruto a su hermano sin parpadear.

– ¿Por qué me miras así? -Julian finalmente estalló, sus ojos oscuros ardiendo desafiantes. – Sé lo que piensas, pero no tuve absolutamente nada que ver con esto.

– Supongo que es pura casualidad que Vivienne sufriese un colapso después de pasar la tarde contigo.

– Pasaron la tarde jugando al faro conmigo, -corrigió Julian- te juro que solo tome unas horquillas sin valor de la muchacha. Cuando el reloj dio las tres, fue arriba con su hermana y no las volví a ver otra vez hasta que oí a esa criada llorando y la seguí a su habitación.

– Si dejasteis de jugar a las cartas a las tres, todavía quedaban tres horas antes de amanecer. ¿Dónde estuviste durante ese tiempo?

Julian dejo caer la cabeza entre sus manos, su desafío derrumbado en derrota. -Si quieres saber, no me acuerdo.

Adrian negó con la cabeza, demasiado enojado para esconder la repugnancia en su voz.- ¿Bebías otra vez?

El silencio de su hermano fue respuesta suficiente.

– ¿Se te ha ocurrido alguna vez que bebiendo te pones en tal estado que no puedes recordar dónde estabas o que hacías y podría ser un poquito peligroso?

Julian se levantó. – ¿y se te ha ocurrido alguna vez que podría ser aún más peligroso si no bebiera?

Los dos hermanos se pararon frente a frente en un momento tenso, pero fue Julian quien aparto primero la mirada, sus ojos desolados. -¿Por qué molestar a Vivienne? Es la pequeña, quién se queda alrededor siguiéndome como si fuera alguna clase de cachorro enfermo de amor que sólo pide un bocado de mi atención. Ella es quién me mira fijamente con aquellos ojos azules encantadores como si yo fuera la respuesta a cada rezo. ¿Si yo fuera a cometer un desliz, no piensas que sería con ella?