El control de Adrian se rompió. Agarrando a Julian por la pechera de la camisa, gruñó, – Si pones un solo dedo en esa niña…
No terminó la amenaza. No tuvo que hacerlo.
Soltó a su tembloroso hermano, sólo para descubrir que sus manos no fueron muy cuidadosas. Julian peleó por recuperar la dignidad peinándose y sacudiendo con fuerza el nudo perfecto de su corbata. Renunciando a encontrar la mirada de Adrian, se dirigió hacia la puerta.
– ¿Dónde vas? -Llamó Adrian.
– Al infierno, lo más probable, -Contestó Julian de manera concisa sin dar la vuelta.
– Si deja de llover y el sol sale antes de que puedas regresar aquí, vas a desear estar en el infierno.
Julian se paró en la puerta y giro lentamente. – ¿Sería más fácil para ti y tu preciosa Señorita Cabot si no volviese en absoluto, no?
Desconcertado por las palabras de su hermano, Adrian negó con la cabeza. – ¿Si no has tenido nada que ver con el desmayo de Vivienne, por qué dices tal cosa?
La sonrisa de Julian era un agridulce fantasma de la amplia sonrisa que Adrian siempre había amado tanto. – No hablaba de Vivienne.
Adrian abrió la boca para negar las palabras, pero antes de que pudiese, Julian se fue.
– ¡Julian! ¡Julian! ¿Dónde vas?
La encantadora llamada resonó sobre las paredes de piedra del antiguo castillo que una vez acogió torneos para reyes, caballeros, y sus bellas damas.
Ignorándola, Julian sacudió la lluvia de sus pestañas y continuó hacia los establos. No sabia dónde iba. Aun cuando el cielo era una plomiza masa de nubes y agua cayendo, no parecía haber ningún sitio al que huir para escapar de lo que se había convertido. A pesar del alarde imprudente que había lanzado a su hermano, dudó que en el infierno se le diera la bienvenida a los que eran como él.
– ¡Julian! ¿Por qué no me contestas? No seré ignorada, lo sabes, así que ni lo intentes.
Reprimió un gemido. No había duda sobre eso. Portia Cabot era aún más persistente que su hermano. E infinitamente más encantadora.
Giro tan rápidamente que por poco se choca con él. Quiso estirar una mano para estabilizarla, pero tuvo miedo de las consecuencias, así que simplemente se paro, contemplando como torpemente recobraba el equilibrio en la hierba resbaladiza.
Ella agarraba una sombrilla con su mano enguantada – una confección ridícula de seda y lazos en peligro de deshacerse bajo el peso de la lluvia. Con sus brillantes ojos azul oscuro y sus húmedos rizos amenazando con desbordar sus horquillas parecía un hada manchada de barro.
– ¿No deberías estar al lado de la cama de tu hermana? -Demandó.
Ella arrugó su nariz insolente, sorprendida por su brusquedad. – Estoy segura de que ella estará bien ahora que tiene a Caro para cuidarla. Estoy preocupada por ti. Estabas tan pálido en la habitación de Vivienne que temí que podrías encontrarte mal.
Él resopló. -Temo que no haya cura para lo que me adolece. Al menos ninguna que un medico pueda proporcionar.
– ¿Es por eso que tu y tu hermano habéis reñido?
– ¿Cómo lo sabes? -Entrecerró sus ojos, bajando su mirada para estudiar el círculo débil de polvo que arruinaba la muselina nívea de su falda. – ¿Estabas mirando por el ojo de la cerradura de la biblioteca, por casualidad?
Un rubor culpable tiñó sus delicados pómulos cuando limpió su falda. – Me disponía a llamar cuando accidentalmente se me cayó el pañuelo. Fue sólo por casualidad que oí vuestras voces levantadas.
Julian rápidamente dedujo que eso fue todo lo que ella había oído. Si le hubiese escuchado denunciarla como “un perrito enfermo de amor”, dudaba que ella aun pisara sus talones.
– Mi hermano simplemente daba su conferencia estándar. Piensa que bebo demasiado, -Julian confesó, sorprendido de hallarse tan cerca de la verdad. En los últimos años, se había vuelto muy competente en mentir, especialmente a sí mismo.
– ¿Lo haces? -Preguntó, sinceramente curiosa.
Él paso una mano a través de su pelo, encontrando de pronto difícil encontrar su mirada. – En ocasiones, supongo.
– ¿Por qué?
Se encogió de hombros. -¿Por qué bebe cualquier hombre? Para adormecer la sed por algo que quiere desesperadamente, pero nunca podrá tener.
Portia se arrimó casi imperceptiblemente a él, captando atrevidamente su mirada. -Siempre he pensado que si deseas algo lo suficiente, entonces deberías estar dispuesto a remover cielo y tierra para obtenerlo.
Julian miró sus oscuros cabellos y sus labios exuberantes, pensando en lo irónico de que una cara tan angelical le podía traer tal tormento infernal. Con un control que no sabía que todavía poseía, gentilmente acaricio su nariz. -Deberías estar agradecida, ojos brillantes, que no siga esa misma filosofía.
Dando media vuelta, siguió hacia los establos, dejándola de pie a solas con su sombrilla marchitándose bajo lluvia.
Sentada en la silla que había acercado a la cama, Caroline amablemente acarició los rizos dorados de la frente de su hermana. El estado de Vivienne ni había mejorado ni había empeorado a lo largo del día y la noche. Simplemente se veía como si pudiera continuar en ese antinatural sopor para siempre.
El sirviente había regresado al castillo justo cuando caía la noche y cesaba la lluvia con el aviso de que el doctor asistía un parto difícil y no podría llegar hasta la mañana. Portia tomaba una siesta en su cama, mientras el Agente Larkin había insistido en mantener su vigilia en el cuarto de estar que conectaba las dos cámaras. La última vez que Caroline se asomó a él, estaba durmiéndose sobre una taza de té ya fría, sus pies descalzos apoyados en una otomana, un volumen desgastado de Tyburn Gallows: Un Historia Ilustrada tumbada en su regazo.
Vivienne suspiró dormida y Caroline se preguntó si estaría soñando. ¿Soñaba ella con los ojos verdes azulados de Kane bailando a la luz del sol y campanas de boda? ¿O soñaba con oscuridad y rendición y campanas que eternamente doblaban la medianoche? Tal como hizo una docena de veces, Caroline bajo el cuello del camisón de su hermana para estudiar el espacio cremoso de su garganta.
– Deduzco que no encontraste lo que buscabas.
Con esa sombría voz arrastrada, Caroline miró por encima del hombro para encontrar la figura oscura de Kane recortada contra la luz de la luna. ¿Por qué debería asombrarla que él no estuviese de pie en la puerta, sino en la ventana abierta?
– No sé de que hablas, – mintió Caroline, atando con arte la cinta del camisón de Vivienne. Ella había registrado cada pulgada de carne pálida de su hermana, pero no había encontrado ninguna marca, ninguna prueba de juego sucio.
Él avanzo. Caroline se levantó, colocándose otra vez entre él y la cama.
Esta vez no se detuvo hasta que estuvo lo bastante cerca como para tocarla. – ¿Por qué no me dejas acercarme más, Señorita Cabot? ¿Temes por su hermana? ¿O por ti misma?
– ¿Tengo motivos para ello, milord?
Una mirada escrutadora acarició su rostro. -¿Si me crees un villano tan despreciable, entonces por qué no chillas para el Agente Larkin? Estoy seguro que nada le gustaría más que precipitarse aquí dentro y rescatarte de mis miserables garras. -Casi como si no pudiese resistir el deseo, alzo la mano hacia su cara, sus nudillos rozando muy ligeramente la curva del pómulo.
Al principio Caroline pensó que el gemido había salido de sus labios. Luego se percató que fue Vivienne. Volviéndole la espalda a Kane, corrió de regreso al lado de la cama de su hermana.
Vivienne estaba murmurando y agitándose con desasosiego bajo las mantas, su mejillas ya no pálidas, sino moteadas y ruborizadas. Caroline tocó con una mano la frente de su hermana, luego le lanzó a Kane una mirada indefensa. -¡Esta ardiendo de fiebre!