Aunque ella continuaba cerrando con pestillo de la puerta del balcón cada noche antes de acostarse, Caroline sospechaba que ya no había necesidad de hacerlo. Durmió la noche entera y se levantó sintiéndose despojada, como si alguien querido por su corazón hubiera muerto.
– ¿Por favor, señor, llamarías por algo más de té?
Mientras la voz de Vivienne iba a la deriva hacia sus oídos, Caroline hizo una pausa bajo la sombra del árbol de tilo, su mano se posó en su suave tronco.
Su hermana se reclinaba en un tílburi al pie de la colina, una manta de lana sobre su regazo se plegaba alrededor de sus piernas delgadas. El alguacil Larkin se había levantado de un banco de piedra y se apresuraba hacia la casa. A juzgar por el libro abierto que había abandonado en el banco, aparentemente había estado leyendo en voz alta para Vivienne. Caroline sonrió a pesar de sí misma, preguntándose si él estaba leyendo Tyburn Gallows: Una Historia Ilustrada o quizás The Halifax Gibbet: El Baile De los Malditos.
Desde su ataque, Vivienne ya no estaba contenta con sufrir en silencio. Realmente parecía disfrutar mandando al alguacil cuando el vizconde no estaba presente, preguntándole “¿podría traer mi chal?” o “¿podría hacer el favor de llamar para pedir otro ladrillo caliente envuelto en franela, señor?” Cuando quiera que él parecía relajar su vigilancia.
– ¡Aquí estás, Caro! -gritó Vivienne, divisándola- ¿No vendrás a hablar conmigo mientras el alguacil Larkin va a traer té fresco?
Ella le hizo señas con la mano con la gracia regia de una reina joven, lo que no dio a Caroline ninguna elección excepto obedecer.
– Pareces haber tenido una recuperación milagrosa -comentó Caroline, tomando el asiento que Larkin había desocupado.
Vivienne se acurrucó más profundamente en las frescas almohadas y se cubrió la boca para amortiguar una tos más bien poco convincente.
– Puedo manejarme lo suficientemente bien mientras permanezca alejada de actos desmedidos.
En ese momento, con la luz solar de la tarde sacando destellos dorados de su pelo y la brisa devolviendo el rosado a sus mejillas, parecía resplandecer con buena salud. Si hubiese sido Portia, entonces Caroline la habría acusado de fingir.
– El baile de Lord Trevelyan es mañana por la noche -le recordó Caroline- ¿Estás segura de que vas a estar bastante bien para asistir?
Bajando sus pestañas para poner un velo sobre sus ojos, Vivienne jugueteó con la cadena que había alrededor de su cuello. El camafeo estaba todavía cuidadosamente metido entre los pliegues de su corpiño.
– Seguro que lo estaré. Después de todo, no podría aguantar decepcionar al vizconde después de sus bondades con nosotras.
En ese preciso instante, Portia llegó apresuradamente por el camino de la casa, luchando bajo el peso de una caja de madera que era casi tan grande como ella. Su cara estaba adornada con una sonrisa muy contenta.
– ¡No creerás lo qué uno de los jóvenes sirvientes acaba de entregar en nuestra cámara, Vivi! No podía esperar hasta que regresaras. Sabía que querrías verlo ahora.
Con su curiosidad avivada, Caroline se levantó para que Portia pudiera apoyar su carga sobre el banco.
– ¡Es simplemente la cosa más preciosa que nunca he visto! -proclamó Portia, apartando rápidamente la tapa de la caja con un floreo.
Caroline y Vivienne jadearon al unísono mientras el tul de la sombra más etérea de rosado salió desparramándose de la caja. El tul estaba encortinado sobre una enagua de plata lustrosa.
Portia puso el escotado corpiño de raso del traje de noche bajo su barbilla, guardándose de arrastrar la cenefa rubia de su bastilla festoneada sobre la hierba.
– ¿No es bello?
– Exquisito -murmuró Caroline, incapaz de resistirse pasó la punta del dedo sobre la fila de perlas destellantes que adornaban la banda de raso rosado del traje.
– Es algo que una princesa llevaría puesto -dijo Vivienne, mientras sus labios se curvaban en una tonta sonrisa.
Todavía agarrando el traje de noche como si fuera reacia a dejarlo, Portia se giró de vuelta a la caja para recuperar una tarjeta de papel marfil. Le dio la tarjeta a Vivienne.
– Pude haber abierto la caja, pero no fui tan impertinente en lo que se refiere a leer la tarjeta.
– Es bonito saber que no has perdido tus escrúpulos -dijo Caroline secamente. Portia le sacó la lengua.
Vivienne estudió la tarjeta.
– Es un regalo del vizconde -dijo ella, su sonrisa desvaneciéndose- Me dice que lo lleve puesto para el baile de mañana por la noche.
Caroline quitó la mano como si el traje de noche hubiera irrumpido en llamas, para encontrarse repentinamente pataleando de afrenta.
– ¿Cómo se atreve? ¿Quién piensa que es, haciendo esa ostentación? Regalarte algo tan personal como una gargantilla fue lo suficientemente maleducado, pero esto se eleva a la altura de un nivel enteramente nuevo de impropiedad. Si hubiera sido un abanico o un par de guantes, entonces podría haber podido pasar por alto su insolencia, pero esto… esto…
Ondeó un brazo hacia la prenda ofensiva, sonando incoherente.
Portia agarró firmemente el vestido, como teniendo miedo de que Caroline lo pudiera arrancar de sus brazos.
– ¡Oh, por favor, no le prohíbas a Vivienne que lo acepte, Caro! ¡Ella estará tan pero tan preciosa en eso!
– Estoy segura de que lo estaría, pero simplemente no lo puedo permitir. Si alguien se enterarse de donde viene el vestido, entonces la reputación de Vivienne quedaría destrozada. Es el tipo de regalo que un marido podría dar a su…
La voz de Caroline se desvaneció mientras Vivienne lentamente levantaba sus ojos para encontrar los de ella. Hablando en un susurro, su hermana dijo:
– Puede que hable de más, pero Lord Trevelyan ha estado comportándose más bien raro desde la semana pasada. Creo que él podría haber hecho planes para aprovechar la ocasión del baile para preguntarme si quiero ser su esposa.
Al principio Caroline pensó que el sonido de cristales al romperse que oyó era el sonido de sus sueños imposibles destrozándose en mil pedazos. Luego alzó la vista para encontrar al alguacil Larkin de pie sobre el camino. Sus manos estaban vacías, pero los trozos de vidrio roto de una tetera estaban desperdigados alrededor de él. Aunque su cara podía haber estado cortada en mármol, sus ojos eran un espejo golpeado de los de ella.
Agachando la cabeza, se arrodilló en un charco de té, limpiando el desorden del suelo ineficazmente con su pañuelo.
– He sido terriblemente torpe, señoras. Todo pulgares, me temo. Al menos eso es lo que mi madre solía decir cuándo era un muchacho. Estoy horriblemente apenado. Encontraré a una criada para limpiar el desastre de inmediato.
Sin encontrar ninguna de sus miradas, remetió el pañuelo empapado de vuelta al bolsillo de su abrigo y caminó a grandes pasos hacia la casa.
Caroline se giró para encontrar a Vivienne mirándole con el ceño fruncido.
– Hombre odioso -masculló ella, dando un tirón a la manta de su regazo- Una vez que mi compromiso matrimonial con el vizconde salga a la luz, supongo que él no tendrá más excusas para acosarme.
A pesar de la expresión feroz de Vivienne, Caroline casi habría jurado que vislumbró un destello revelador en los ojos de su hermana.
– ¿Qué es eso, Vivienne? ¿No estás llorando, verdad? -preguntó Caroline, desconcertada por el humor voluble de su hermana tanto como por el suyo propio.
Parpadeando para apartar la humedad, Vivienne levantó su barbilla y sonrió brillantemente.
– Debo decir que no. Mis ojos son todavía un poco sensibles al sol. Si estaba llorando, te puede reconfortar la idea de que lloraba de pura alegría. Lord Trevelyan será un marido espléndido, ¿no crees? ¡Seré la envidia de cada mujer en Theton!