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Su tía siguió alabando al vizconde con una lista de virtudes al parecer infinita. Caroline ya estaba más que harta del hombre, y eso, que aún no le había conocido.

Echó una mirada al otro lado del carruaje a Vivienne. Una serena sonrisa rondaba los labios de su hermana mientras ella respetuosamente escuchaba la charla chillona de la Tía Marietta. Tomaría más que una escasa nube atenuar el brillo de Vivienne, Caroline pensó tristemente, su expresión mitigándose mientras estudiaba a su hermana.

Con su pelo dorado recogido en un moño alto y la bella y cremosa piel tan apreciada por Theton, Vivienne positivamente resplandecía. Incluso como una niña, había sido casi imposible desgreñar su compostura. Cuando tenía apenas cinco años, Vivienne había llegado tirando fuertemente de las faldas de su madre mientras cortaba rosas en el huerto en Edgeleaf.

– No ahora mismo, Vivi -Mamá la había regañado duramente sin apartarse de su tarea.-¿No puedes ver que estoy ocupada?

– Muy Bien, Mamá. Simplemente regresaré más tarde entonces.

Alertada por la nota desafinada en esa pequeña voz, obediente, su madre se había vuelto para encontrar a Vivienne cojeando, la flecha del arco de un cazador furtivo todavía alojada en su muslo. Acunada en los fuertes brazos de su papá, Vivienne había soportado en silencio con la cara blanca mientras el médico del pueblo extraía la flecha. Habían sido los chillidos histéricos de Portia los que habían amenazado con ensordecerlos a todos ellos.

Con su propio temperamento tan rápido para brillar, Caroline siempre le había envidiado a Vivienne su serenidad. Y sus relucientes rizos dorados. Caroline tocó con una mano su propio pelo pálido, de trigo. Comparado al de Vivienne, parecía casi descolorido. Ya que las finas hebras no mantenían algo parecido al fantasma de un rizo, no había tenido más remedio que disimularlo hacia atrás en un apretado nudo en la corona de su cabeza. Para ella, no habría ninguna franja bonita de bucles para enmarcar los huesos angulares de su cara más bien simple.

– No creo que nunca te haya visto llevar tu pelo de ese modo -dijo a Vivienne-. Es realmente encantador.

Vivienne alzó la mano hasta la cascada trémula de rizos.

– Por raro que parezca, fue Lord Trevelyan quién sugirió el estilo. Dijo que complementaría mis ojos finos y el corte clásico de mis pómulos.

Caroline frunció el ceño, pensando lo extraño que era que un caballero tomara un interés tan agudo por el pelo de una dama. Quizá el pretendiente de su hermana era uno de esos petimetres fantasiosos como Brummel, más interesado en la calidad del encaje recortando la gola de una dama que en ocupaciones más viriles como la política o cazar.

– ¿Entonces cómo exactamente hiciste para conocer a Lord Trevelyan? -preguntó.- Explicaste en tu carta que os encontrasteis en el baile formal de Lady Norberry, pero pasaste por alto proporcionar cualquiera de los detalles más deliciosos.

La sonrisa de Vivienne se suavizó.

– El baile había acabado y todos nos disponíamos a entrar a cenar. -arrugó su delgada nariz-. Creo que el reloj justamente había dado la medianoche.

Caroline gruñó con dolor mientras Portia propulsaba un codo en sus costillas.

– Miré por encima de mi hombro para descubrir al hombre más extraordinario recostándose contra el marco de la puerta. Antes de que me percatase qué ocurría, él había codeado aparte a mi compañero de la cena y había insistido en escoltarme dentro del comedor. -Vivienne agachó su cabeza tímidamente-. No hubo nadie para presentarnos oficialmente, así es que supongo fue todo bastante inapropiado.

La tía Marietta se rió disimuladamente detrás de una mano enguantada.

– ¡Inapropiado ciertamente! no podía mantener sus ojos fuera de la chica. ¡Nunca he visto una mirada tan atontada! Cuando divisó por primera vez a Vivienne, se volvió tan blanco que tú habrías pensado que él había visto a un fantasma. Han sido casi inseparables desde entonces, conmigo haciendo la funciones de chaperona, claro está -agregó con un olfateo estirado.

– ¿Entonces habéis disfrutado los dos alguna vez de alguna excursión de día? -Portia se inclinó avanzado en el asiento, una sonrisa alegre se fijó en sus labios-. ¿De un paseo en calesa o de montar a caballo por Hyde Park? ¿Visitar el elefante en la Torre de Londres? ¿Tomado el té en algún jardín soleado?

Vivienne le dio a su hermana una mirada estupefacta.

– No, pero nos ha acompañado al Teatro Real de la Ópera, dos veladas musicales, y una cena de medianoche patrocinada por Lady Twickenham en su mansión de Park Lane. Temo que Lord Trevelyan sigue las horas de la aristocracia. La mayoría de los días incluso no se levanta hasta después de que sol se haya puesto.

Esta vez Caroline estaba preparada. Antes de que Portia la pudiera codear, Caroline atrapó su antebrazo y le dio un duro pellizco.

– ¡Ay!

Al involuntario agudo aullido de Portia, la Tía Marietta levantó su cristal curiosamente para mirar ceñudamente a la chica.

– ¡Por el amor de Dios!, niña, adquiere control de ti misma. Pensé que alguien había pisado a un perro de aguas.

– Lo siento -Portia refunfuñó, escabulléndose más bajo en su asiento y disparándole a Caroline una mirada furiosa-. Uno de los alfileres de mi vestido ha debido haberme pinchado.

Caroline se volvió hacia la ventana para observar las anchas carreteras de Mayfair, su sonrisa serena reflejando la de Vivienne. El transporte justo giraba en la Plaza Berkeley para exponer una terraza de hermosas casas urbanas de ladrillo gozando del calor en la incandescencia suave de los faroles.

Mientras el carruaje rodaba hasta una parada, Caroline estiró el cuello para mirar fijamente arriba a su destino. Allí había poco para distinguir de la casa de estilo georgiano de cuatro pisos de su vecindario… ninguna gárgola gruñidora estaba posada sobre el techo de pizarra, ninguna de las figuras de capa negra acechando en torno a sus balcones de hierros forjados, ningún grito amortiguado viniendo de la carbonera.

En vez de ser disimuladas con pesadas cortinas, las ventanas Palladian estaban encendidas con luz de las lámparas, derramando una alegre bienvenida sobre el camino pavimentado y el pórtico cubierto.

– ¡Ah, ya llegamos finalmente! -La tía Marietta anunció mientras recogía su ridículo abanico-. Deberíamos apresurarnos, Vivienne. Estoy segura que tu Lord Trevelyan está frenético de impaciencia.

– Es difícilmente mi Lord Trevelyan, tiíta -indicó Vivienne-. Después de todo, no es como si se me hubiera declarado o incluso insinuado sus intenciones.

Mirando un rubor encantador de rosa propagarse sobre las bellas mejillas de su hermana, Caroline suspiró. ¿Cómo podría cualquier hombre no caer locamente enamorado de ella?

Alargó la mano para darle a la mano enguantada de Vivienne un cariñoso apretón.

– Tía Marietta tiene razón, mi amor. Si has capturado el corazón de este caballero, entonces es sólo una cuestión de tiempo antes de que conquistes su nombre también.

Vivienne le devolvió el apretón, dándole una sonrisa agradecida.

Descendieron del carruaje una a una, apoyando sus manos en la del lacayo que esperaba. Cuando el turno de Portia llegó, vaciló. El lacayo despejó su garganta y extendió su mano más profundamente dentro del carruaje.

Caroline finalmente tuvo que estirar su mano más allá de él y tirar bruscamente de su hermana fuera del carruaje. Cuando Portia tropezó con sus brazos, Caroline murmuró por entre dientes empuñados.

– Oíste a Vivienne. Es apenas raro para un aristócrata patrocinar una cena de medianoche.

– Especialmente no si él es un…

– ¡No lo digas! -Caroline advirtió-. Si oigo esa palabra de tus labios una vez más esta noche, te morderé yo misma.