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– ¿Drénarlo seco? -Caroline tragó- ¿Significa eso qué es lo pienso que es?

Julian asintió con la cabeza.

– Tengo miedo, tendré que dejar mis hábitos de comida, por lo menos una vez.

– ¿Pero y si alguien lo destruye primero? ¿Estara perdida su alma para siempre?

Adrian intercambió una mirada con su hermano antes de decir.

– No necesariamente. Pero haría las cosas extraordinariamente más difíciles porque el alma de Julian y todas las almas que Duvalier ha robado en los cinco ultimos años volverían atrás al vampiro que engendró a Duvalier, sólo haciéndole más poderoso. Y aunque tengamos una idea, no estamos completamente seguros de quién era.

Caroline dio a su cabeza una pequeña sacudida, todavía luchando por examinar cuidadosamente todo que ellos le decían.

– Entonces los vampiros no son sólo criaturas que beben la sangre para sobrevivir. Ellos no tienen alma propia, pero acumulan las almas de aquellos que convierten en su propia clase.

– Así es -confirmó Adrian- Se alimentan de ellos y se vuelven más poderosos con cada alma que roban.

Cobijándose con sus brazos alrededor, Caroline reprimió un temblor.

– Entonces Duvalier ha estado poniéndose más poderoso todos estos años.

– Más poderoso, pero no invencible -dijo Adrian en tono grave- Hemos pasado los ultimos cinco años rastreando al bastardo por todas partes del mundo, Roma, París, Estambul, los Cárpatos. Lo hemos seguido en la carrera, pero siempre esta un paso por delante de nosotros. Hasta ahora.

– ¿Ahora? -chilló Caroline- ¿Por qué ahora?

Adrian alcanzó a Caroline, ya no era capaz de resistir poner sus manos sobre ella. Sobre todo ya que podría ser por última vez. Ahuecando su cara en sus manos, sus pulgares tiernamente acariciando el satén cremoso de sus mejillas.

– Porque finalmente encontramos algo que no podrá resistir.

Julian apoyó una bota en la pared y comenzó a pulir un invisible raspón con su pañuelo, mirando como si desesperadamente deseara poder convertirse en un murciélago y salir volando.

Caroline sacudió su aturdida cabeza.

– ¿Pero qué podría tentar posiblemente a tal monstruo…?

Adrian sólo podía mirar inútilmente cuando su aturdimiento comenzó a endurecerse por el horror.

– Ah, Dios -susurró ella, la sangre que visiblemente desaparecia de su cara- ¿Es Vivienne, verdad? La tía Marietta, dijo que la primera vez que la vio, la miró como si hubiera visto a un fantasma. Larkin trató de advertirme de que tenía un parecido asombroso con Eloisa, pero no le escuchaba. Por eso la entrenaba en como llevar puesto su pelo. ¿El baile, el camafeo…el vestido largo… pertenecian a Eloisa, verdad? ¿Por qué apuesto que ella hasta llevaba puestas rosas blancas en su pelo y tocaba el arpa, verdad?

– Como un ángel -admitió Adrian de mala gana.

Colocando una mano sobre su boca, Caroline se escapó del él. Esta vez cuando la alcanzó, ella retrocedió violentamente.

– Querido Señor -respiró ella, retrocediendo ante él -sólo quiere usar a mi hermana como cebo, nunca sintió cariño por ella en absoluto.

– ¡Por supuesto que siento cariño por ella! ¡Ella es una muchacha muy querible!

– ¿Bastante querible como para atraer a aquel monstruo? ¿Bastante querible para ser conducida como un cordero a la matanza? -La voz de Caroline se elevó, rajándose en una nota ronca- ¡Le dio el vestido de una muchacha muerta! ¿Tuvo la intención de convertirlo en su sudario?

Adrian sacudió su cabeza, desesperado por borrar la angustia de los ojos de Caroline.

– Le juro por mi vida que yo nunca dejaría que se le causara ningun daño. Yo no me habría acercado a ella en absoluto si no creyera que soy lo bastante poderoso para protegerla.

– ¿De la misma manera que protegió a Eloisa?

Adrian cerró sus ojos brevemente.

– Soy mucho más fuerte ahora de lo que era entonces. He gastado cada día desde que murió afinando mis habilidades, tanto físicas como mentales. Incluso entonces, si me hubiera dado cuenta antes de que ella estaba en peligro mortal, yo podría haber sido capaz de salvarla.

– Pero no la salvó, ¿verdad?

Adrian no tenía ninguna defensa contra aquel golpe. Caroline se giró alrededor y emprendió el viaje de regreso a través del puente, con sus puños apretados con determinación. Esta vez Julian no hizo ningún movimiento para pararla.

– ¿A dónde va? -Adrian la llamó.

– A decirle a Vivienne todo sobre su pequeño feo plan.

– ¿Va a contarle sobre nosotros también?

Caroline se congeló en mitad de una zancada. Si no fuera porque el viento movia los pliegues de su capa y estremecía la seda de su pelo iluminada por la luna, Adrian podria haber creído que se habia convertido en piedra.

Ella despacio se dio vuelta para afrontarlo. Esto no era desprecio en sus ojos. Esto era el deseo, la pena. Su voz era suave, tan clara aún como el cristal.

– Sólo cuando comenzaba a creer que no era un monstruo, tuvo que demostrarme lo equivocada que estaba.

Aunque no quisiera nada más que ir detrás de ella, para arrastrarla a sus brazos y pedirle que entendiera, Adrian sólo podía estar de pie y mirar cuando Caroline se fue por el puente, llevándose consigo lo que quedaba de su destrozado corazón.

Caroline entró silenciosamente en la cámara de sus hermanas. Terminando de llorar, sus lágrimas se habían secado finalmente, dejando su cara devastada y sientiendose tan entumecida como su corazón.

Había esperado encontrar a sus hermanas acostadas en sus respectivas habitaciones, pero ambas se habían dormido en la sala. Portia estaba enroscada en una silla de ala sobrerellena, con su gorro de noche deslizandose hacia abajo sobre un ojo, mientras Vivienne estaba tumbada en la chaise delante del hogar, con la mejilla apoyada en sus manos y un edredón descolorido alrededor de ella. El fuego menguante les daba un brillo acogedor a sus caras turbadas por el sueño. Juzgando por el par de tazas de té medio vacías y el plato de loza sucio con migas de galleta que descansaba en el hogar, Portia había hecho bien su promesa de mantener a Vivienne ocupada toda la tarde.

Caroline todavía se tambaleaba al saber que Julian era un vampiro y Adrian era un cazador de vampiros. Pero empequeñeciendo aquellas revelaciones que no podían compararse con el descubrimiento más asombroso de todos: Adrian no lamentaba que Vivienne no lo quisiera.

Durante años jugando en el teatro que hacian para sus padres había sido unida al príncipe sólo porque era la mayor y la más alta de sus hermanas. Ahora había encontrado finalmente a un hombre servicial con quien hacer el papel de princesa sólo para descubrir amargamente que no había ningún final feliz para ellos dos.

Adrian había demostrado ser tan despiadado como Duvalier. Duvalier podía robar almas, pero Adrian se había escurrido por delante de toda su defensa bien afilada para robarle su corazón. Tuvo que cerrar sus ojos contra una oleada de ansiedad cuando recordó aquellos momentos en sus brazos, en su cama, los únicos que conocería.

Estaba a la deriva más profunda en el cuarto, sus zapatillas susurrando sobre la alfombra Aubusson. Como un invitado honrado en una merienda, la caja que contenia el vestido del baile estaba abierta y apoyada en el sofá cubierto por damasco, donde podía ser admirado mejor. Sólo hacía unas pocas horas habia estado tan locamente enamorada de su belleza como sus hermanas. Ahora solo pensar en ello en la piel conmovedora de Vivienne la hizo querer estremecerse. Si el vestido fuera no más que una cubierta, entonces la caja era un ataúd, listo para ser clavada y cerrada con todos sus sueños dentro.

Aún ahora mismo, algo sobre el resplandor del vestido todavía lo hacia irresistible. Caroline de mala gana paso las yemas de los dedos sobre el tul brillante, preguntandose sobre la muchacha que lo había llevado puesto una vez. ¿Se habían acelerado los latidos de su corazón cada vez que Adrian entraba en un cuarto? ¿Había sentido el deseo cada vez que él le mandaba una de sus sonrisas perezosas? ¿Había creído que él se precipitaría y la rescataría hasta aquel mismo momento cuándo encontró su destino impensable en las manos de un hombre en el que había confiado una vez, pero nunca había amado?