Выбрать главу

Caroline retiró su mano del vestido, mirando a sus hermanas. Parecia sólo ayer que eran niñas, todas con las rodillas raspadas y los rizos sueltos. Ahora vacilaban al borde de ser mujeres cultivadas, aún todavía con sus labios exuberantes encorvados a la mitad con pensativas sonrisas cuando soñaban con vestidos exquisitos y bailes de mascaras y hermosos príncipes que las rescataban de cada peligro.

Llegó al hombro de Vivienne, determinada a sacudirla de aquellos sueños y llevársela de ese lugar antes de que se convirtieran en pesadillas. Pero algo paró su mano.

Todavía podía ver a Adrian de pie en aquel puente, el viento soplando por su pelo. Incluso aunque no fuera un hombre que pedía, había visto el ruego en sus ojos. Pensó en los años que había pasado cazando a Duvalier y a otros monstruos como él, la enormidad de los sacrificios que había hecho para proteger el secreto de su hermano. Mientras otros hombres de su edad y posición bailaban hasta el alba, perdiendo sus fortunas, y seduciendo a mujeres casadas, él había gastado los últimos cinco años, desterrado de su propia clase, viviendo en las sombras justo como las bestias que cazaba.

¿Qué haría ella si sus situaciones fueran invertidas? miró fijamente a Portia cuando suavemente acarició el pelo de Vivienne. ¿Hasta donde llegaría para salvar las vidas de sus hermanas? ¿Salvar sus mismas almas?

Había creído que sus lágrimas estaban todas secas, pero se había equivocado. podía sentirlas picando en sus ojos cuando se dio cuenta exactamente de lo que haría.

Algo.

Algo, imperiosamente.

CAPÍTULO 17

– ¿Que quieres decir con que no puedo ir al baile? ¿Cómo puedes ser tan cruel?

Caroline miró hacia abajo a Portia, endureciéndose ante la mirada de dolorida indignación que vio en los ojos de su hermana. Se sentía doblemente cruel al asestarle este golpe estando de pie en medio de su habitación rodeada por una colorida colección de enaguas, cintas y lazos. Vestida sólo con su camisa y bragas, y con su oscuro cabello peinado en alto con mechones rizados, Portia se veía de doce años. La caja abierta de polvo de arroz que brillaba en la cómoda podía haber sido polvo de hadas, esperando la ocasión de transformar a una difícil jovencita en una hermosa mujercita en la noche de su primer baile.

– No estoy siendo cruel -respondió Caroline- Simplemente estoy siendo práctica. Todavía has de ser presentada en la corte, o nunca tendrás una presentación adecuada. No sería adecuado para ti aparecer en un baile ofrecido por uno de los más ilustres miembros de Theton con tu cabello recogido y tu escote bajo.

– ¡Pero tengo diecisiete años! -gimió Portia- ¡Si no me presento pronto, me alcanzará el momento de volver a encerrarme nuevamente! -Sus ojos se achicaron hasta formar dos rendijas acusadoras- Y además, tú nunca tuviste una presentación adecuada y aún así asistirás al baile.

– No tengo opción. Tú hermana requiere una chaperona.

Portia miró frenéticamente alrededor de la habitación, tratando de idear un nuevo argumento que lanzarle.

– No tienes que tener miedo de que te avergüence. Una de las criadas nos ayudó a Vivienne y a mí e improvisé un perfectamente respetable traje de gala a partir de mi viejo vestido de domingo -Tomó la familiar muselina azul a rayas del respaldo de una silla y la sostuvo delante de su pecho para que Caroline pudiera admirarla, dedicándole una sonrisa esperanzada- ¿No es hermoso? Incluso cosimos una nueva faja y una capa extra de frunces para esconder lo mucho que ha crecido mi busto durante el año pasado. ¡Y sólo dale una mirada a esto! -dijo arrancando de la cómoda una media máscara de papel maché decorada con una impertinente nariz rosa y largos bigotes felinos sosteniéndola frente a su cara- Julian la encontró para mí en uno de los áticos del castillo.

Caroline se puso rígida. Desesperadamente deseaba creer que Julian verdaderamente había rechazado su destino, pero mientras recordaba la oscuridad que se había apoderado de sus ojos y el destello de la luna reflejado en sus garras, sintió que su turbación aumentaba.

Recogiendo la máscara de manos de Portia, Caroline la tiró nuevamente sobre la cómoda.

– Todo es ciertamente precioso y estoy segura de que tendrás ocasión de usarlo muy pronto. Pero no esta noche.

Su sonrisa fue sustituida por un tormentoso ceño, Portia lanzó su vestido sobre la cama en un descuidado montón.

– No entiendo que va mal contigo. Desde que ayer fuiste en busca de Lord Trevelyan no has vuelto a ser tú misma. En un momento estás convencida de que podría ser el mismo demonio encarnado. Y al siguiente me estás diciendo que todo fue una especie de estúpido error.

Caroline recogió un trozo de encaje de la cómoda y lo dio vueltas alrededor de su dedo, evitando la mirada de Portia.

– Lo que te dije fue que el Vizconde y yo aclaramos todos nuestros malentendidos. El no es un vampiro y yo he decidido que será un marido perfectamente aceptable.

– ¿Para Vivienne? -Portia cruzó los brazos sobre su pecho- ¿O para ti?

Sintiendo que sus mejillas se inundaban de color, Caroline alzó bruscamente la cabeza para encontrar la mirada desafiante de su hermana. Debería haber anticipado esto. A pesar de la diferencia de edades, siempre se había sentido más cercana a Portia que a Vivienne. Lo que hacía que mentirle ahora fuera doblemente difícil.

– Para Vivienne, por supuesto, ¡tu pequeña gansa tonta! No sé porque sientes la necesidad de echar a volar tu imaginación con todas estas fantasías románticas cuando no sabes absolutamente nada de lo que ocurre entre un hombre y una mujer.

– ¡Si no me dejas ir al baile, puede que nunca lo descubra! Por favor, Caroline! -Portia unió sus manos, con una atractiva mirada suplicante capaz de derretir un corazón de piedra- Cuando le dije a Julian que las tres solíamos practicar nuestros pasos de baile en el salón de Edgeleaf, me prometió que me reservaría un vals.

Mientras se imaginaba a su hermana dando vueltas alrededor del salón de baile en brazos de Julian, sus blanquísimos dientes a solo pulgadas de la vulnerable curva de su garganta, la turbación de Caroline se convirtió en un pánico total y absoluto.

Antes de poder detenerse, había agarrado a Portia por el brazo dándole una fuerte sacudida.

– No pondrás un pie fuera de esta habitación esta noche, jovencita. Si descubro que lo hiciste, te enviaré de regreso a Edgeleaf por la mañana y nunca jamás volverás a posar tu mirada sobre Julian Kane otra vez. Ni sobre ningún otro hombre.

Liberándose del agarre de Caroline, Portia comenzó a alejarse de ella, con lágrimas bañando sus ojos.

– ¡Porque, no eres más que una criatura egoísta y odiosa! ¡Quieres que me convierta en una solterona vieja y reseca como tú, así no tendrás que quedarte sola cuando Vivienne se case con el hombre que amas! -Dándose vuelta, se tiró boca abajo sobre la cama y rompió en desgarradores sollozos.

Hasta ayer, las palabras de Portia podrían haber roto su corazón hasta el fondo. Pero hoy no. Caroline sabía que su hermana era tan bondadosa como impulsiva. Portia pronto lamentaría sus duras palabras, si ya no lo hacía.

Aunque no deseaba otra cosa que hundirse en la cama y masajear los hombros de Portia hasta que menguaran sus violentas sacudidas, Caroline se forzó a si misma a darse la vuelta y salir de la habitación.

– Lo siento, pequeña -susurró, cerrando gentilmente la puerta detrás de ella- Quizás algún día lo comprendas.

Se encogió ante el sonido de algo pesado que sonaba sospechosamente como una bota arrojada contra la puerta cerrada detrás de ella, advirtiéndole que tal vez “ese día” podría no llegar tan rápidamente como esperaba.