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Caroline se lanzó a la multitud, pensando sólo en escapar. Mientras esquivaba a una gitana que adivinaba la fortuna y se agachaba para pasar a una mujer que llevaba la cabeza de María Antonieta bajo su brazo, una solitaria pluma de pavo real cosquilleo su nariz, forzándola a hacer una pausa lo suficientemente larga para recuperar el aliento.

Antes de que pudiera ponerse nuevamente en movimiento, la mano de Larkin se cerró alrededor de su cintura con la mordida implacable de unas frías esposas de acero.

Le dio la vuelta de un tirón para que lo enfrentara, no habiéndosele prohibido lucir su estrecha cara por no llevar máscara.

– ¿Que piensa que está haciendo, Miss Cabot? ¿Qué demonios ha hecho con su hermana?

– No hecho nada con ella -insistió Caroline, tratando de no tartamudear por la culpa- Simplemente no se sentía lo suficientemente bien para asistir al baile.

– Dios querido -susurró, bajando la vista de la rosa en su pelo hacia su vestido- Conozco este vestido… este collar… -estiró su mano para tirar del camafeo, sus dedos temblando visiblemente- Eloisa estaba usando este vestido la noche que nos conocimos en Almack’s. Y Adrian le regaló este camafeo para su decimoctavo cumpleaños. Lo llevaba la última vez que la vi. Nunca se lo quitaba. Juró que lo llevaría sobre su corazón hasta el día de su… -su mirada regresó a su cara- ¿Cómo consiguió estas cosas? ¿Acaso él se las dio?

– Puedo asegurarle que está imaginando demasiadas cosas a causa de un viejo vestido y un puñado de baratijas que mi hermana encontró en el ático.

– ¿También estoy exagerando acerca de la forma en que acaricio su mejilla la noche que Vivienne se puso enferma? ¿Sobre la forma en que la mira cuando piensa que nadie lo está observando? -Larkin la acercó más aún, la acerada resolución en sus ojos calándola hasta los huesos- Si ha estado aliada a Kane todo este tiempo confabulando para hacerle algún daño a Vivienne, juro que los veré a ambos pudriéndose en Newgate antes de que puedan hacer algo.

Lamentablemente conciente del interés embelesado que estaba generando su pequeño drama, Caroline sonrió a través de sus dientes apretados.

– No hay necesidad de conducirme a la fuerza, señor. Si desea bailar, sólo tiene que pedirlo.

– ¿Bailar? -Siseó Larkin- ¿Es que ha perdido la razón, mujer?

Caroline estaba luchando para librar la muñeca de su implacable agarre cuando una amenazadora sombra cayó entre los dos.

– Discúlpame, compañero -gruñó Adrian- Creo que la dama me prometió este baile a mí.

CAPÍTULO 18

Unas notas alzándose de un vals vienés, un giro vertiginoso y Caroline estaba nuevamente en el único lugar al que había temido no volver jamás, en los brazos de Adrian. Por la esquina de su mirada vio a Larkin sacudir su cabeza con disgusto antes de darse la vuelta y alejarse, con su larga zancada abrió una brecha a través de la multitud.

Su alivio fue de breve duración. Cuando ladeó su cabeza para encontrarse con los ojos fijos de Adrian, su mirada hacía que la amenaza de Newgate fuera igual que pasar un fin de semana en un balneario de Bath.

– Sólo dime ¿Dónde esta tu hermana? -demandó-. ¿Inconsciente y atada dentro de algún ropero?

– ¡Muérdete la lengua! Nunca me rebajaría a una traición tan baja. -Vaciló un momento antes de soltar impulsivamente-: Si tienes que saberlo, la drogué.

Adrian alzó su cabeza carcajeándose, recibiendo miradas de reojo de un sultán turco y de una chica del harem que giraban más allá de ellos en el vals.

– Mi querida Señorita Cabot, recuérdeme nunca subestimar su crueldad una vez que decida dejar de lado sus entusiastas escrúpulos y hacerlo a su manera.

– Estoy segura que no se puede comparar con la suya, mi lord, -contestó dulcemente-. Duvalier podría estar observándonos, como sabe, -precisó mientras la dirigía en otro intrincado giro de baile, con su fuerte mano extendida sobre la delicada curva de su espalda-. Usted debería estar observándome como si deseara hacerme el amor, no estrangularme.

– ¿Y si deseo hacer ambos? -replicó, sus resueltas palabras enviaron un estremecimiento de calor que bajo por su columna.

Su gracia natural le sirvió tan bien, para el baile, como cuando se hizo cargo de los rufianes en Vauxhall. Incluso con su mano descansando tan ligeramente sobre su hombro, Caroline podía sentir el movimiento fluido de sus músculos bajo la tela de casimir de su saco.

Él frunció el ceño al observar el ramillete de rizos dorados que brotaba de la parte superior del medio turbante rosa satinado que llevaba alrededor de su cabeza.

– Ese no es su cabello.

Caroline frunció la nariz desdeñosamente.

– Mi hermana tiene rizos en abundancia. No creí que le importara si tomaba prestados unos cuantos.

Su mirada fija bajó aun mas, examinando audazmente el generoso escote revelado por el cuello bajo de su vestido.

– Y esos no son sus…

– ¡Claro que lo son! -Caroline dirigió su ultrajada mirada hacia abajo-. Se sorprendería de lo que se puede conseguir simplemente pidiéndole a la doncella que apriete las cintas de su corsé. Además, no era como si tuviera otra opción, -admitió avergonzada-. En caso de que no lo haya notado, estoy carente en esa área en comparación con mis hermanas.

– He hecho más que notarlo, -murmuró, su posesiva mirada recordándole que sólo la noche anterior había ajustado sus calidos dedos alrededor de su pecho desnudo, reclamándolo para sí-. Le puedo asegurar que de lo único que carece es de una buena dosis de sentido común. Si tuviera alguno, no hubiera preparado esta peligrosa pequeña charada.

– ¿No es ese el objetivo de una mascarada? ¿Convertirse en algo que no se es? -Le devolvió su desafiante mirada con una propia-. Yo podría ser esta noche Vivienne o Eloisa para usted. ¿Cuál preferiría tener en sus brazos? ¿A quién preferiría hacerle el amor si creyera usted que Duvalier nos miraba en este preciso momento?

Sin perder un solo paso de baile, Adrian se inclinó cerca de su oído y le murmuro,

– A usted.

Las firmes zancadas de Larkin lo llevaron fuera del Gran salón y a subir las escaleras, las notas del vals se desvanecieron en un eco fantasmal. Aun seguía conmocionado por haber visto a Caroline llevar el camafeo de Eloisa. Nunca había olvidado como el encantador rostro de Eloisa se había encendido la noche de su cumpleaños dieciocho cuando Adrian los había presentado. Al observar como Adrian abrochaba la cadena alrededor de su agraciado cuello, Larkin había deslizado su obsequio, un bello volumen de los sonetos de Blake, de regreso al bolsillo de su abrigo.

Su resolución vacilo justo afuera de la puerta de la sala de estar de Vivienne y Portia. Ahora que había alcanzado su destino, se dio cuenta de lo impropio que era el estar al acecho cerca de la puerta de la recamara de una joven dama sin siquiera un chaperón o criada a la vista.

Aclarándose la garganta torpemente, llamo a la puerta con un fuerte golpe.

– ¿Señorita Vivienne?, -dijo en voz alta-. ¿Señorita Portia? Es Constable Larkin. Quisiera hablar unas palabras con ustedes si me lo permiten.

Solo el silencio respondió a su petición.

Echó un vistazo hacia ambos lados del pasillo, después probo el pomo. La puerta se abrió fácilmente al empujarla.

La sala de estar estaba desierta, la chimenea apagada. La puerta de la recamara de Portia estaba cerrada, pero la puerta de Vivienne estaba entreabierta. Incapaz de resistir una invitación tan evidente para investigar, Larkin cruzo la sala de estar y abrió la puerta unas pulgadas más. Aunque una vela estaba encendida sobre el tocador, un aire de abandono se aferraba a la habitación.