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Larkin sabía que no tenía ningún derecho a estar husmeando, pero la tentación era casi demasiado poderosa. El delicado perfume de lilas de Vivienne lo atrajo hacia la habitación como el más potente de los afrodisíacos. Juzgando por la urgente respuesta de su cuerpo, pareciera ser que había entrado en los prohibidos reinos del harem de un sultán.

La cubierta del tocador era un encantador revoltijo de polvos, ungüentos, y otras misteriosas pociones consideradas indispensables en la búsqueda del evasivo ideal de belleza femenina. En lo que concernía a Larkin, Vivienne no requería de ninguna de ellas. Una media de seda había sido lanzada descuidadamente sobre el banquito del tocador. Deslizo la punta de sus dedos sobre el delicado material, intentando no imaginarse a Vivienne sentada sobre ese mismo banquito deslizando la media sobre una de sus cremosas pantorrillas. Intentando no imaginarse recorriendo con sus labios ese mismo camino hasta alcanzar el sensible hoyuelo detrás de su rodilla.

Larkin retiro su mano, aterrado por su falta de auto control. Se estaba dando la vuelta para irse cuando descubrió la nota que yacía sobre el tocador. Una nota escrita con una precisa letra femenina.

Esta vez subió los escalones de dos a la vez, temiendo lo que se encontraría subiendo justo junto a él. Sin preocuparse por tocar, irrumpió en la torre norte.

Sus pasos se hicieron más lentos conforme se aproximo a la cama de Caroline. Los cortinajes estaban corridos como el telón de un escenario listo para ejecutar el acto final. Ataviada con un vestido de terciopelo esmeralda, Vivienne estaba reclinada sobre su espalda en las almohadas, los delgados dedos de su mano como de niña, encogidos cerca de su mejilla. La respiración de Larkin se estabilizo mientras observaba su pecho subir y bajar en dulce reposo.

Se recostó sobre una de las columnas de la cama, deslizando una mano temblorosa sobre su quijada. Parecía que le debía una disculpa a Caroline. Tal vez Vivienne realmente no se había sentido lo suficientemente bien como para asistir a la mascarada. Tal vez se había retirado a los aposentos de Caroline en la torre para escapar del alboroto y ruido que emanaban del Gran salón. Tal vez incluso había encontrado el vestido y el camafeo en el ático y había insistido en que Caroline los usara, sin darse cuenta de que una vez habían pertenecido a otra mujer, a la cual Kane había amado.

Embebido en la angelical pureza de sus rasgos, suspiró. Habría estado contento de poder quedarse y guardar su sueño por el resto de la noche. Pero si alguno de los criados tropezaba con él, habría graves consecuencias para su reputación.

Deslizó suavemente el edredón para cubrirla, decidido a retrasarse sólo lo necesario para agregar otra pala de carbón al fuego.

Una taza de té vacía reposaba sobre la mesita junto a la cama, junto a un frasco sin etiqueta. Sus instintos se activaron de nuevo, Larkin destapó el frasco y lo olisqueo con sospecha. Le tomó poco más que un olorcillo del dulzor acre para que reconociera su contenido.

– Malditos sean, -murmuró, cerrando el frasco y devolviéndolo a la mesa-. Malditos sean ambos.

Se sentó junto a Vivienne hundiendo el colchón de plumas, sin que le importara más lo que los criados podrían pensar si eran descubiertos.

Tomándola por los hombros, le dio una gentil sacudida.

– ¡Vivienne! Vivienne, querida, ha dormido bastante tiempo. ¡Tiene que despertar ahora!

Se removió, un quejido somnoliento se escapo de sus labios. Sus ojos se abrieron y cerraron. Era demasiado tarde para que Larkin pudiera cubrir sus facciones con indiferencia. Todo lo que pudo hacer fue esperar, el grito horrorizado que sin duda vendría una vez que descubriera quien estaba con ella en la cama, mirándola con el corazón asomando por sus ojos.

Le tomó un aturdidor momento darse cuenta de que ella debía seguir soñando, porque acercó una mano hasta su mejilla, sus labios se curvearon lentamente en una tierna media sonrisa, y murmuro:

– Portia siempre me dijo que mi príncipe vendría.

Caroline cerró sus ojos, sonrojada, sin aliento y mareada, no por el movimiento giratorio del vals, sino por su sangre que corría apresurada desde su cabeza hasta otros rincones mucho más imprudentes de su cuerpo. Casi deseaba poder desvanecerse en los brazos de Adrian para que entonces la sacara en brazos del salón y hacer todas las cosas tiernas y traviesas que secretamente deseaba pero que nunca podría ser lo suficiente atrevida para exigir.

Ninguna de sus infantiles fantasías la había preparado para este momento. Ya no era más la hermana sensible, satisfecha solo con mirar anhelantemente mientras sus hermanas se unían a la danza de la vida. En su lugar, era la que dirigía las miradas de todos en el salón, la que giraba alrededor de la pista en brazos de su magnifico hombre.

Su mano acarició su pequeña espalda, impulsándola a acercarse aun más, tan cerca que sus senos dolieron por escapar del confinamiento tortuoso de su corsé cada vez que se frotaban contra las solapas almidonadas de su frac.

– Si quiere usted montar una representación para Duvalier, ¿No deberíamos fingir que estamos de nuevo en Vauxhall? -susurró Adrian, su voz vibrando con urgencia. Con su pulgar frotando el centro de su palma, sus labios acariciando el sensitivo lóbulo de su oreja, provocando un estremecimiento de anhelo en su matriz-. No he olvidado que pequeña actriz tan convincente puede ser. Todavía recuerdo el sonido de sus suspiros, el sabor de sus labios, la forma en que se aferro a mí como si nunca deseara dejarme ir.

Los demás bailarines empezaron a dejarles espacio. Algunos habían parado de bailar al mismo tiempo y estaban estirando sus cuellos para mirar boquiabiertos la escandalosa exhibición. Los invitados de Adrian habían asistido al Trevelyan Castle esperando alguna clase de espectáculo, pero no esta fogosidad.

– Sus invitados… -se arregló finalmente para jadear-. Nos están observando.

– ¿No era eso lo que usted deseaba? ¿No vino esta noche para que Duvalier la viera? ¿Para que pudiera acosarlo con su belleza? ¿Para que pudiera hacer arder su impía lujuria y convertirlo en un hombre a medias de deseo por usted?

El tibio terciopelo de los labios de Adrian rozaron la curva de su garganta, ella supo por instinto que ya no hablaban de Duvalier. En verdad, ningún vampiro, al menos astuto, podría plantearle un peligro como este hombre lo hacia. Duvalier podía solo conseguir que su corazón dejara de latir, Adrian poseía el poder de romperlo en mil pedazos, dejándola para caminar por el resto de sus días con los fragmentos rotos alojados en su pecho.

Clavando sus dedos en sus hombros para evitar derretirse contra él en completo abandono, dijo:

– Vine aquí esta noche para ayudar a Julian. Para ayudarlo a usted.

Adrian volvía a mirarla fijamente, sus ojos ardiendo con deseo y cólera.

– ¿Y como se propone hacer eso? ¿Consiguiendo que asesinen su tonto ser? Esta usando el vestido de Eloisa. ¿Desea tener su mismo destino?

– ¡Claro que no! Sé que usted me protegerá. Juró que era lo suficiente fuerte para proteger a Vivienne, ¿O no? ¿Cómo puede usted prometer que protegerá a mi hermana, pero no confiar en que podrá mantenerme a salvo?

La música aumento en un crescendo. Pero Adrian la mantuvo cautiva contra el musculoso largo de su cuerpo, abandonando todo pretensión de bailar.

– Porque no pierdo mi inteligencia cada vez que Vivienne entra en una habitación. No me sacudo y doy vueltas cada noche en mi cama soñando con hacerle el amor. Ella no me distrae con sus interminables preguntas, sus incesantes curioseos, sus atolondradas intrigas. -su voz se elevo-. Puedo confiar en mi mismo para proteger a su hermana porque no estoy enamorado de ella.

Sus palabras hicieron eco contra las vigas, advirtiéndoles demasiado tarde de que tanto el vals como la música habían terminado. Caroline dirigió una mirada avergonzada a los demás bailarines, esperando descubrir que cada mirada en el salón estaba clavada en ellos. Pero extrañamente, los invitados parecían haber sido distraídos por un nuevo arribo.