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Adrian sintió que su cuerpo entero se estremecía cuando Caroline le condujo al éxtasis. La había confundido con la luz de la luna, pero ella era luz del sol, iluminando y calentando todas las esquinas solitarias y oscuras de su alma. Enterrando la cara en su garganta, se contuvo tanto como pudo, intentando dar al cuerpo desentrenado tiempo para ajustarse a su ruda invasión.

Cuando el dolor pasó a ser una molestia apagada, los ojos de ella se abrieron de par en par ante de pura sorpresa de su posesión. Estaba sobre ella; estaba dentro de ella; su dominio era completo. Aunque era ella la que tenía el poder de volverle medio loco sin nada más que el inquieto arqueo de sus caderas, el desesperado arañar de sus uñas hacia abajo por la curva de la espalda.

Aceptando su invitación con un gemido ronco, empezó a moverse más profundamente dentro de ella, tomando su inocencia, pero dándole algo infinitamente más precioso. Se deslizó dentro y fuera de ella como una poderosa ola atraída por la voluntad de la luna. Este era un tipo de placer diferente a los pequeños temblores de pura dicha que había hecho que la atravesaran solo minutos antes… más fuerte, más primitivo. Ella daba y él tomaba. Él daba y ella tomaba. Él la hacía su mujer mientras ella le hacía a él su hombre. Se aferró a él, murmurando su nombre en una jadeante letanía, mientras sus estocadas contenidas daban paso a ritmo palpitante e implacable que desterró todo pensamiento, toda razón, dejando solo sensación.

Justo cuando pensaba que no podría soportar otro segundo de tan dulce tortura, él colocó las caderas de forma que cada empujón le llevara contra ese tenso punto en el centro de sus rizos.

Caroline gritó cuando su cuerpo explotó en un frenesí de deleite. Sintiendo ese tirón irresistible, Adrian se estrelló contra la orilla con ella, un gemido gutural se escapó de su garganta cuando entregó su semilla y alma a su cuidado.

Caroline estaba sentada sobre las rodillas al pie de la cama, mirando hacia su reflejo iluminado por la luna en el espejo de Adrian. Aunque la mujer del pelo revuelto y los labios hinchados por los besos podría haber sido una desconocida, había visto esa mirada antes… en los ojos de la mujer del Paseo de los Amantes en Vauxhall. Ahora conocía el secreto que llevaba a los amantes a citarse en esos parajes oscuros y sombríos. Había saboreado los placeres que anhelaban y había quedado concienzudamente satisfecha, aunque deseando más.

Como presintiendo sus caprichosos pensamientos, Adrian se alzó tras ella.

Cuando sus fuertes y musculosos brazos la envolvieron, se aferró a la sábana en la que se había envuelto más firmemente, asaltada por una oleada de tardía modestia.

– Creí que estabas durmiendo.

– Lo estaba -murmuró él, frotándole el cuello con la nariz-. Hasta que escapaste de mis brazos y mis sueños.

Derritiéndose contra él, alzó la cabeza para darle acceso a sus labios y a la piel blanda bajo su oreja.

– ¿Con qué estabas soñando?

– Con esto. -Deslizó los brazos bajo la sábana, llenándose las manos con sus pechos desnudos.

Caroline jadeó cuando él dio a sus pechos un gentil apretón, y después empezó a juguetear con los pezones entre sus pulgares e índices. Se tensaron bajo su toque, absorbiendo ansiosamente cada onza de placer que le daba. Dejando que la sábana se deslizara hasta que una vez más estuvo desnuda entre sus brazos, girándose para acunarle la cabeza en la palma, desesperada por robar un beso de sus labios intrigantes.

– Si quieres saberlo, -murmuró, saboreando la comisura de su boca con la lengua-. Estaba quedándome dormido cuando de repente se me ocurrió que había olvidado comprobar tus estacas. Bien podrías haberme asesinado en mi sueño.

Caroline se arqueó contra él, sintiendo la prueba impresionante del deseo de Adrian anidada contra la suavidad de su trasero.

– Por lo que puedo ver, milord, es usted el único que está armado por aquí.

Sintió la boca de él curvarse con una sonrisa maliciosa.

– ¿Eso significa que podré estacarte?

– Ya lo has hecho. -Apartando sus labios de los de él, Caroline encontró su mirada a través del espejo-. Justo a través del corazón.

Gimiendo, él presionó la palma contra el mismo centro de su feminidad reclamándolo como suyo. Le observó en el espejo, hipnotizada por la visión del dedo más largo desapareciendo entre sus rizos inferiores, desapareciendo en su interior. Completamente deshecha por esa exquisita presión, se arqueó contra él, invitando a una invasión más profunda. Extremadamente ansioso por complacer, él se alzó sobre las rodillas, conduciéndose más profundamente en el interior de su fundente suavidad.

Caroline gimió, el débil dolor tras su primer encuentro solo aumentaba la sensación de estar siendo empalada por alguna inquebrantable estaca diseñada solo para complacerla. La sensual criatura del espejo era incluso más que una extraña para ella ahora mismo, dispuesta a contorsionarse y arañar y suplicar para conseguir lo que necesitaba. Sus labios húmedos se separaban, sus ojos brillaban de deseo.

Adrian utilizó la yema del dedo para proporcionar un irresistible contrapunto al exigente empuje de las caderas. Pronto sería ella quien le montara, la que controlara el ritmo de sus largas y profundas estocadas. Su amor había desterrado lo que quedaba de timidez, transformándola en una tentadora… una atrevida hechicera que ya no suplicaba satisfacción, la exigía. Estremecimientos de placer se desplegaban ante su toque, creciendo con cada pasada de su dedo, con cada sinuosa alzada y caída de las caderas de ella.

– Eso es, corazón -jadeó en su oreja-. Acepta el placer y el poder. Reclámalos como tuyos.

Cuando ese placer fue en crescendo, el nombre de Adrian irrumpió de sus labios, medio sollozo, medio grito. Llenando sus manos con la suavidad de los pechos, él se puso rígido, su cuerpo entero estremeciéndose con el mismo éxtasis que arrasaba el útero de ella.

Se derrumbó entre sus brazos, tan deslumbrada por el placer que le llevó un largo tiempo comprender que el cuerpo de él ya no se estremecía de placer, sino de risa.

– ¿Por qué te ríes? -exigió, en lo más mínimo divertida al pensar que había hecho algo estúpido o lo bastante torpe como para provocar tanto regocijo.

El envolvió los brazos más firmemente a su alrededor, sus ojos brillaban con ternura cuando encontró los de ella en el espejo.

– Solo estaba pensando en todas las veces que Julian me recriminó por conservar este espejo porque era demasiado torpe para atarme la corbata sin él.

Sintiéndose tan satisfecha como un gato, Caroline yacía acurrucada entre los brazos de Adrian observando un nebuloso rayo de sol arrastrase hacia la cama. Cuando él le pasó los dedos por entre el pelo revuelto, hizo todo lo que pudo por no ronronear. Apoyó la mejilla contra el pecho de él, maravillándose por el firme latido del corazón bajo su oído.

La risa ahogada de Adrian fue un profundo trueno.

– ¿Qué pasa, corazón? ¿Estás escuchando un corazón que todavía no estás convencida que tengo?

Ella acarició la lana dorada del pecho, retorciendo una de las espirales alrededor de su dedo.

– Solo me alegro de que no se rompiera cuando Vivienne te hizo a un lado por el Contestable Larkin.

Él se aclaró la garganta.

– Bueno, debo admitir que la devoción de tu hermana por el buen contestable no fue del todo una sorpresa.

Caroline se alzó sobre un codo, mirándole con los ojos entrecerrados. Aunque parpadeaba hacia ella con juvenil inocencia, todavía se las arreglaba para parecer un felino de la selva que se acababa de tragarse de golpe un canario bastante grande y huesudo.

– ¡Miserable desvergonzado! -murmuró-. Sabías todo el tiempo que Vivienne estaba enamorada de Larkin, ¿verdad? -Al pensar en toda la culpa que había sufrido a cuenta de su hermana, gimió-. ¿Por el amor de Dios, por qué no me lo dijiste?

– Si te lo hubiera dicho antes de que averiguaras lo de Julian, les habrías dado a ella y a Larkin tu bendición y te habrías marchado. -Le acunó la mejilla en la mano, mirándola profundamente a los ojos- No sólo habría perdido a Vivienne, te habría perdido a ti también.