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Le apartó la mano, negándose a ser seducida por su mirada cariñosa.

– Y si me lo hubieras dicho después que averigüé lo de Julian y Duvalier, no habrías tenido ninguna razón que hiciera que siguiera sin contarle a Vivienne todo lo de tu malvado plan. -Se recostó hacia atrás sobre la almohada y sacudió la cabeza, desgarrada entre el ultraje y la admiración- Tú, milord, eres un sinvergüenza y un réprobo!

Adrian se alzó y se inclinó sobre ella, sus ojos chispeaban con malicia.

– No querrías privarme de mi complot más malvado de todos.

– ¿Y cuál sería ese? -Su tono severo no pudo ocultar del todo que se estaba quedando sin respiración a medida que él empezara a dejar besos suaves como mariposa a lo largo de la curva de su mandíbula.

Los labios se deslizaron hacia abajo por su garganta, puntualizando cada palabra con un beso.

– Mi diabólico plan para sacarte de ese maldito vestido antes de que hubiera la más mínima oportunidad de que Duvalier te viera. -Acunó uno de sus pechos con la mano, moldeándolo hasta darle la forma perfecta para que su boca se retorciera alrededor del brote erecto de su pezón.

Caroline jadeó, su genio se aplacó por una ráfaga de ardiente de deseo.

– Puede que no apruebe tus motivos -dijo sin aliento, retorciendo los dedos entre la seda áspera del pelo de él- pero no puedo discutir la efectividad de tus métodos.

La tentadora calidez de los esos labios acababa de cerrarse alrededor de su pecho cuando una llamada aguda llegó desde la puerta.

Caroline gimió.

– Si Portia me ha seguido hasta aquí, tienes mi permiso para lanzarla a la mazmorra.

Adrian alzó la cabeza.

– ¿Y si es Wilbury? Es un inquebrantable defensor de la decencia, ya sabes. Si averigua que me has comprometido, insistirá en que hagas de mí un hombre honesto.

Ella le sonrió.

– Ese sería un cambio refrescante, ¿no crees?

– Señorita impertinente -gruñó Adrian, haciéndole cosquillas en las costillas. Ni siquiera sus gritos de risa pudieron apagar un nuevo asalto de golpes en la puerta.

Murmurando una maldición por lo bajo, Adrian se apartó rodando de ella y caminó hasta el biombo de la esquina para recuperar su bata.

Se colocó la prenda de terciopelo alrededor y ató el cinturón, dejando a Caroline una visión de los músculos definidos de sus pantorrillas.

Mientras ella se subía la colcha hasta la barbilla y se apartaba de un soplo un mechón de pelo de los ojos, él se acercó a la puerta y la abrió. No era Portia ni Wilbury quien estaba allí, sino el Contestable Larkin.

Pasándose una mano por el pelo revuelto, Adrian suspiró.

– Si has venido a recriminarme por el bien de la Señorita Cabot, Alastair, no hay necesidad. Planeo casarme con ella tan pronto como pueda conseguir una licencia especial del archiobispo. No tengo ninguna intención de que mi heredero nazca solo nueve meses después de nuestras nupcias.

Caroline se colocó una mano en el estómago bajo la sábana, preguntándose si Adrian podría haber puesto ya su bebé dentro de ella. La posibilidad hizo que su corazón volara de alegría.

Pero cuando él dio un paso a un lado y pudo ver el aspecto de la cara de Larkin, su corazón cayó hasta sus pies.

– No he venido por Caroline, sino por Portia -dijo Larkin, su cara estaba gris y fatigada-. Ha desaparecido. Tememos que pueda haber huido.

CAPÍTULO 21

El dormitorio de Portia estaba desierto, pero la ventana cercana a la cama estaba totalmente abierta, invitando a una alegre canción de alondra y a una brisa suave de primavera. Era muy fácil para Caroline imaginar los sones distantes de un vals flotando a través de esa ventana, planeando una melodía irresistible.

Mientras Larkin merodeaba en la puerta, murmurando palabras de consuelo a la pálida Vivienne, ella y Adrián siguieron el rastro de las sábanas anudadas alrededor de uno de los postes de la cama hacia la ventana. La improvisada escalera desaparecía sobre el alfeizar. Metiendo un pelo tras la oreja, que había escapado de su apresurado moño chignon, Caroline se asomó por la ventana del segundo piso. El final de la sábana se balanceaba sobre una parcela verde menta de césped bañada en un brillante remanso de sol. La noche anterior había habido sólo sombras esperando recibir a quien fuera lo suficientemente atrevido para descender.

– No soy capaz de encontrar ninguna señal de lucha o acto criminal -les informó Larkin. -Todo lo que encontré en el alfeizar fue esto. -Sostenía algo parecido a la paja de una escoba.

– Es un bigote de la máscara de gato que Julián le dio -dijo Caroline, aumentando su disgusto- Estaba muy entusiasmada poniéndoselo para él.

– Es todo por mi culpa -dijo Vivienne, todavía aferrada al brazo de Larkin- Si hubiera vuelto a mi habitación antes del amanecer, podría haberme dado cuenta que no estaba.

Mientras Caroline se quedaba con la boca abierta, Adrián se giró dirigiendo una penetrante mirada a su viejo amigo.

– ¿Tendré que gritarle, Agente?

Larkin tiró de su chaleco, y un entrañable rubor tiñó sus altos pómulos. Por primera vez, Caroline se dio cuenta que aunque Vivienne todavía llevaba su verde vestido de noche, la corbata de Larking estaba atada en un nudo francés tan meticuloso que Brummel palidecería de envidia.

– Tengo que decir que no. Puedo asegurarte que mis intenciones hacia la hermana de la señorita Cabot son honestas. Si lo hubiéramos hecho a mi modo, estaríamos ahora mismo a medio camino de Gretna Green. Pero Vivienne rehusó fugarse. Insistió que lo correcto sería que su hermana mayor se casara primero.

Mirando cuan tiernamente la tenía tomada entre sus brazos, Adrián dijo bajito:

– Mejor vas acostumbrándote a esto, compañero.

– ¿Qué?-preguntó Larkin.

– El no hacerlo a tu modo.

– No lo entiendo, -dijo Vivienne cuando Adrián se asomó por la ventana para estudiar el terreno de abajo.

– Si Portia simplemente se acercó a escondidas al baile contra los deseos de Caroline, entonces ¿por qué no volvió? Alastair preguntó discretamente en el castillo, y los sirvientes juraron que no había habido signos suyos desde ayer por la tarde.

Caroline sacudió la cabeza, recordando su último encuentro con Portia.

– Estaba terriblemente enfadada conmigo por no permitirle ir al baile. Podría estar enfurruñada en cualquier sitio, dándome un susto parar castigarme.

Cuando dijo las palabras, Caroline supo lo improbable de que fueran ciertas. Portia no había sabido nunca guardar rencor. Su temperamento normalmente calmado hervía a fuego lento para luego de repente estallar en ebullición. Caroline había perdido la cuenta de la cantidad de veces que Portia la había embrujado a perdonarle alguna rabieta o mala palabra simplemente abrazándola y soltando una disculpa. Daría casi cualquier cosa para sentir esos brazos alrededor.

Tampoco podía ayudar el recordar como deliberadamente se burlaba de los miedos y fantasías de Portia. Como, en un equivocado intento de protegerla, le había asegurado que eso no era un peligro real. Gracias a ella, Portia era la única de ellos que no sabía que los vampiros realmente acechaban en la noche.

Tiró de la manga de Adrián, incapaz de contener sus crecientes miedos.

– ¿No piensas que haya podido ser Duvalier, no?

Sacó la cabeza de la ventana y lentamente se volvió hacia ella, tensando la mandíbula en una línea sombría. Antes de pasar la noche anterior entre sus brazos y en su cama experimentando de primera mano la profundidad ilimitada de su pasión, no podría haberse dado cuenta de la ausencia absoluta de emoción en sus ojos.

Dio un paso atrás y se tapó la boca con la mano, recordando demasiado tarde que Duvalier no era el único monstruo conocido.