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Vivienne jadeó.

– ¡Por qué, tu vaca celosa! ¡Yo podría haberte prestado vestidos durante un tiempo, pero al menos nunca por casualidad dejé tu muñeca favorita sentada cerca del fuego!

Caroline se inclinó avanzado hasta que su nariz casi tocó a Vivienne, con una sonrisa repugnante que encorvó sus labios.

– ¿Quién dijo que eso fue un accidente?

Cuando cada una de ellas se lanzó a una nueva diatriba, detallando los defectos de la otra una durante las dos décadas pasadas, Adrian dió un toque a Larkin en el hombro y sacudió su cabeza hacia los bosques.

Ellos habían llegado casi al borde de la maleza cuando la cabeza de Caroline de repente volteó a su alrededor.

– ¿Ustedes dos donde creen que van?

Adrian suspiró.

– A encontrar a Portia y a Julian.

– ¡No sin nosotras! -Agarrando a Vivienne de la mano, Caroline arrastró a su hermana de la terraza y hacia los bosques. -¿Los hombres no son las criaturas más imposibles? Pasas una noche en sus camas y piensan que sólo porque te dieron unas horas de placer indecible, pueden pasar el resto de tu vida decidiendo que es lo mejor para ti.

Vivienne sacudio afirmativamente con la cabeza.

– Son absolutamente insoportables. ¡Por qué, Alastair rechazó dejarme venir hoy hasta que consintiera en llevar puesto un par de sus botas! -Levantó su dobladillo para mostrar las botas desgarbadas.- Tuve que ponerme media docena de pares de medias para que me quedaran. Ahora mis pies parecen grandes lonjas feas de jamón.

– Pobre cordero -canturreó Caroline, uniendo su brazo al de Vivienne-Tan pronto como encontremos a Portia y a Julian, daremos a tus pies un buen remojon frente al fuego.

Cuando pasaron a los hombres, todavía charlando como urracas, Adrian y Larkin intercambiaron una mirada de duda.

– Parecen que encontraron un enemigo en común -murmuró Larkin.

– Sí -suspirando Adrian estuvo de acuerdo- Nosotros.

Anduvieron con dificultad sobre colina y valle, caminaron en el agua en corrientes frias, y esquivaron el alero de ejecución en la horca, pasaron bajo de cuevas y playas, buscando a Julian y sus lugares predilectos de niño, Caroline casi lamentaba no haber tomado prestados un par de las botas de Adrian. Las suelas de sus botas, que llevaba puestas, estaban tan delgadas que podía sentir la mordedura de cada roca y raíz.

Había sufrido un colapso de agotamiento en mas de una ocasión, pero cada vez que tropezaba, la mano de Adrian estaba ahí. Cada vez que su fuerza vaciló, la vista de su cara decidida la aguijoneaba a que continuara.

La estaba ayudando a pasar un tronco caído con una fisura escarpada y rocosa cuándo él murmuró:

– ¿Placer Indecible, eh?

Caroline bajó su cabeza para esconder su sonrisa.

– No tienes que parecer tan satisfecho. Supongo que esto era solo…tolerable.

– ¿Sólo tolerable? -Dió a su mano un tirón, no dándole ninguna otra opción, sólo tropezar contra él. Con la blandura de sus pechos aplastados contra su pecho, la miró fijamente y vió en sus humenantes ojos una promesa.- Entonces parezco que no tendré ninguna otra opción, sólo redoblar mis esfuerzos esta noche.

Esta noche, cuando Portia y Julian estuvieran seguros. Esta noche, cuando estuvieran enroscados en la cama acogedora de Adrian, haciendo planes para su boda, riendose del miedo que sus tontos hermanos les habían dado. Contemplando sus ojos, Caroline podía ver como ambos querian creer en aquel futuro.

Pero cuando el día menguó, sus esperanzas también. El sol desapareció detrás de un velo de nubes y una lluvia ligera comenzó a caer, apresurando la pendiente del crepúsculo. El pequeño gorro animado de Vivienne comenzó a inclinarse. Cuando este sufrió un colapso, lo tiró lejos y desechó con disgusto, poniéndose la capucha de la capa sobre su pelo.

Surgieron de las sombras del bosque para encontrarse en un gran claro. Un edificio achaparrado se alzaba en medio de ello, con piedras antiguas e incrustado por el liquen. Una piedra gel montaba guardia sobre la entrada, su cara severa les advierte que este no era ningún asilo para el cansado viajero.

– ¿Qué es este lugar? -Caroline susurró, perturbando el silencio poco natural.

– La cripta de la Familia Kane -murmuró Adrian en respuesta.

Ella tembló, pensando que no era sorprendente que las voces de la vida parecieran tan inoportunas aquí.

Adrian escogió un camino sobre la manta de hojas aplastadas y empapadas, con cautela acercándose a la cripta. El resto arrastradose detrás con renuencia. Pero una vez que él alcanzó la puerta de la cripta, simplemente posó la mirarada fijamente en el mango de hierro ornamentado.

– ¿Qué es eso? -preguntó Larkin, sosteniendo a Vivienne más cerca.

Adrian levantó la cabeza. Caroline podría pensar que era la misma expresión que cuando él estuvo de pie fuera de aquel infierno de juego de azar con el cuerpo de Eloisa dentro y lo miró quemarse.

– La puerta de la cripta nunca ha sido abierta al exterior antes. No tienes que preocuparte de que sus ocupantes escapen.

Caroline sintió los diminutos pelos de su nuca erizarse de temor.

– Apartáos -Adrian mandó, sacando la pistola del cinturón de su pantalón.

Cuando retrocedió varios pasos, el resto lo siguió.

Apuntó y tiró del gatillo, rompiendo el candado de un solo tiro. El sonido agudo de la pistola resonó por el claro. Cuando el humo que se elevó como la niebla despacio se despejó, la puerta de la cripta con un crujido se abrió.

CAPÍTULO 23

Julian entró tambaleándose por la puerta de la cripta, llevando a Portia como a una niña en brazos. Su cabeza colgaba sobre su brazo, sus negros rizos se derramaban hasta sus caderas. Sus ojos estaban cerrados, su piel mortalmente pálida, tan pálida que no había error posible en el par de gemelas incisiones que estropeaban la cenicienta perfección de su garganta.

Un desgarrado sollozo escapó de los labios de Caroline. Las rodillas de Vivienne cedieron y Larkin se dejó caer con ella, abrigándola en sus brazos para amortiguar sus sollozos contra su pecho.

Su cara era incluso más hermosa y terrible que la de un ángel guardando el sepulcro, Adrian buscó dentro de su capa y sacó una estaca de madera.

Empezó a apartarse, pero Caroline le agarró el brazo, contemplándolo.

– No, Adrian -susurró ella con fiereza, clavando sus dedos en su manga-Mira su pecho. ¡Está viva!.

Aunque el movimiento era casi imperceptible, el pecho de Portia subía y bajaba rítmicamente.

Julian se tambaleó hacia ellos, sus lágrimas mezclándose con la lluvia. Caroline jadeó, sin darse cuenta hasta ese momento que él se veía incluso más cerca de la muerte que Portia. Sus ojos estaban huecos, sus mejillas hundidas, su piel tan pálida como el pergamino. Sus dientes se veían espantosamente blancos en comparación a sus azulados labios.

Su voz era poco más que un ronco graznido.

– Solo tomé lo que necesitaba para sobrevivir -Bajó la mirada a la cara de Portia con desgarradora ternura- no lo habría hecho si la pequeña obstinada idiota no hubiese insistido. Intenté advertirle que era demasiado peligroso, que no confiaba en mí mismo para detenerme antes de que fuese demasiado tarde, pero no escuchó.

Cuando se derrumbó sobre sus rodillas, todavía acunando a Portia contra su pecho, todos ellos se pusieron en movimiento. Larkin cogió gentilmente a Portia de brazos de Julian con la ayuda de Viviene mientras Adrian ponía a Julian sobre su regazo.

– Nunca quise que me vieras así otra vez-farfulló Julian a través de sus castañeantes dientes. Se aferró a Adrian, su cuerpo se sacudió con incontrolables temblores- No quiero que nadie ve-e-vea lo que Victor me hizo. Que descubran el terrible m-m-monstruo que soy.

– No eres un monstruo. -Adrian acarició con cuidado el pelo empapado de sudor apartándolo de su cara, su propia mano temblaba.- Si lo fueras, Portia estaría muerta ahora mismo.