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– A Adrian le gustan últimamente las mujeres sanguinarias, ¿no es verdad?.

Caroline se volvió para encontrar una figura encapuchada y con capa de pie en medio del puente, bloqueándole el paso hacia su dormitorio. Podía haber jurado que no lo había visto allí segundos antes.

– ¿Cómo ha hecho para llegar aquí? -preguntó, su corazón tambaleándose a un ritmo irregular.

Se echó atrás su capucha para revelar una caída de pelo negro y una sonrisa totalmente abierta que era tanto cruel como sensual.

– Quizás volé.

Caroline se esforzó por tragarse su creciente temor.

– Espero que no espere que crea tal sentido, Monsieur Duvalier. Julian ya me dijo que los vampiros no pueden convertirse en murciélagos.

CAPÍTULO 24

El amanecer estaba llegando, pero no para Adrian.

Caroline se había llevado la última de las luces con ella, dejándolo sentado al lado de la cama de su hermano, cubierto con un sudario de abatimiento. Sin su pelo iluminado a la luz de las velas, el tierno brillo en sus ojos, el cariñoso calor de su sonrisa, estaba condenado a morar en la sombra, totalmente indistinguible de las criaturas que él cazaba.

Adrian cerró sus ojos, pero todo lo que podía ver era a Caroline agitando su pañuelo ante él en la sala de dibujo de la casa del pueblo; poniéndose de puntillas para presionar audazmente la tentadora suavidad de sus labios contra los suyos en Vauxhall; tendida entre las almohadas de su cama, su marfileña piel bañaba en luz de luna, sus brazos abiertos de par en par para darle la bienvenida. Adrian se frotó su dolorida frente, viniendo a darse cuenta que ella iba estar rondándolo como una venganza que incluso Eloisa nunca había mostrado.

Julian se revolvió, dándole una excusa para abrir sus ojos y escapar de ella, tan solo por un momento.

Los ojos de Julian pestañearon abiertos. Lamiéndose los labios, graznó.

– Todavía sediento.

Sujetando la cabeza de Julian, Adrian inclinó la copa hacia sus labios. Julian tragó, los músculos de su garganta trabajaban con ansia. Aunque el primer instinto de Adrian era el que primaba, había aprendido hacía mucho tiempo que no podía ser fastidioso cuando se trataba de los hábitos alimenticios de su hermano. La sangre era lo único que lo sustentaba, era vida.

Cuando Julian lo bebió todo, lo volvió a depositar suavemente contra las almohadas.

– Nuestro plan-susurró Julian, parpadeando. -Funcionó.-

¿Qué quieres decir?-preguntó, acercándose a la cama.

– Nuestro plan-repitió Julian-Eloisa… Duvalier lo sabe.

– ¿Sabe el qué?

– Acerca de… Caroline. Él la llamó…-las pestañas de Julian volvieron a bajar a sus mejillas, su voz se decoloraba en un cansado suspiro.-…tú nueva prostituta.

Adrian se enderezó lentamente. No se había dado cuenta de que la copa que tenía en sus manos se había inclinado hasta que vio el oscuro charco de sangre extendiéndose alrededor de sus pies.

– Adrian -dijo Julian sin abrir los ojos.

– ¿Qué? -Respondió súbitamente, su pánico crecía con cada respiración.

Julian abrió sus ojos, mirándolo directamente antes de susurrar.

– Necesitas más que tus fantasmas para mantenerte caliente por la noche.

– Ah, así que las presentaciones no son necesarias -dijo Duvalier, con rastro de acento francés puliendo cada una de sus palabras con un estilo continental. Dio un paso hacia Caroline, haciendo que el puente de repente no pareciese muy estrecho, sino infranqueable.

– Bien. Siempre las he encontrado pesadas. Generalmente puedo aprender todo lo que necesito saber acerca de un hombre, o mujer, escuchando el sonido de sus gritos mientras me piden piedad.

– Encantador -dijo Caroline enérgicamente, luchando por ocultar su temor. Sabía que solo se alimentaba de eso. Deseó desesperadamente llevar todavía la capa cargada de armas. Con su cuerpo ataviado por la pobre mezcla de satén y tul de Eloise, se sentía mucho más que desnuda. – ¿Cómo sabes que soy la mujer de Adrian?.

Sus aquilinas fosas nasales de abrieron con disgusto.

– Porque puedo olerlo en ti, del mismo modo que podía olerle a él en Eloise.-No se le escapó la sombra que osciló por su cara.- Oh, él puede haberla amado, pero nunca fueron amantes, mon cher. Pero eso no lo detuvo de poner sus manos sobre ella, su boca…

– Eso debió de ser muy difícil para usted.

Se encogió de hombros.

– Más difícil para ella, creo. Al final me aseguré que muriese virgen. Apenas esa fue mi mayor venganza de todas. Que muriera sin conocer el tacto de un hombre. Que nunca conociera el placer que él podría darle, solo el dolor.

Caroline empezó a alejarse de él, desesperada por volver sobre sus pasos al dormitorio de Adrian, a sus brazos.

Duvalier la siguió paso a paso, el dobladillo de su capa se sacudía alrededor de sus botas.

– No puedes imaginarte como fue estar allí de pie con el sabor de su sangre en mi boca y viendo cada anhelo, cada esperanza, cada sueño que ella tenía desvaneciéndose de sus ojos mientras su corazón se ralentizaba a un suspiro, después a un murmullo, para finalmente detenerse. Entonces iba a tenerla, sabes, pero llegó el sirviente y lo arruinó todo.

Caroline se estremeció.

– ¿Cómo pudo siquiera contemplar una cosa tan incalificable? Pensé que se suponía que la amaba.

La indiferencia de su rostro se resquebrajó.

– ¡Ella no era digna de mi amor! ¿Es por eso lo que estás llevando ese ridículo vestido? Por que Adrian creyó que cuando te viera, me llevaría una mano al corazón y rompería a llorar, "Mi querida Eloisa, siempre supe que regresarías a mí”.-Entrecerró sus ojos.- No puedo creer que pensara realmente que yo había estado tan loco por esa voluble prostituta todos estos años. Siempre fue un romántico incurable.

– Sí, lo fui.-Dijo Adrian, emergiendo desde el pie de las escaleras detrás de Duvalier- Y todavía lo soy. Por lo que solo voy a decirte una vez que te apartes de la mujer que amo.

Caroline dejó escapar un involuntario sollozo, su corazón resurgió con esperanza. Adrian debía haberse escabullido de la torre sur y dar un rodeo a través de su dormitorio.

Duvalier lentamente se volvió a encararlo, una helada sonrisa enfriaba sus facciones.

– Bonjour, mon a mi, ¿O debería llamarte mi hermano?.

– Tú no eres mi amigo, bastardo. Y ciertamente no eres mi hermano.-Dijo Adrian, su pelo rojizo se movía al viento- Abandonaste el derecho a ambos títulos cuando abrazaste una hermandad de monstruos y asesinos.

– Mientras que tú estabas abrazando a la mujer que supuestamente me pertenecía.

– Eso es todo lo que siempre fue Eloisa para ti, ¿no es verdad?- Dijo Adrian, su mirada se posó brevemente en la aliviada cara de Caroline.- Una posesión. Una bonita baratija para colgar de tu brazo, no diferente de un nuevo y brillante bastón.

Obedeciendo a la muda señal de Adrian, Caroline se volvió para escapar.

El brazo de Duvalier le rodeó el pecho igual que una banda de hierro. Apresándola contra él, cogió su barbilla en su mano, sus largas uñas hundiéndose en la tierna carne de su garganta. A juzgar por la tensa fuerza de sus manos, podría probablemente romperle el cuello con nada más que un movimiento seco de sus dedos.

– Eloisa era una estúpida corderita cabeza hueca. -Dijo él- Creo que ésta es mucho mejor. Apuesto a que peleará como una tigresa cuando hunda mis dientes en ella.

– Te lo advertí, Victor -dijo Adrian suavemente, dando un paso hacia ellos, después otro- sólo voy a decirte que te apartes de ella una sola vez.

– ¿O que harás? ¿Me atravesarás el corazón con una estaca? Si me destruyes, puede que tu hermano nunca recobre su preciosa alma, y todos sabemos que no arriesgarías su alma solo para salvar a tu última prostituta. ¿Por qué no le suplicas por tu vida, dulzura? -siseó al oído de Caroline.- Me encanta cuando una mujer suplica.